Dejemos que las instituciones funcionen

Gabriel Boric en Palacio La Moneda
FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO

Por Claudia Sarmiento, abogada

“Dejen que las instituciones funcionen”, solía decir el ex Presidente Ricardo Lagos cuando se le preguntaba sobre su opinión o acciones destinadas a enfrentar conflictos públicos durante su mandato.

Sus palabras son descriptivas de una expectativa razonable en la transición de un gobierno a otro: esperamos que las instituciones funcionen, es decir, que las tareas públicas se cumplan independiente del cambio entre un gobierno y otro, pues el Estado trasciende a los vaivenes electorales y a los inquilinos contingentes.

Lo curioso de la referencia a las instituciones es que éstas no son los edificios o bienes que las guarnecen. Lejos de aquello, las instituciones son animadas por las personas que las integran, sus mecanismos de trabajo, su cultura y ritos. Son ellas las que dan contenido al conjunto de prácticas que son el soporte del Estado y que encuentran en el derecho un respaldo y un camino que canaliza su trabajo. Luego, dejar que las instituciones funcionen es una acción de deferencia hacia el tejido social que hacen las personas y los ritos propios de su actividad.

Quienes no han estado cerca de un cambio de gobierno desconocen los ritos de traspaso necesarios para que el Estado siga funcionando, pero que, al mismo tiempo, permiten que los nuevos arrendatarios del poder puedan instalarse y, literalmente, poner carne y talento al Leviatán. No existe nada más concreto para la ejecución de un proyecto y un programa de gobierno que las horas persona de los equipos de confianza de las nuevas autoridades. Es este espacio, aquel donde habitan los papeles que definen qué es permanente, qué quedó pendiente y qué se mantiene, el que habitan desde el lunes 20 de diciembre de 2021 y el viernes 11 de marzo de 2022, el equipo de gobierno de S.E. Sebastián Piñera y el del presidente electo, Gabriel Boric.

A diferencia de lo que ha sido los últimos 12 años, los nuevos inquilinos no han tenido la oportunidad de ocupar en propiedad los pasillos de Palacio. Serán, en principio, ajenos a los detalles de los ritos que los esperarán. No es raro imaginar que surgirán voces más experimentadas que comenzarán a señalar cómo deben hacerse las cosas. Algunas serán bien intencionadas; otras, disfrazarán bajo un consejo el propio su deseo de marcar el camino del otro, más que permitirle trazar uno propio. La clave estará en no pecar de paternalistas o soberbios, y permitir que quienes cuentan con el mandato soberano, ganado limpiamente en las urnas, de guiar el destino de la nación por los próximos cuatro años, tomen la posta histórica de quienes los precedieron. Serán nuevas personas, concretas y reales, con esperanzas y miedos, quienes en muy poco tiempo -días o semanas, no más que eso- deberán empaparse de aquellas formas y ritos propios del quehacer cotidiano del Estado y hacer que la rueda del poder y la nación continúe rodando. Permitir y apoyar este proceso es, al final del día, dejar que las instituciones funcionen; o, simplemente, confiar en nosotros mismos.

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