Columna de Ricardo Lagos: Ucrania, de una guerra incendiaria ¿a una guerra fría?
Parece expandirse un aire de nueva Guerra Fría. Si así ocurre, será distinta, mucho más compleja y multipolar. ¿Y América Latina? Sin voz común, sólo le queda una opción: asumir las consecuencias. Y no serán pocas.
Cuando Rusia lanzó el primer misil contra Ucrania, el 24 de febrero, un mundo se desmoronó. La guerra regresó a Europa, con sus sinsentidos, sus horrores y su dolor. Y regresó en un momento en que era posible pensar que en foros como el G20, o incluso en Naciones Unidas, los diálogos civilizados podían evitar los enfrentamientos. Ya no. El espacio de negociaciones verdaderas ya no se ve.
Los orígenes de este conflicto se remontan a la caída del muro de Berlín, en 1989, y a la desintegración de la Unión Soviética, dos años después. Europa cambió. Países del este, como Polonia, Hungría y otros, buscaron dejar atrás la influencia de Moscú y unirse a la Unión Europea. Y, al mismo tiempo, se sumaron a la OTAN que así, junto con mantener su vigencia, acercó su poder militar a las fronteras de Rusia. En 2007, en la Conferencia de Seguridad Europea en Munich, Putin señaló su rechazo a esa estrategia, pero no pudo ir más allá. Se concentró entonces en actuar en aquellos países que habían sido parte de la URSS: en Chechenia, en Georgia y en 2014 ocupó la península de Crimea, en Ucrania. Aquello pudo haber sido una advertencia para la Unión Europea, para entrar en un debate sobre seguridad con Rusia. Pero no se dio.
El propósito de Ucrania bajo el gobierno del presidente Volodimir Zelensky, de sumarse a la Unión Europea y ser parte de la OTAN precipitó la ira de Putin. A un mes del primer ataque y más allá del resultado militar, es posible vislumbrar las consecuencias que esta guerra tendrá para la Federación Rusa, la Unión Europea y el resto del mundo. El costo político de este enfrentamiento será enorme para Putin, por la soledad en que lo sitúa. En tanto, Zelensky se empina como el gran líder de su país y el defensor de los valores democráticos.
En el Kremlin no imaginaron la fuerza que tendría el uso del poder económico como castigo por la agresión y hoy ven cómo golpea a su país y su sociedad. Excluir a siete bancos comerciales rusos del sistema internacional bancario de pagos y transacciones, la red Swift –incluido su Banco Central–, produjo un impacto nunca antes visto en esa economía. Previendo la guerra, el Banco Central de Rusia vendió en 120 mil millones de dólares sus bonos y los convirtió en reservas de oro en bancos internacionales. Pero, sin acceso al Swift, esos activos están congelados de la misma forma que los retornos por petróleo y gas.
Antes de la guerra, Rusia exportaba petróleo por 700 millones de dólares al día y gas por 400 millones dólares diarios. Ambos productos sumaban anualmente el 50% de las exportaciones y el 28% del presupuesto nacional. Por esto, Putin ha considerado el embargo económico a Rusia como una agresión que amerita una “respuesta nuclear”. ¿Responderá así? Probablemente no, pero allí se demuestra cómo, en el futuro, el control cibernético de las finanzas puede ser tanto o más potente que una división de tanques: el índice MSCI Russia acumula hoy una pérdida de patrimonio bursátil de US$ 247 mil millones.
Los efectos negativos de esta guerra se extenderán por todo el planeta. En primer lugar, en el resto de Europa, cuya fuerte dependencia del gas y petróleo ruso le pasará la cuenta. El continente depende en el 27 % del petróleo ruso, un 41 % del gas y un 47 % del carbón. También están las pérdidas de los exportadores europeos, especialmente de Alemania, que no podrán vender maquinarias y tecnologías a Rusia. Según la OCDE, aunque los países en conflicto representan menos del 3% del PIB mundial, globalmente son importantes proveedores de materias primas –no solo gas o petróleo– y representan el 30% de las exportaciones de trigo, y el 20% de las de maíz, junto a otros productos como el níquel o el paladio. En síntesis, Europa perderá dos puntos porcentuales de crecimiento, y el resto del mundo, uno.
En Estados Unidos, donde las últimas cifras de empleo resultaron muy positivas dada la curva en descenso del Covid-19, los efectos de la guerra se sintieron inicialmente fuertes en la bolsa. Dos semanas atrás, el precio del petróleo estadounidense saltó a 115,7 dólares por barril, su precio más alto desde 2008; y el petróleo Brent, que estaba en 96,8 dólares el 23 de febrero, esta semana llegó a 121 dólares. Y los rendimientos de los bonos del Tesoro a diez años cayeron de 1,84% a 1,74%.
Más allá de estas y otras cifras están las evidencias de un cambio geopolítico mundial. Se hace claro que las dos potencias que asumen el debate principal sobre el devenir del mundo son ahora Estados Unidos y China. Así lo demuestran las siete horas de fuerte conversación en Roma, entre Jake Sullivan, consejero de seguridad nacional estadounidense, y Yang Jiechi, la máxima autoridad de relaciones exteriores del PCCh. Y así lo ratifican las dos horas de diálogo directo entre los presidentes Joe Biden y Xi Jinping. Lo de Ucrania fue el tema principal, pero no el único. Las duras futuras confrontaciones entre Estados Unidos y China se tornan una realidad ineludible. Por su parte Europa, incluyendo Polonia, se rearticula y asume una relación fuerte con Estados Unidos, especialmente tras la visita de Biden.
En esta crisis, tanto India como China han mostrado identidades propias en el quehacer internacional. Cuando la Asamblea General de la ONU condenó a Rusia por 141 votos a favor, hubo cinco en contra dando respaldo a Moscú. Pero China reiteró su abstención e India, más allá de sus actuales cercanías con Washington, optó también por la equidistancia; 50% de su potencial militar viene de Rusia.
Al defender la integridad territorial y la soberanía de Ucrania, China tiene en mente su propia realidad, en especial Taiwán. Además, en Beijing asumen algo esencial: Putin invade Ucrania pensando en el pasado imperial ruso, su obsesión, mientras que China mira al siglo XXI, imaginándose potencia económica y tecnológica global.
Mientras todo esto ocurre, y especialmente tras la visita de Biden a Europa, parece expandirse un aire de nueva Guerra Fría. Si así ocurre, será distinta, mucho más compleja y multipolar. ¿Y América Latina? Sin voz común, mira el mapa turbulento asumiendo que sólo le queda una opción: asumir las consecuencias. Y no serán pocas.