Columna de Daniel Matamala: Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario
Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. La frase la popularizó Mario Moreno, Cantinflas. Y los chilenos ya dijeron, fuerte y claro, que no quieren ni lo uno (la Constitución de Pinochet), ni lo otro (el texto de la Convención), sino todo lo contrario.
¿Cómo encontramos ese contrario?
Ayer votaron 13.021.063 personas. Por el Rechazo se inclinaron 7.882.958, más de todos los que votaron, por cualquier opción, en el plebiscito de 2020 (7.573.914). Un fenómeno político que nadie previó, ni en su masividad ni en su contundencia.
El 85,81% de los ciudadanos fue a las urnas, una participación que no veíamos desde los días de la transición a la democracia. El voto obligatorio es el primer gran ganador y debe mantenerse, más allá de los cálculos de cada bando sobre a quién favorece.
Hemos dado un gran paso en alinear los resultados electorales con el clima social. Para cerrar el abismo entre la ciudadanía y las instituciones de la democracia representativa, es crucial que la voz del pueblo se siga escuchando sin distorsiones.
La georreferenciación, que acercó a los ciudadanos a sus locales de votación, también ayudó. Además del interés de la gente, que no mostró apatía ni desgano: los votos blancos y nulos apenas sumaron un 2%.
La mayoría de las encuestas estuvo muy lejos de prever la participación o el resultado. Muchos análisis, tampoco: mi columna del domingo mostraba la división de Chile entre grupos demográficos, pero el resultado fue muy distinto. El Rechazo se impuso en las 16 regiones, y en todas excepto ocho comunas del país. El Rechazo ganó en Vitacura y en La Pintana, en Putre y Cabo de Hornos, en Quintero y en Petorca, en Tirúa y en Recoleta. Ganó en las comunas más pobres y las más ricas, en las zonas de sacrificio y las de mayor población indígena. El Rechazo ganó hasta en las cárceles.
¿Qué pasó, entonces?
No lo sabemos, porque el contundente triunfo del Rechazo se mezcló con la explosión de participación: ¿Habría sido parecida la diferencia con 8 o 9 millones de votantes?
Una tesis es la “mayoría silenciosa”. Muchas personas lejanas al debate político, de perfil más bien moderado, habrían votado por primera vez e inclinado la balanza hacia el Rechazo. Hay datos sugerentes al respecto. Los votos del Apruebo (4.860.093) fueron similares a los de Boric en segunda vuelta (4.620.890). Si comparamos por comunas, el panorama es similar: el Apruebo sacó más votos que Boric en La Pintana (54.705 contra 50.071), o en Concepción (65.099 contra 60.654). Pero como participó tanta gente, los votos que en 2021 sirvieron para ganar cómodamente esas comunas, en 2022 significaron una contundente derrota. ¿Será que esa “mayoría silenciosa” siempre estuvo ahí, pero nunca se había expresado?
Los datos no permiten afirmarlo. Otra tesis es la del “voto de castigo”. Estos millones de nuevos votantes no serían tan distintos a los antiguos, y muchos de quienes estuvieron con Boric hace unos meses hoy habrían abandonado el campo del Apruebo. El Rechazo sería, en esta tesis, una suma de diferentes malestares: contra el gobierno, contra la inseguridad, contra la inflación, contra el texto constitucional, contra los convencionales, y contra el poder en general.
El malestar, ese sentimiento difuso que tomó cuerpo en 2011, explotó en 2019 y se expresó en las urnas en 2020, sigue más vivo que nunca. En el gobierno de Piñera, los chilenos votaron consistentemente, en cada elección, contra todo lo que estuviera asociado a él. Con Boric se repite el patrón. Hay un voto de protesta transversal contra todo lo que huela a poder. La ironía final de la Convención es que, pese a sus desplantes anti-élite, terminó convertida en una nueva élite de la que desconfiar y a la que rechazar en las urnas.
Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.
La pelota ha quedado del lado de los políticos para encontrar ese “contrario”. Pero este no es un cheque en blanco para partidos y parlamentarios que están aún más desprestigiados que los convencionales.
Un nuevo proceso debe significar más participación, más cabildos, más debates que intenten llegar al tejido escondido de la sociedad, no menos. Es una buena señal que líderes influyentes de la derecha, como el presidente de la UDI y la alcaldesa de Providencia, se hayan comprometido a una nueva Convención, elegida por voto popular y paritaria. Pero la tentación de una salida exprés, de una Constitución cocinada en un rápido acuerdo cupular y ratificada por una Convención ad-hoc digitada por los partidos, se parece demasiado a barrer la basura debajo de la alfombra.
Ya desperdiciamos una oportunidad. Tal vez la próxima sea la última.
Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. “Cantinflear” ha pasado al argot popular como sinónimo de hablar sin decir nada, pero el personaje de Mario Moreno expresaba algo mucho más profundo: un sentido común que desconfiaba de las figuras de poder. Sus historias mostraban “una pugna constante entre los poderosos (incluyendo sus representantes y esbirros) y los desposeídos y parias, epitomizados por la figura de Cantinflas”, dice el investigador Héctor Ruiz. “Cantinflas”, escribe el historiador Jeffrey Pilcher, “simboliza el pelado que triunfa sobre los poderosos usando sus trucos”.
Esa desconfianza, esa mirada ladina sobre el poder, es una de las lecciones de todo este proceso. La búsqueda del “todo lo contrario” no puede olvidar el malestar, el único sentimiento que se repite en el carrusel político de los últimos años. Ese malestar no se ha ido, y la demanda por transformaciones sigue ahí.
Como en el epitafio que Mario Moreno dictó para su tumba: “Parece que se ha ido, pero no es cierto”.
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