Elegir por descarte

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Foto: Juan Farías

Chile es uno de los países latinoamericanos con menores simpatías partidarias. Según datos del Barómetro de las Américas (2016-2017), solo el 12% se reconoce como simpatizante de un partido político, proporción solo superior a la de Guatemala en el continente y por debajo, incluso, de Perú, democracia caracterizada por la orfandad de partidos. Además, solo el 8,5% de los chilenos confían en las organizaciones partidarias, en empate estadístico con Perú y Brasil. No caben dudas que los partidos políticos chilenos son más institucionalizados que sus pares peruanos, pues han sabido sobrevivir el impacto (positivo y negativo) de personalismos. De hecho, la élite política chilena aún se articula con cierta fluidez a través de estas organizaciones, a diferencia del sistemático embate de outsiders que estresa al establishment político peruano. Pero a la hora de referirnos a las identidades partidarias, chilenos y peruanos carecemos del mismo mal. Muy pocos se adhieren, en mentes y corazones, a estas organizaciones que constituyen una premisa básica para el funcionamiento de las democracias.

La volatilidad en las preferencias electorales de la actual campaña electoral y la consecuente incertidumbre se explican precisamente por la debilidad de las identificaciones partidarias. Normalmente, éstas sirven de referente, no solo para pronosticar por quién se votará, sino también para explicar nuestro comportamiento político, desde una protesta hasta la abstención electoral. Las identidades partidarias suelen ser estructuras psicológicas que nos permiten entender la política y actuar con cierta predictibilidad. En sociedades donde dichas identidades están socialmente arraigadas, como en los Estados Unidos, podemos incluso asociar comportamientos de salud pública -el uso de mascarillas, por ejemplo- a las adscripciones partidarias. Demócratas suelen ser más respetuosos de las indicaciones para prevenir el Covid-19 en comparación con los republicanos.

¿Qué sucede en sociedades como la chilena -o la peruana- donde solo uno de cada diez encuestados manifiesta tener identidad partidaria? Las simpatías por candidatos presidenciales pueden fluctuar con mayor variabilidad y, de hecho, pueden cambiar a última hora. Difícilmente un candidato que baje estrepitosamente pueda recuperarse porque, bajo estos contextos, no se elige, se descarta. (Sebastián Sichel podría emular a George Forsyth, puntero de la campaña presidencial peruana por meses que terminó perdiendo la inscripción de su partido por baja votación). Sin identidades partidarias a las que seguir, es más fácil saber lo que no se quiere a saber lo que se quiere. Las encuestas, por lo tanto, solo capturan momentos precisos de la evaluación individual para seleccionar a un candidato y no una decisión tomada. Otros factores -como los rechazos o identidades negativas- se convierten en más definitorios. Así, solo los sondeos que se realicen cerca del día de la votación serán los más precisos para captar al “mal menor” de esta elección por descarte.

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