Columna de Natalia Piergentili: la izquierda que habito

banderas

Creo más en una política basada en la interpretación de las fuerzas y corrientes del mundo, en la habilidad de ver y forjar oportunidades y en las luchas que abren posibilidades; y creo menos en la política que declara valores que no logra poner en movimiento o que se construye desde dogmas trasmitidos en consignas como si los problemas públicos tuvieran una sola gran solución.



A propósito de la falta de tiempo para discusiones profundas y sustantivas que le den densidad intelectual a las posturas que los diversos sectores políticos representan, en los últimos años hemos caído en el simplismo de explicar lo que somos y lo que representamos precisamente diciendo lo que no somos y lo que no representamos. Más bien a través de la impugnación y la descalificación de los otros, lo que en estricto rigor puede orientar una idea de identificación, pero en lo sustantivo no logra definir lo que se es

También hemos dejado de hablar de valores y principios, ya que estos como denominaciones absolutas no logran encajar en los dilemas nuevos y complejos que tiene la sociedad, ya que frente al problema de la seguridad la respuesta difícilmente podría ser igualitarismo versus libertad por que nada en estos conceptos da pie a visualizar en la ciudadanía un camino de salida.

Aun así, en tiempos en que las posturas, definiciones y declaraciones generan poco impacto, creo que es relevante que el sector político del que soy parte vuelva a reivindicar la definición de ser de izquierda, ya que por un largo tiempo ser de izquierda o enarbolar esas banderas significó solo objetar lo realizado y plantear al estado y lo estatal como la única fuente de equidad, verdad, libertad y democracia.

Por ello me pregunto: ¿qué es ser de izquierda hoy?. Pensaba que la gran aspiración de las izquierdas en todas sus vertientes, se sostenía en la idea de que el hombre podía dirigir la historia hacia un destino en que los valores más preciados de la humanidad como justicia, solidaridad, libertad, entre otros, podían volverse realidad en una sociedad ideal. Pero la historia dijo otra cosa, se cayeron los socialismos reales, y se reconstruyeron, no los sueños, sino las formas de implementarlos, aprendiendo dolorosamente de los fracasos. Por ello mi generación es heredera de una izquierda reformista que ha conquistado valores para la sociedad y que transformó el sentido común de millones de personas.

Por eso también me siento parte de una izquierda realista la que se sustenta cada vez más en una orientación visionaria y en una ética que cultiva valores sociales, y cada vez menos en una oferta material y moral única, que solo es viable a través del Estado. Creo más en una política basada en la interpretación de las fuerzas y corrientes del mundo, en la habilidad de ver y forjar oportunidades y en las luchas que abren posibilidades; y creo menos en la política que declara valores que no logra poner en movimiento o que se construye desde dogmas trasmitidos en consignas como si los problemas públicos tuvieran una sola gran solución. Ante eso, la promesa real que nosotros aspiramos a encarnar es que, en esa odisea de un mundo lleno de convulsiones y riesgos, representamos el valor de la solidaridad y que somos capaces de encarnar una política eficaz, concreta y ética.

¿Cómo desde la izquierda hacemos plausibles los valores de la solidaridad y la construcción de futuro tan necesarios en el Chile de hoy?. Como dice Daniel Innerarity, la primera condición para abordar esos problemas es respetar una prohibición democrática fundamental: en una sociedad pluralista nadie representa en exclusiva la totalidad de la sociedad, ni siquiera la totalidad de una parte de esa sociedad. La segunda condición es configurar sujetos políticos amplios. No se pueden abordar las cuestiones estratégicas sin acuerdos y ánimo de integración. Es así que nuestra izquierda debe ser capaz de aportar en la construcción de un propósito donde la diversidad no se convierta en fractura, pero las identidades puedan convivir en su diferencia sin imposiciones pero arribando a acuerdos, con políticas concretas y no solo testimoniales. Mientras eso no se inicie, el incentivar solo alianzas electorales o privilegiar solo esa discusión no nos convertirá en un proyecto valioso, robusto y perdurable, ni tampoco hará florecer esta izquierda reformista y realista en la cual orgullosamente habito.