Columna de Javier Sajuria: Gobiernos de ideas, no personas

Gobiernos de ideas, no personas
Gobiernos de ideas, no personas

Hay una tentación en interpretar los eventos de hace cinco años como una simple expresión de criminalidad. La invitación que hacemos es a superar esa postura miope y a conversar sobre cómo diseñamos instituciones que puedan atacar de raíz los problemas que aquejan a nuestra política.



Solemos culpar la crisis de la confianza en la política en la cantidad de actores que persiguen intereses diversos. Ese suele ser el punto de partida de quienes proponen a la fragmentación partidaria como la principal causa de los problemas de nuestro sistema. Con ello, olvidan que cualquier sistema que privilegie las características personales de un político por sobre proyectos colectivos está condenado a depender de caprichos personales en vez de ideas. Ejemplos recientes hay varios, desde la descoordinación partidaria en acusaciones constitucionales, la difícil tramitación de la ley de presupuesto, o candidatos a alcalde que se vanaglorian de “no deberle favores a partidos políticos” (como si liderar municipios no fuese una tarea colectiva).

Nuestro sistema está diseñado, precisamente, para fomentar la personalización de la política. Desde el presidente hacia abajo, poco a poco hemos diseñado un régimen que tiende a la preferencia por supuestas virtudes personales en desmedro de ideas más trascendentes. Así, a pesar de contar con un sistema electoral proporcional que debiese interpretar proyectos políticos, éste le pide a las personas que voten por candidaturas individuales en vez de partidos. Esto se extiende incluso a las elecciones locales, como las de este fin de semana. Detrás de esto se esconde una creciente individualización de nuestras relaciones sociales, así como una sociedad cada vez más desconfiada y temerosa de los otros. Es difícil determinar cuál es la causa inicial de este círculo vicioso, pero eso no debiese detenernos en el afán de pararlo.

En un reciente reporte preparado por Espacio Público y publicado por la fundación Friedrich Ebert, planteamos que este proceso de personalización pone en riesgo la supervivencia de nuestro sistema de democracia representativa. A cinco años del estallido social, no nos hemos hecho cargo de la crisis de representación que alimentó las protestas del 2019. Es más, la entronización de la personalización sólo ha empeorado la situación, derivando en partidos disfuncionales, políticos alimentando pasiones de corto plazo y una creciente imposibilidad de generar gobernabilidad. Esto tiene impactos substantivos y prácticos que son mucho más profundos que el número de partidos en el Congreso.

Pero en nuestro rol de académicos no podemos quedarnos sólo en apuntar a las nubes negras que se asoman y constatar que mojan. Es por ello que hacemos una serie de sugerencias que, a partir de la experiencia comparada, tienen el potencial de enfrentar el problema. Una de ellas es el fin de los pactos electorales, obligando a los partidos a presentar sus listas de forma individual. Esta propuesta, que está en línea con lo que propuso el CEP hace unas semanas y que ha concitado apoyo transversal, es un primer paso necesario, aunque resistido por los partidos. Otras propuestas resistidas, pero necesarias, incluyen el fin de las listas abiertas y la incorporación de la paridad de género. Con ello se busca que los partidos representen ideas y no liderazgos ocasionales, al mismo tiempo que mejoren sus niveles de representación.

Hay una tentación en interpretar los eventos de hace cinco años como una simple expresión de criminalidad. La invitación que hacemos es a superar esa postura miope y a conversar sobre cómo diseñamos instituciones que puedan atacar de raíz los problemas que aquejan a nuestra política. Uno a la vez, pero de frente.

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