Columna de María José Naudon: ¿Democratizar?, un discurso en el Instituto Nacional
En los últimos días, la disminución del rendimiento de los liceos emblemáticos según los resultados de la PAES, ha sido tema de intensa discusión. En medio de la polémica, el ministro Cataldo se refirió a la “democratización del acceso”, trayendo a colación el ideológico debate en torno al mérito; patines incluidos y sobreponiendo un halo virtuoso a la evidente devastación de estos establecimientos. Y como las consecuencias (estas y otras) ya están a la vista, propongo revisar, como fuente histórica, el discurso de un institutano, Benjamín González, en la ceremonia de licenciatura del 2012, que ha circulado ampliamente en X. Las ideas planteadas por González han evolucionado dramáticamente hasta convertirse en matrices que, más tarde, fueron validadas y aplicadas como norma en muchas políticas públicas.
1.- Antes de comenzar el autor pide perdón, leerá un discurso distinto de aquel que envió semanas atrás y que había sido seleccionado para ser leído. El argumento es que de otra forma “no me hubieran dejado hacer este discurso”. Resulta claro que el estudiante cuestiona, ya en el inicio, el respeto hacia las reglas y autoridades del Instituto Nacional y justifica dicha contra versión en aras de una expresión auténtica, genuina y fiel a sí mismo y sus convicciones. La modificación del discurso opera como una forma de desafiar o resistir ciertos aspectos de la cultura y normas establecidas en la institución.
2.- “Ni tampoco vengo a hablar en representación de todos ustedes, ni siquiera represento, como presidente de curso, la voz de mis compañeros. Cosa que no quita, que puedan hacer suyas estas palabras” El autor reconoce la falta de representatividad en su rol como presidente de curso, reflejando una percepción generalizada donde las figuras de autoridad o representación son cuestionadas por su capacidad real para expresar las preocupaciones y perspectivas de quienes supuestamente representan. La declaración sugiere un empoderamiento individual y una desconfianza en las estructuras tradicionales de representación y liderazgo.
3.- El autor enfatiza que no está allí para repetir lo conocido, sino para abordar temas ignorados en la historia oficial del Instituto Nacional. Critica la falta de reconocimiento de eventos oscuros, protagonizadas por presidentes institutanos y evidencia una supuesta contradicción entre la glorificación de la institución y la omisión de aspectos problemáticos en su historia. Expresa su deseo de que no haya más presidentes institutanos y menciona su vergüenza ante la posibilidad de que una figura empresarial, como Laurence Golborne (precandidato presidencial ese año) ocupe ese cargo. El discurso se alinea con la idea de desafiar el “canon” y cuestionar las estructuras de poder arraigadas en las narrativas históricas y culturales, buscando la representación de voces marginadas. Expresa también una evidente desconfianza hacia “las figuras”, sugiriendo abusos e intereses espurios.
5.-Cuestiona la validez de inculcar el “éxito” en la educación de los niños. Denuncia una aparente obsesión por los logros económicos reflejada en la competitividad fomentada en el colegio. Expresa su desacuerdo con la discriminación implícita en la insignia del colegio y su estupor ante un convenio entre el Instituto y un preuniversitario privado.
6.- Termina enunciando, irónicamente, que espera no haber herido el orgullo institutano, pero que en caso de ser así, cumpliría mi deseo: “Sólo espero que el día de mi licenciatura, me reciban con gritos de odio”.
El discurso termina preguntándose; “Si la educación en Chile fuera buena en todos los establecimientos educacionales ¿Qué motivo habría para la existencia del Instituto Nacional? Ninguna.”
El problema, por supuesto, no está en el discurso, ni tampoco en el alumno, ni en la validez de su diagnóstico. El problema es que a poco andar se propagaron frívolamente estas ideas entre quienes ostentaban el poder. Con ello se renunció a cualquier forma de autoridad y al respeto de los roles fundamentales en toda organización. Quienes eran responsables, arrobados por una ceguera ideológica, se dejaron encantar con la transgresión y con la romantización de la violencia. Aquello de “democratización” no tiene nada. Simplemente fue diseñar pésimas políticas públicas que recogieron acríticamente estas ideas y que hoy se utilizan para ofrecer una narrativa que permita cubrir de “virtuosa” la palmaria destrucción de estos establecimientos. Por cierto, la validez de la crítica a la calidad de la educación chilena tampoco fue abordada (lo que constituye un fallo sistémico). Hoy, en palabras del mismo ministro, estamos peor que hace veinte años.
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