Columna de Paula Escobar: ¿Qué pasó con la paridad?

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No hay duda: los resultados de las elecciones municipales y regionales de este año representaron un claro y preocupante retroceso en materia de igualdad de género. En las 345 comunas del país, solo 56 mujeres ganaron (16,2%), bajando 0,9% respecto de 2021. En cuanto a concejalías y cores, el número de electas asciende a un 33,5% y a un 32,5%, respectivamente. Y hubo ¡cero! en gobernadoras.

Además de los datos, también hay un componente subjetivo en desmedro de las mujeres. Según los resultados del Balance 2024 de Descifra, en la pregunta acerca de cuáles fueron las derrotas más importantes de la última elección, los tres primeros lugares se los llevaron Irací Hassler, Karla Rubilar y Marcela Cubillos.

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Tres mujeres. Tres mujeres que tuvieron fracasos electorales significativos, qué duda cabe. Rubilar y Cubillos perdieron frente a candidaturas que sorprendieron con descollantes triunfos. Matías Toledo (Puente Alto) y Catalina San Martín (Las Condes) pasaron a la primera división política de modo rutilante. Irací Hassler (PC) , por su parte, tenía difícil la reelección, pues ningún alcalde (desde Jaime Ravinet) ha logrado reelegirse en Santiago. Sin embargo, la magnitud de su derrota frente a Mario Desbordes estaba fuera de cálculo.

No se trata, entonces, de soslayar o minimizar estas derrotas por el hecho de ser mujeres. Pero llama la atención que otras bulladas y significativas derrotas masculinas no hayan calado tan hondo en la memoria de las personas, según esta encuesta. Por ejemplo: la madre de todas las batallas (entre los Orrego) tuvo de perdedor a Francisco. O el urbanista Iván Poduje, otra derrota muy notoria en Viña del Mar, de un candidato que perdió a pesar del apoyo cerrado de todas las derechas, y que hizo una campaña especialmente adversarial. O el fracaso total del exsenador Alejandro Navarro (Ind.-FRVS), quien logró solo un 27,35% de los votos frente al contundente 72,65% del independiente-UDI Sergio Giacaman.

Este panorama, el de los datos y el de la apreciación subjetiva- configuran un desastroso resultado para las mujeres en la última elección, en un país que hizo -recién- dos procesos constitucionales con paridad de género. Recordemos que no solo la Convención fue paritaria, sino que lo fueron el Consejo Constitucional, el Comité Experto y el de los llamados “árbitros”. Todos fueron presididos por mujeres. Aparecieron liderazgos de amplia variedad política, unas muy sólidas, otras menos, igual que lo que pasa con los hombres. Solo faltaba el impulso (incentivo, obligación, como sea) para que surgieran figuras en todos los sectores políticos.

Y ahí está el problema. Sin incentivos, los partidos vuelven a fojas cero. No parece haber habido problemas de demanda, sino más bien de oferta; una cancha dispareja. Al no haber ni paridad ni ningún tipo de cuota de candidaturas para las municipales y regionales (como sí lo hay, transitoriamente hasta 2029, en parlamentarias), los partidos claramente volvieron a su comportamiento habitual. Y las mujeres quedaron rezagadas ya desde el punto de partida. Según un análisis del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), solo un 25% y 23% de los candidatos a alcaldes y gobernadores, respectivamente, fueron mujeres, lo que se tradujo en una lógica de una de cada cuatro. Según un estudio de La Tercera, solo en 36 comunas del país (10,4%) se alcanzó la paridad de género en las candidaturas a alcaldes y alcaldesas.

Otro estudio, de las escuelas de Gobierno, Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez, mostró que estos números deficientes de candidaturas de mujeres se dan en el más amplio espectro político: en Chile Vamos, las mujeres fueron el 21% de sus candidatos a alcaldías, 39% en los concejales, 19% en los gobernadores y 29% en los consejeros regionales. En la alianza Contigo Chile Mejor (oficialismo más la DC) las mujeres candidatas fueron respectivamente 26%, 41%, 23% y 36%. El Partido Republicano, por su parte, llevó 25%, 34%, 29% y 26% de mujeres candidatas, respectivamente. El estudio muestra que la representación femenina fue especialmente baja en el Partido Liberal y el Movimiento Amarillos por Chile, donde las candidaturas fueron 100% masculinas. Los partidos que obtuvieron una mayor cantidad de alcaldesas electas son el Frente Amplio (FA), con un 60%; el Partido Comunista (50%) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), con un 27,3%. El resto de las 11 formaciones que han competido no supera el 20%, incluso algunas, como el Partido Radical y republicanos, no cuentan con ninguna, según un análisis realizado por la Asociación de Municipalidades de Chile (Amuch).

“Hay un bajo porcentaje de mujeres electas, sobre todo en alcaldías. Se explica en gran parte porque hay pocas mujeres candidatas”, señala el estudio UAI, que agrega que el fenómeno “no parece ser un problema de demanda”.

Este diagnóstico parece el más razonable y corresponde, entonces, alguna medida de acción afirmativa para las municipales y regionales. Como decíamos, la ley de cuotas vigente hoy solo aplica para las elecciones parlamentarias y es de carácter transitorio. A partir de las elecciones parlamentarias de 2017 hasta las de 2029, ni los candidatos hombres ni candidatas mujeres pueden superar el 60% del total. Con su primera aplicación se logró un incremento de cerca de siete puntos porcentuales, superior a los 1,6 puntos promedio con los que se venía avanzando desde 1989. De 15,8% de representantes mujeres se aumentó a 22,6% en la Cámara de Diputados y a 23,3% en el Senado (de seis a 10 senadoras, de un total de 43 escaños). Desde 2022 existe un 35,5% de mujeres en la Cámara y un 24% en el Senado.

Esta medida es transitoria y dura hasta la elección de 2029. A la luz de los resultados de 2024, entonces, urge ampliarla a las elecciones municipales y regionales, y además, prolongarla más allá del 2029. Eso como medida básica, además de volver a hablar de paridad en el debate público. La importancia de que haya una representación igualitaria en los espacios de poder y, en consecuencia, remover los obstáculos que persisten para que la cancha sea pareja. No se trata de pedir privilegios, sino de que la carrera tenga reglas justas. Que no se excluya a quienes teniendo los méritos, son tratadas de peor manera por el hecho de ser mujeres, como pasó en este caso. No puede haber meritocracia si se ponen cortapisas de entrada a un grupo de la población. Y no hay democracia sin la participación activa de las mujeres, la mitad de la población, y no solo en el voto, sino en las posiciones de liderazgo.

Por último, la dimensión simbólica también es relevante. No es aventurado pensar que los estereotipos tradicionales de género juegan un rol en que la derrota, cuando es femenina, sea más notoria y visible, y que se pondere como definitiva, casi como una lápida. El sexismo en política existe, y puede adquirir distintas caras, siendo las más comunes el volverlas invisibles o mostrarlas como incompetentes (Violence against Women in Politics, Mona Lena Krook). Todo ello tiene implicancias en el acceso y la permanencia de las mujeres en el espacio público.

Y en política -como en tantas dimensiones de la vida-, para las mujeres sigue siendo más difícil ganar y mucho más costoso perder.

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