Columna de Ricardo Lagos: 500 años después el mismo desafío, anticipar, descubrir, innovar
Hace 500 años, el portugués Hernando de Magallanes debió recurrir a sus mejores argumentos y apuestas de futuro para convencer a geógrafos y monarcas que el globo podría ser otro si, navegando hacia el oeste, encontraba el paso por donde cruzar hacia este Nuevo Mundo, aún ignoto, y llegar a las Molucas, o Islas de las Especias. Cinco siglos después, otro portugués, Antonio Guterres, secretario general de la ONU, trata de convencer al mundo de que hay un superávit de desafíos globales, cada vez mayores, cuya solución es una sola: actuar en conjunto, atreverse a innovar y asumir un gran cambio, donde una nueva conciencia planetaria es fundamental.
“El virus es la principal amenaza a la seguridad global en nuestro mundo actual. Debemos hacer mucho más para abordar las fragilidades globales que el virus ha expuesto (…). Incluso antes de la pandemia, el mundo se estaba desviando mucho en sus esfuerzos por erradicar la pobreza y estábamos perdiendo la batalla contra el cambio climático. (…) Debemos trabajar unidos para lograr las metas del Desarrollo Sostenible”, dijo Guterres al inaugurar la Asamblea General de la ONU de este año.
Para Magallanes se trataba de demostrar una realidad que intuía, pero sin mapas: Colón no supo que este era un continente aún desconocido por Europa y Américo Vespucio lo proclamó tras recorrer buena parte de la costa sudamericana y su nombre quedó unido a estas tierras desde los primeros mapas. Pero eso era todo. Había que documentar una hazaña de proporciones y por eso Magallanes llevó al cronista Antonio Pigafetta para describir lo que viera. ¿Dónde estaría el paso que suponía hacia ese Mar del Sur, ya divisado por Vasco Núñez de Balboa desde Panamá? Cuando tuvo la certeza de haberlo encontrado, ese 1 de noviembre de 1520, lo llamó Estrecho de Todos los Santos y se lanzó a la inmensidad de aquel océano. Tres años después, con Magallanes fallecido en una de las islas, la nave Victoria regresó al puerto de San Lucar de Barrameda comandada por Sebastián Elcano, con sólo 18 hombres débiles y hambrientos, pero con suficientes especias en sus bodegas. Habían dado la vuelta al mundo por primera vez y aquello transformaría todas las visiones de su tiempo, generando una gran disputa por el dominio de los océanos, que enfrentó especialmente a España e Inglaterra.
Hoy, el portugués Guterres ve cómo crece otra confrontación: la de Estados Unidos y China. Y sabe que una nueva Guerra Fría es un desastre para las tareas emergentes, ya definidas en la Agenda 2030. Al igual que Magallanes, para quien la meta era clara pero la ruta desconocida, para Guterres la meta es, por ejemplo, bajar la emisión de gases de efecto invernadero, pero no hay claridad acerca de las vías para lograrlo. En 2015 hubo acuerdo en París, tras las negociaciones entre China y Estados Unidos; hoy, ese consenso flaquea, dado el retiro determinado por Trump tras llegar a la Casa Blanca.
Este quinto centenario de la hazaña de Magallanes al servicio de España encuentra a América Latina en un cambio de época donde, desgraciadamente, desde un punto de vista político, está como nunca falto de una sola voz. La pandemia ha demostrado que la fragmentación es extrema y la carencia de coordinación, una constante. Los efectos de la crisis nos encuentran desintegrados, sin capacidad de pensar o actuar juntos. No tenemos los consensos esenciales, ni una mirada común que nos valide para incidir en la nueva realidad planetaria.
Guterres se refirió a este hecho en el Consejo de Seguridad, al abordar la situación global: “Si respondemos con la misma desunión y caos que hemos visto este año, me temo lo peor”, dijo. Por eso, el desafío de coordinación básica para América Latina se hace esencial. La pandemia nos reclama un espacio político global para enfrentar amenazas como ésta, que no se acaba en la Organización Mundial de la Salud. Así como existe la Conferencia de las Partes en el Medio Ambiente –la COP–, es urgente contar con un foro donde expertos y entidades sociales se expresen, y donde las decisiones de mediano y largo plazo respondan a decisiones políticas de cada Estado miembro.
Aquí en Chile, la conmemoración de los 500 años del descubrimiento del Estrecho nos debe importar por dos razones. Por una parte, porque por siglos determinó la navegación entre Atlántico y Pacífico, en un territorio cuya soberanía chilena fue la preocupación principal de O’Higgins antes de morir. Por otra, porque así como por siglos fue clave para el tránsito del comercio mundial y la navegación internacional, dejó de serlo cuando una innovación –el Canal de Panamá y sus esclusas entre Atlántico y Pacífico- determinó otra forma mejor para la navegación entre un océano y otro.
La historia enseña. Hay que preguntarse cuánto nos estamos preparando, en Chile y en América Latina, para navegar por los océanos digitales, aquellos cuyos rincones sociales y políticos aún son “tierras ignotas”. Guterres intuye en las Naciones Unidas que el mundo empieza a vivir un gran cambio. Acá debemos asumirlo con fuerza, mirando lo planetario y lo local, al emprender la tarea de un nuevo orden constitucional para el país que viene. Anticipar, descubrir, innovar, son los desafíos que la historia nos llama a considerar para construir un mundo donde el ser humano, la naturaleza y la vida configuren un todo coherente y donde podamos ser, además, todos iguales en dignidad.
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