Columna de Ricardo Lagos: Nuestro litio y el cambio climático

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Foto: Istock.


¿Dónde están las luces rojas, las líneas que no cabe cruzar en esta época del mundo? Está la guerra, sí. Está la carencia de alimentos y otras urgencias golpeando la puerta. Pero nada igual a lo dicho por la Organización Meteorológica Mundial en su informe anual, publicado en el marco del Día de la Tierra: los últimos ocho años fueron los más cálidos de la historia del planeta desde que se tiene registro. Con un aumento de 1,15 grados centígrados por encima del promedio preindustrial, el avance del cambio climático es devastador.

Los efectos están ante nuestros ojos. Los niveles globales del mar están aumentando a más del doble que hace veinte años, superando su volumen en 10 centímetros. El mundo está azotado por el calor, la sequía y los incendios. En Corrientes, Argentina, los incendios consumieron más de un millón de hectáreas, afectando al 12% de la superficie de la provincia. En el Reino Unido se alcanzó por primera vez los 40 grados centígrados durante el verano, mientras que países como India y Pakistán vivieron las inundaciones más grandes de las últimas décadas. La extensión del hielo marino de la Antártida retrocedió a mínimos nunca vistos y el deshielo de algunos glaciares europeos alcanzó niveles sin precedentes.

Todas estas cifras son resultado directo de la acción del ser humano sobre la Tierra en estos últimos 250 años. Desde entonces, se ha vivido y explotado al planeta bajo la concepción de que es infinito, olvidando que justamente no lo es y que los gases de efecto invernadero pueden generar condiciones donde el mismo ser humano ya no pueda habitar más en su planeta. En 1769, James Watts solicitó la patente para una máquina que revolucionó las formas de producción (y de vida) de los seres humanos. Con la aparición del vapor como energía mecánica se comenzó a quemar combustibles fósiles (carbón o petróleo) en enormes cantidades que, además de movilizar las máquinas, emiten gases invernaderos que se quedan atrapados por 120 años en la atmósfera. Esto impide que los rayos del sol que caen sobre la tierra se eliminen, dejándolos atrapados y subiendo la temperatura. Este es el efecto invernadero.

En 1979 comenzaron con fuerza las advertencias, en la 1.ª Conferencia Mundial sobre el Clima, convocada por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en donde por primera vez se dijo en voz alta que el calentamiento global podría afectar la vida humana en el planeta. Desde ahí se sucedieron una serie de encuentros para discutir políticas y acuerdos al respecto. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado en 1988, fue mostrando, en sucesivos informes y con fundamentos científicos y técnicos cada vez más serios, que el problema era grave. Pero nunca se logró un compromiso real por parte de potencias como la Unión Europea, Estados Unidos y China para abordar el tema. Y, en definitiva, las decisiones mayores siempre deben tomarlas los gobiernos.

El cambio vino en 2015 en la COP21 de París. En esa ocasión, China y Estados Unidos fueron protagonistas, al establecer compromisos concretos para detener la emisión de gases invernadero y evitar el punto de no retorno. Se fijó como objetivo común limitar el aumento de las temperaturas en 1.5 grados centígrados. Si bien se han hecho avances, estos son mínimos comparados con la gravedad de la crisis. De acuerdo al informe de la Organización Meteorológica Mundial, las concentraciones de los tres principales gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, metano y óxido nitroso) alcanzaron en 2022 los niveles más altos jamás observados. China, Estados Unidos e India son las principales potencias emisoras del mundo. Juntas acumulan más del 50% de los gases de efecto invernadero, por lo que es urgente que impulsen ya nuevos acuerdos.

Hay planes y hay decisiones a aplicar. Y en esta carrera contra el cambio climático, el litio es un protagonista indiscutido al ser un componente fundamental para almacenar las energías producidas por fuentes renovables. Eso tiene una derivación geopolítica: Sudamérica está en el centro de las proyecciones a futuro ya que Argentina, Bolivia, Chile y Perú concentran más del 80% de las reservas de este elemento en el planeta.

Por eso, si la Estrategia Nacional del Litio es oportuna y necesaria para el desarrollo de Chile, también es de alta urgencia para el devenir del mundo. Y hay una coincidencia que llama a reflexionar. Sólo pocas horas antes que Naciones Unidas entregara el Informe sobre Cambio Climático, el Presidente Gabriel Boric, remarcó esa relación: “Chile tiene las mayores reservas de litio del mundo, un mineral que, al estar en las baterías de almacenamiento de energía, de autos y buses eléctricos, resulta clave en la lucha contra la crisis climática y es una oportunidad de crecimiento económico que difícilmente se vuelva a repetir en el corto plazo”.

Por eso, más allá del devenir que tendrá la política del litio en Chile –ahora claramente definida para elaborar reglas, acuerdos y proyecciones de largo plazo–, lo que aquí ocurra tendrá que ver directamente con la batalla global por contener los estragos que el cambio de la temperatura planetaria deja por todos los continentes. Es urgente actuar y ponerse de acuerdo porque, si no se toman medidas ahora, vamos camino a la destrucción, así de claro y definitivo. El futuro de la vida del ser humano en el planeta, en alguna medida, hoy también está en nuestras manos.