El Not Partido
Por Pedro Fierro, Director de Estudios de Fundación P!ensa y Académico UAI
Sin los partidos políticos, difícilmente saldremos de la profunda crisis en que estamos inmersos. Sí, los mismos partidos que colaboraron con el declive—a través de actos de corrupción, tráfico de influencias y financiamiento ilegal—, serían también los principales llamados a ejercer el liderazgo que necesitamos. No por nada reconocidos intelectuales los denominan los “guardianes de la democracia”.
Lo que ha sucedido con la Lista del Pueblo es solo una muestra de esta realidad. Hablamos de un grupo tan inorgánico como místico, que obtuvo la sorprendente cantidad de 27 escaños en la Convención Constitucional (quizás la votación más simbólica desde el retorno a la democracia). La lista de un “pueblo” cansado y agobiado, que buscaba promover a los votantes como ellos. Un “pueblo” que expresaba su repudio por el político de profesión y por las organizaciones lejanas que decían representar aquello que no reconocen. Un “pueblo”, también, que despreciaba la intermediación, que buscaban estar representados no por terceros, sino que por ellos mismos. Un “pueblo” que, por cierto, terminó prescindiendo de la institucionalidad y de la actual Constitución.
En plena crisis de representatividad, varios se encantaron y nublaron con la retórica descrita. Incontables actores renegaban de su pasado. Otros, en cambio, se esforzaban por demostrar en cada intervención o entrevista que ellos no eran de “esos” políticos tradicionales. En ese clima, el problema dejaba de ser la corrupción del partido y pasaba a ser el partido mismo. Como enfermos que, antes de atacar su propia enfermedad, prefirieron atacarse a ellos mismos.
Pero, como algunos dicen, todo cae por su propio peso. La mística del partido que no era partido comenzó a perder su brillo. La renuncia de alguno que otro constituyente (7 de 27), un flamante candidato presidencial popular ratificado por 43 votos (algo así como el 0,00002% de los obtenidos por los candidatos de “la elite”), la posterior bajada de ese candidato, la aparición de tres nuevos nombres que competirían por La Moneda, las acusaciones de hackeo, el surgimiento de la “verdadera” Lista del Pueblo, la aparición de la “realmente verdadera” Lista del Pueblo, los comunicados de prensa contradictorios y, en definitiva, el abrupto final de la magia. Aquello que los volvía únicos se volvió insostenible.
Pero nada de esto es raro, los chilenos bien sabemos (o deberíamos saber) que los partidos son esenciales. Por lo mismo, construimos una institucionalidad—otro asunto que molesta al populista—para resguardarlos precisamente de las distorsiones propias de una organización que busca el poder. Dicho de otra forma, estábamos tan seguros de que los partidos eran importantes, que buscamos protegerlos de ellos mismos. Durante las últimas décadas creamos normas de transparencia y de democracia interna; definimos criterios para su financiamiento, tanto en los límites como en la publicidad; establecimos primarias legales para impedir que pocos decidan el destino de muchos. En fin, les otorgamos un marco muy condicionado y restringido. ¡Pero vaya qué rápido se nos olvidó todo eso! Tuvo que aparecer el partido que no era partido para que lo recordáramos. Tuvimos que conocer los problemas de vocerías, las candidaturas múltiples, los problemas de financiamiento y las renuncias masivas. Tuvimos que enfrentar el oscurantismo y el desorden de quienes buscan obtener los más altos cargos de representación popular.
El problema es que muchos de los llamados a defender sus organizaciones tradicionales fantaseaban con la retórica de la Lista del Pueblo. Quizás sospechaban que en la lógica del “Not Partido” podíamos encontrar el camino al progreso y a la democratización. Pero no, el camino difícilmente sea el de la Lista del Pueblo. El camino, después de todo, no puede ser el repudio—que esconde vergüenza—por la profesión política. El futuro, más bien, debería estar supeditado a reconocer que se ha fallado sistemáticamente, asumiendo que se puede volver a una senda de representatividad y confianza. ¿Cómo? Con más renovación y más espacios para nuevos proyectos. Más decisiones (realmente) difíciles de quienes han liderado el declive. Más convicción y formación. Pero todo eso desde el partido, mirando a los ojos, sin vergüenza y con la entereza que falta para liderar un país en crisis.
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