Columna de Ricardo Lagos: Elecciones presidenciales en México, Estados Unidos y la unidad de Latinoamérica
Este 2024 traerá dos elecciones presidenciales y parlamentarias claves en América del Norte, cuyas irradiaciones tendrán eco en todo el mundo: el 2 de junio será la elección presidencial en México y el 5 de noviembre en Estados Unidos. Ambos procesos generan muchas preguntas, pero tal vez las más importantes son: ¿cuánto incidirán en los desafíos del siglo XXI y cuánto en las actuales confrontaciones heredadas del siglo XX?
Un hecho está claro: el 1° de octubre, México tendrá por primera vez una mujer en la Presidencia de la República. Esto, porque dos mujeres encabezan la carrera electoral, con estilos muy distintos, pero a la vez con apoyo de bloques partidarios que expresan casi el mapa político completo del país. Claudia Sheinbaum, la exalcaldesa de la capital, ganó las primarias y pasó a ser la candidata del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), que llevó a la presidencia al actual gobernante, Andrés Manuel López Obrador. Al frente está Xóchitl Gálvez, que aglutina a formaciones de ideología diversa, entre ellas al derechista Partido de Acción Nacional (PAN), mayoritario en la coalición, y al histórico PRI. Según reflejan los sondeos y el 70% de respaldo que hoy tiene el mandatario mexicano, todo indica que la ganadora será la exalcaldesa.
Por cierto, considerando la tradición social de México, es un gran paso que una mujer ocupe el cargo más importante en la gestión del país. Es una aproximación histórica al siglo XXI y la forma como se entiende, cada vez más, cuál debe ser la participación igualitaria de la mujer en la sociedad. El desafío para la futura mandataria será grande porque, más allá de llegar al sillón presidencial, la prueba del cambio estará en la forma como el entorno gubernamental y toda la sociedad acepte esa nueva conducción de la patria mexicana. Seguro, no será fácil, pero esencial para el devenir del México en este siglo.
En Estados Unidos las tendencias del momento hacen suponer que la elección se dará entre el actual mandatario Joe Biden y su antecesor, Donald Trump. Para diversos analistas, éste lleva las de ganar, no obstante haber impulsado el asalto al Capitolio y su no reconocimiento hasta ahora de que perdió la última elección. Biden asume que su manejo de la economía le da un soporte importante y que impondrá el poder de la sabiduría y la experiencia por encima de quienes le critican por la edad. Pero está por verse si su obstinación en respaldar a Israel en la masacre producida en Gaza no le jugará en contra de manera definitiva. Si bien no tiene un candidato fuerte en contra para las primarias demócratas, salvo si mismo, se ve un panorama aún lleno de interrogantes.
Por otra parte, el último fallo de la Corte Suprema de Colorado abre un nuevo frente para la candidatura del expresidente: el pasado 19 de diciembre, el tribunal dictaminó que Trump está “descalificado” para ocupar un cargo público y debe ser eliminado del voto del estado de cara a las presidenciales de 2024. Esta decisión se basa en la disposición recogida en la 14ª Enmienda a la Constitución, que veta a todo aquel que incurra en actos de “insurrección o rebelión” para ser considerado legalmente como un aspirante a puestos federales y, en este caso, a la Casa Blanca. El fallo queda suspendido hasta el 4 de enero próximo, por lo que está sujeto al procedimiento de apelación iniciado. A los partidarios de Trump el asunto no les importa porque suponen que, si el proceso llega a la Corte Suprema de Justicia, será otra oportunidad para mostrarle al país sus argumentos. En todo caso, las primarias republicanas a comienzos de marzo tendrán la palabra final sobre la candidatura de Trump.
Frente a ambas elecciones, desde América Latina hay un dato a poner sobre la mesa. Ni en el actual gobierno de México ni en el de Estados Unidos, la relación con el resto del continente tuvo mayor relevancia. Se cumplieron ciertos ritos, hubo Cumbre de las Américas, pero de ella no surgió una política sólida y novedosa de Washington hacia el resto de la región. Cuando la Casa Blanca miró hacia el sur dejó claro que sus prioridades estaban en la migración y el narcotráfico. Nada más. El presidente de México, a su vez, sólo participó en encuentros latinoamericanos cuando ocurrieron en su país. Su único viaje en seis años hacia el sur fue para la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile. Los ojos siempre los tuvo en otro lado, especialmente hacia interior del país y la interacción desde allí con Estados Unidos y Canadá. Si bien es cierto que los latinoamericanos poco o nada hemos hecho para impulsar con unidad un buen diálogo hemisférico, vemos que estamos en uno de los momentos de mayores fracturas en la región. Ahí está el caso de Argentina, Brasil y México, todos parte del G20, pero que nunca se articulan para construir una posición común frente al devenir mundial.
¿Habrá cambios en los vínculos de esa América del Norte con el resto del hemisferio a partir de los resultados de estos dos procesos electorales? Es una pregunta abierta. Que una mujer llegue a la Presidencia en México es esperanzador. Y ojalá en los debates de la elección en Estados Unidos haya más siglo XXI global y menos Guerra Fría.
Pero la clave para otro diálogo entre el norte y el sur hemisférico nos reclama construir mayor unidad regional. Dejar de lado lo que nos fragmenta y aprender a hablar de cooperación con agenda concreta y contemporánea. Pensar más en la gente y menos en las zancadillas políticas.