Columna de Ricardo Lagos: Agitación y cambios en la geopolítica de 2022
En 1992, la reina Isabel II calificó ese año como un “annus horribilis” para su familia y para Reino Unido. Treinta años después, ese calificativo se podría usar para este 2022, pero ya no abordando a un solo país, sino que al mundo entero.
En muchos sentidos, 2022 parece llamado a dejar sólo una huella negativa y crítica en el ámbito internacional, en el que hemos tenido las devastadoras consecuencias de dos años de pandemia y de la guerra en Ucrania, mientras avanza una inflación desatada en parte por las reformas livianas de la Reserva Federal de Estados Unidos. Estas situaciones han provocado, por ejemplo, un alza en el valor de los alimentos de más de un 40%, escenario perfecto para el aumento de un flujo migratorio sin reglas y estigmatizado, y un incremento de la emergencia de los movimientos sociales.
Pero las cosas vienen de antes. La emergencia sanitaria provocada por el coronavirus solo vino a iluminar, de forma dramática, desigualdades ya existentes en el mundo. Por primera vez, no tener Internet o no contar con un computador significó carecer de acceso a la educación. Millones de niños en el mundo sufrieron la interrupción de su aprendizaje y, en muchos casos, terminaron en la deserción escolar (solo en Chile esta cifra aumentó un 24% respecto a 2019). Pobreza y cesantía fueron en aumento y recibimos 2022 con países devastados por la crisis económica y social, pero a la vez con la esperanza de que la pandemia, gracias a las vacunas, daba un respiro para iniciar el proceso de recuperación.
Poco duró esa esperanza. El 24 de febrero el mundo entero vio como Rusia cumplía con su amenaza de invadir Ucrania. Lo que muchos pronosticaron como un conflicto corto, derivó en una guerra aún sin término ni tregua. Si bien en un principio los avances rusos arrasaron, tras recibir el apoyo militar de la Unión Europea y Estados Unidos, Ucrania comenzó la contraofensiva. De pronto, en una guerra que parecía de David contra Goliat, David demostró su fuerza. Y Volodimir Zelensky, presidente de Ucrania, se empinó como un gran líder en el escenario internacional, que luchaba por defender la integridad de su territorio y las decisiones democráticas de su pueblo. La paradoja es que hasta ahora Rusia, con todo su poder militar, ha sido incapaz de someter a Ucrania, ha debido retirarse de parte del territorio “conquistado”, ve con temor la proximidad del invierno mientras Putin ha perdido fuerza en el tablero internacional.
Es claro que la pandemia y la guerra han agitado con fuerza el mapa geopolítico, y han conducido a la pregunta que muchos se hacen: ¿Estamos frente a otra Guerra Fría? Pero la verdad es que, en comparación con la anterior, entre la Unión Soviética y Estados Unidos, la tensión actual entre Washington y Beijing es totalmente distinta. Se trata de dos países con economías muy entrelazadas donde, al parecer, según los dichos de Joe Biden y Xi Jinping tras su último encuentro, ninguno quiere ni ve posible una Guerra Fría como la del pasado.
“Desde mi punto de vista, compartimos la responsabilidad de demostrar que China y EE.UU. pueden gestionar sus diferencias, evitar que la competición se convierta en conflicto, y buscar maneras de trabajar juntos en cuestiones globales urgentes que requieren nuestra cooperación mutua”, declaró el mandatario norteamericano. Por su parte, Xi Jinping fue elocuente: “Esperamos que Estados Unidos trabaje junto con China, manteniendo de manera apropiada las diferencias bajo control, promoviendo mutuamente una cooperación beneficiosa, y evitando malentendidos y errores de juicio, para impulsar las relaciones EE. UU.-China de vuelta al buen camino para un desarrollo estable y saludable”.
En consecuencia, después de este 2022 de transformaciones y crisis profundas, lo que está en juego para el mundo es de otro carácter. El diálogo de Biden y Xi sugiere tres espacios de acción concreta en los que el mundo tendrá que moverse: cooperación, competencia, confrontación. Cualquier cruce o descuido entre ellos aumentará las tensiones y las incertidumbres.
Cooperar para frenar la crisis climática, para enfrentar las consecuencias de la pandemia y para buscar soluciones a la falta de alimentos y de agua. Competir, de manera ineludible, en áreas tecnológicas e innovaciones como la Inteligencia Artificial o la nanotecnología, que de aquí a la mitad del siglo transformarán la vida en el planeta. Y abordar la confrontación generada en diversas instancias por perspectivas geopolíticas distintas, con diálogo franco y por cauces políticos, evitando caer en el enfrentamiento extremo sustentado en el poder militar.
En suma, este 2022 nos indica que habrá que caminar hacia adelante en puntillas, cuidando no romper los precarios equilibrios por los que avanzamos en este siglo, caracterizado por los cambios constantes. Por un lado, está Occidente, conformado por Estados Unidos, la Unión Europea y su entorno, junto a América Latina, Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur. Un bloque marcado por la permanente defensa de sus sistemas democráticos y con valores y una historia reciente compartidos. Por otro, está Oriente, encabezado por esa enorme potencia que es China, con una mirada de largo plazo reforzada tras el XX Congreso del Partido Comunista y la reelección de Xi. Pero también está India que, más allá de tensiones latentes, se ha acercado a China, transformándolos en actores claves que desde Asia llaman a cambiar el mundo. Una posible alianza entre ambos países involucraría más del 50% de la población mundial, lo que resultaría trascendental para el devenir del planeta.
Hace poco, en un foro del New York Times en Atenas, se preguntaron: ¿cómo se van a entender Aristóteles y Confucio en el siglo XXI? A lo mejor en las posibles respuestas a esta pregunta están las certezas que el mundo necesita para los tiempos que nos deja este 2022.
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