Columna de Natalia Piergentili: Muchos líderes pocos proyectos
Hoy pareciera que el sueño está reducido solo a frases grandilocuentes y vacías de contenidos, ya que los diversos sectores políticos hablan de los dilemas o angustias sociales, pero sin ofrecer respuestas ni esperanza.
Al ver el listado de quienes, por ahora, corren con ventaja en las encuestas de posibles candidatos presidenciales, creo que, con la mitad del periodo presidencial por venir, hablar de esto parece hasta inoficioso. Sin embargo, lo que veo más preocupante es lo poco que se habla del sueño de país, de la visión global y estratégica que todos ellos pretenden representar. Mientras el debate se centra mayormente en establecer las diferencias con quienes gobiernan, pero con muy poca claridad objetiva de cómo lo harían distinto si tuvieran la potestad.
Para ejemplificar esta pérdida de configuración de un sueño, me remontaré al gobierno del Presidente Lagos. Allí el sueño y la visión de país se sustentaban en la idea de sentar las bases de un país moderno, que consolidaba su incorporación al mundo y donde las instituciones funcionaran. Estos elementos eran repetidos cual mantra por el mandatario y prácticamente todas las leyes que envió al parlamento contribuían con esos objetivos, de más está decir que, durante ese gobierno, la infraestructura del país creció y se modernizó como ninguno otro país en la región. Así también ocurrió en el primer gobierno de la presidenta Bachelet donde el sueño era establecer los cimientos de políticas sociales en clave de derechos y no de asistencia y para ello se implementaron valiosas y ahora exportadas políticas públicas como el Chile Crece Contigo sumado a la creación del pilar solidario en materia previsional
Ambos gobiernos tuvieron crisis, catástrofes, complejidades y pugnas internas, pero aun así había un punto de llegada que sirvió de brújula y que era más que la sumatoria de logros sectoriales, sino la concreción gradual de un propósito mayor.
Hoy pareciera que el sueño está reducido solo a frases grandilocuentes y vacías de contenidos, ya que los diversos sectores políticos hablan de los dilemas o angustias sociales, pero sin ofrecer respuestas ni esperanza. Algunos podrán decir que en los 90 y los 2000 era más fácil plantear un camino ya que las brechas eran demasiado evidentes sumado a que en la actualidad los ciudadanos son más demandantes e impacientes. Todo aquello es discutible, porque -aun entendiendo las dificultades de esta época como la menor confianza en el Estado, en la política y en las instituciones- la política está concebida para dar respuestas, pero al mismo tiempo para ser capaz de proyectar, proponer y construir futuros posibles.
Esto que es lo deseado se ve amenazado por la necesidad de mostrar logros dejando en segundo plano acciones a veces invisibles, pero que habilitan respuestas a problemas de fondo. Por ello, cuando no existe un sueño, es difícil hacer pedagogía con la necesidad de gradualidad, de sacrificios y de acuerdos.
¿Cómo imagina o cómo proyecta la derecha o las derechas o la izquierda o las izquierdas el Chile del 2050 en cuanto a estándares de desarrollo económico y humano? ¿Cuáles son los proyectos en materia energética, de conectividad, de infraestructura e institucionales para hacerlo posible? ¿En cuántos gobiernos se implementa aquello? ¿Cómo trabajaremos para tener estándares mínimos de acceso a servicios y a derechos y cómo deberían ser las instituciones que los provean?
La esperanza a la que me refiero no se consigue a través en un discurso mesiánico con una gran oferta de futuro que difícilmente llega. Esta construcción de esperanza requiere acuerdos dentro de cada sector para darle coherencia a la diferencia, requiere que el centro sean las personas y no nuestros dogmas, requiere la generosidad de saber que algunos sembraran y serán otros los que cosechen y requiere también que seamos capaces de que las elecciones se jueguen en la diferencia de las rutas para cumplir ese sueño y no en la consigna atrincherada sin propuestas y con el solo propósito de atacar ojala, en 140 caracteres o con un video de 30 segundos, al oponente.