El bumerán del impuesto al patrimonio
Proponer un impuesto al patrimonio de 2,5% es, por tanto, equivalente a expropiar el 100% o más de la renta esperada del capital. ¿En esa circunstancia, quién querría invertir?.
En la encuesta Bicentenario UC, un 71% escogió “que todos tengan lo mismo” al responder cuál debe ser la igualdad deseable para el país. Optaron por la llamada igualdad de resultados en lugar de la igualdad de oportunidades, marcando un quiebre con lo que se observaba en el mismo sondeo hace una década. Ello da cuenta del triunfo cultural del igualitarismo extremo. Chapeau para quienes se han dedicado a promover esa doctrina.
No debe extrañarnos ese resultado, ya que en Chile se ha venido instalando esa idea desde hace años, al punto que un gobierno de centroderecha se embarca a última hora en una agenda de discutibles gravámenes al lujo para intentar que le aprueben el financiamiento de la Pensión Garantizada Universal (PGU). Por otra parte, parlamentarios, sin respeto al orden constitucional vigente, impulsan normas que recurren a esa pócima mágica que supuestamente curaría todos los males de la desigualdad: los impuestos. En las últimas semanas, lo han hecho como subterfugio en la discusión de la PGU, a través de una indicación para establecer un tributo al patrimonio, la que fue lúcidamente descartada por la Comisión de Hacienda del Senado.
Sin consideración alguna por los efectos que esa sola amenaza tiene en los incentivos y decisiones de las personas, los proponentes de este último gravamen, dentro de los que se cuenta el francés Thomas Piketty, quieren verlo instalado en el mundo entero para evitar el redomicilio de quienes resultan afectados. Así se hacen cargo de la crítica del Presidente francés Emmanuel Macron, quien ha afirmado que el impuesto a los ricos y exitosos hace que estos se vayan de sus países, no siendo posible crear empleos sin empresarios.
En lo que no reparan sus promotores es que ese es el menor de los riesgos del impuesto al patrimonio. La verdadera fuga que debiera preocuparnos es la del retiro de los capitales de la actividad productiva y la de los capitalistas del emprendimiento, porque dejan de ser rentables. Veamos por qué.
Considerando los dividendos y el crecimiento de las utilidades, las acciones rentan en Chile aproximadamente un 5,2% bruto. Dado que los activos productivos se financian con capital y deuda, la que hace tiempo paga tasas reales negativas, el retorno del capital promedio ponderado después de impuestos personales es algo cercano al 2,3% para quien está al tope de la tabla de Global. Valida esta cifra el que las rentas vitalicias ofrezcan hoy aproximadamente un 2% después de impuestos para ese mismo grupo de contribuyentes.
Proponer un impuesto al patrimonio de 2,5% es, por tanto, equivalente a expropiar el 100% o más de la renta esperada del capital. ¿En esa circunstancia, quién querría invertir? Como 2,3% es un promedio, la mitad de los activos de la economía debiera rentar bajo ese número, por lo que no alcanzarían a juntar los fondos para pagar el impuesto de 2,5%, ni aun dedicando el 100% de las utilidades de la empresa.
Como las compañías no son un edificio de LEGO, en que se pueda sacar un 2,5% de las piezas de una de sus paredes y seguir operando como si nada, puede que muchos que deban pagar este impuesto tengan que recurrir al endeudamiento para poder hacerlo. Pretender alejarse de gravar los flujos (utilidades), yendo a confiscar los stocks (capital), olvida de que el patrimonio no es necesariamente líquido. Es por ello quizás que España, uno de los pocos países que han persistido en esta práctica, ha limitado la suma del total pagado por renta y patrimonio a un porcentaje máximo de la renta.
Si el impuesto al capital es recurrente, la necesidad de endeudarse también lo será. ¿Quién le presta capital al que renta menos del 2,5% y que tendrá déficits permanentes? Probablemente nadie, porque el valor presente descontado de un impuesto al patrimonio de 2,5% equivale a una expropiación del 100% o más del valor de su capital. Como 2,5% es un número fijo y las rentabilidades son variables dependiendo del riesgo, un segundo efecto es que los proyectos de menor riesgo y rentabilidad serían inviables. En esta categoría quedan todos los capitales invertidos hoy en renta fija.
La economía casi siempre ofrece una salida, aunque no necesariamente para todos. Para sobrevivir y financiar el nuevo impuesto, las actividades que puedan deberán traspasar a precios este nuevo gravamen. ¿Qué precios? Mayores tasas de interés, menores remuneraciones y productos más caros. Esta idea es mala, porque, más que los súper ricos, los que pagarán la cuenta finalmente serán los consumidores y los trabajadores en un contexto de menor crecimiento. Como se ha puesto de moda decir, “el resto es música”.