Columna de Paula Escobar: Bienvenida paridad
¿Cuántos hombres perderán su pega?”, se preguntó el convencional Bernardo Fontaine vía Twitter cuando se aprobó en el pleno, este viernes, el artículo que consigna que Chile es una “democracia paritaria”, por 109 votos a favor (más de ⅔), 28 en contra y siete abstenciones, y que ya pasó al borrador de la nueva Constitución. Plantea que “el Estado reconoce y promueve una sociedad en la que mujeres, hombres, diversidades y disidencias sexogenéricas participen en condiciones de igualdad sustantiva”.
Esta condición -continúa- será “reconociendo que su representación efectiva en el conjunto del proceso democrático es un principio y condición mínima para el ejercicio pleno y sustantivo de la democracia y la ciudadanía (...). “Todos los órganos colegiados del Estado, los órganos autónomos constitucionales y los órganos superiores y directivos de la Administración, así como los directorios de las empresas públicas y semipúblicas, deberán tener una composición paritaria que asegure que, al menos, el 50 por ciento de sus integrantes sean mujeres”, señala.
Esto es histórico, en primer lugar, porque seriamos vanguardia en materia de género. “El primer país del mundo con una noción de paridad flexible que hace que no se vuelva un techo para las mujeres que han estado históricamente excluidas del poder”, como explica Julieta Suárez Cao, profesora de la PUC y miembro de la Red de Politólogas. (Hay países, como México, donde está garantizada la paridad de 50/50).
En segundo lugar, porque quedará anclado en la Constitución un amplio anhelo, de una de las fuerzas políticas y culturales más gravitantes hoy, como es la igualdad sustantiva de derechos entre hombres y mujeres. La definición misma de feminismo que, por más que sectores ultraconservadores lo quieran descalificar, es “la revolución más positiva, benigna y pacífica de la historia”, según Yuval Noah Harari, el historiador y best seller israelita.
Esto habilitará que se incluya y potencien tantos talentos, habilidades y capacidades que la sociedad se ha perdido. Muchas mujeres han sido invisibilizadas, excluidas o menoscabadas a lo largo de los continentes y de la historia, y ¡hasta de la prehistoria!, como relató ayer en La Tercera la experta francesa Marylène Patou-Mathis. Todo por culpa de un sistema patriarcal normalizado y naturalizado. “La fuerza del orden masculino se descubre en el hecho de que prescinde de cualquier justificación: la visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en unos discursos capaces de legitimarla”, como escribió Pierre Bourdieu en La dominación masculina.
Desmontar las desigualdades estructurales en materia de género y cambiar las dinámicas de poder hace necesario e histórico que haya quedado consagrado en el borrador de la nueva Constitución. No es la única desigualdad que debemos enfrentar, por cierto, pero es un enorme avance, un nuevo piso civilizatorio en nuestro país.
Y yendo a las preocupaciones del convencional Fontaine, variados estudios documentan que con la paridad o la acción afirmativa, quienes pierden son los hombres que ganaron su espacio a costa de excluir contendores en la carrera. Uno muy interesante se llama Cuotas de género y la crisis del hombre mediocre: teoría y evidencia de Suecia, publicado en 2017 en American Economic
Review. Con más humor lo explica Marjane Satrapi, la célebre autora del cómic Persépolis: “Cuando empezó este movimiento (feminista), escuché a un hombre decir que ahora les darían muchas películas a mujeres mediocres que harían películas mediocres… Le dije: claro, pero por 100 años les dieron todas las películas a hombres mediocres que hicieron películas mediocres”.
Quienes creen en el mérito nada debieran temer. Y es de toda justicia recordar que esto no sería realidad sin la paridad que existe hoy en la Convención, que les permitió habitar ese espacio en igualdad de condiciones, y que fue posible porque mujeres de distintos partidos, movimientos, de los distintos tipos de feminismos, se unieron en pos de un objetivo que hoy se comprende en toda su magnitud: nunca más sin nosotras.
Y tampoco sin “ellos”, convencional Fontaine. No intente enmarcar esto en una dinámica de guerra de sexos, buscando alienar a hombres que, por lo demás, también son hijos, padres, hermanos y amigos de mujeres, que las han visto luchar y enfrentar una cancha tan a menudo desnivelada. En el sentido inmediato y práctico, las normas transitorias establecerán cómo y cuándo se harán aquellos cambios. Y en el sentido profundo, tome en cuenta que la democracia paritaria les dará a sus hijas y a las nuestras la posibilidad de pararse -nada más y nada menos- que en igualdad de condiciones en nuestro país. Y eso se llama, simplemente, justicia.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.