Columna de Pablo Ortúzar: Subir bajando al resto
En una visión más panorámica, lo que puede verse es que los partidos políticos profesionales llegaron a un nivel de decadencia, desconexión social y pérdida de legitimidad tales, que la élite universitaria fue capaz de desafiarlos -y vencerlos- haciendo relativamente pocas concesiones (y permaneciendo, por lo tanto, como élite universitaria).
La propuesta del gobierno relativa a un nuevo método de Financiamiento de la Educación Superior (FES) que reemplace al CAE permite confirmar al menos dos hipótesis importantes: una, es que nos gobierna la FECH. Es decir, que el lugar desde donde el gobierno observa y decide es todavía, en buena medida, el de la dirigencia estudiantil. Si no, sería muy difícil explicar que, en medio de tantos problemas, el Presidente Boric le entregue este nivel de importancia a un tema que no es ni remotamente prioritario puesto en la balanza general de las necesidades del país. Y si fuera por cumplir con promesas, la lista de pendientes de mayor gravitación es enorme.
La segunda hipótesis, confirmada por el proyecto FES, vinculada a la primera, es que el gobierno reconoce en el mundo estudiantil su núcleo de apoyo. Su nicho. No es sólo que nos gobiernen personas con mentalidad de dirigente estudiantil, sino que reconocen en los estudiantes de educación superior a su base electoral, por lo que apuestan por movilizarlos antes de cada elección. Los estudiantes son el activo político del Frente Amplio.
En una visión más panorámica, lo que puede verse es que los partidos políticos profesionales llegaron a un nivel de decadencia, desconexión social y pérdida de legitimidad tales, que la élite universitaria fue capaz de desafiarlos -y vencerlos- haciendo relativamente pocas concesiones (y permaneciendo, por lo tanto, como élite universitaria). Esto refuerza la idea de que las élites son minorías organizadas con capacidad de organizar: esa capacidad decayó a tal punto entre los políticos profesionales, que fueron sobrepasados por una minoría gremial de un nivel organizacional menor. Muertos los partidos políticos, entramos al gobierno de los gremios y sus intereses por definición estrechos.
Lo que queda por dilucidar es cuáles son los intereses gremiales de la élite política universitaria. Algunos piensan que el movimiento estudiantil, al ser estudiantil, persigue el bien de las instituciones educacionales. Pero eso es falso: ¿Cuáles son las propuestas del movimiento estudiantil para mejorar la calidad de la educación? La respuesta es que no existen. El interés de las mayorías respecto de la educación superior no es obtener educación de calidad, sino obtener un cartón que abra la puerta a mejores expectativas profesionales. Luego, es un interés más estratégico que sustantivo: a casi nadie le interesa que exista educación de excelencia desde el punto de vista del beneficio que ello reporta al bien común. La pregunta que la mayoría se hace es qué hay para mí en eso. Y si creen que no hay mucho, la respuesta será atacar en vez de proteger a las instituciones de excelencia, porque su destrucción mejora la propia posición relativa. De eso se trata la aniquilación del Instituto Nacional y de los demás liceos emblemáticos: nivelar para abajo muchas veces es visto como una oportunidad de subir para los que están abajo. Y, ya que son más, hay más votos ahí que en los defensores de la excelencia. Luego, los intereses que el movimiento estudiantil representa son, principalmente, los de estudiantes de rendimiento medio a bajo que pretenden mejorar sus chances. No hay una visión del bien común detrás de ellos (y, por lo mismo, se puede dudar que representen efectivamente una mirada de izquierda, más allá de su retórica aglutinante).
Esto nos permite aclarar por qué a los frenteamplistas que ayudaron a diseñar y ejecutar las reformas educacionales de Bachelet les daba -y les da- exactamente lo mismo el daño sustantivo que tanto la no selección como la gratuidad universitaria producen en la calidad de la educación, así como la mayor segregación resultante. No es su tema. Y ahora, juzgando por lo que se ve de la propuesta de financiamiento presentada, quieren llevar ese daño un paso más allá, socavando las instituciones universitarias de excelencia que hayan sobrevivido a los perversos efectos sistémicos de la gratuidad. Bajo el tronar de los aranceles de referencia fijados por la burocracia fiscal, perecerán desde el primer hasta el último foco de luz de la nación. Todo entre los aplausos de los que prefieren la noche, porque hace negros a todos los gatos.
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