Hoy más que nunca necesitamos reglas
Más que el desconocimiento del virus, pareciera que lo que más ha influido en el éxito y fracaso de las distintas medidas que se han tomado para tratar de contenerlo, es la imposibilidad de anticipar correctamente nuestras propias conductas. En los últimos meses ha quedado de manifiesto lo impredecible del ser humano que, a sabiendas del daño que puede infligir al resto y aun ante la amenaza de la muerte, actúa a ratos de forma impulsiva e irresponsable.
Esta constatación general sobre nuestro comportamiento es lo que explica que, para convivir en paz, las sociedades democráticas consensuemos reglas que limitan hasta dónde podemos actuar para maximizar nuestra libertad y nuestros derechos, sin afectar -o afectando lo menos posible- los de otros. No se trata de meras formalidades, sino de cuestiones de fondo que nos permiten resolver nuestras diferencias sin violencia y ordenar prioridades que compiten constantemente debido a la escasez que nos envuelve.
Pero, lamentablemente, en las circunstancias de inseguridad y temor que vivimos, hay quienes olvidan el porqué de dichas reglas y que exceden deliberadamente sus atribuciones, impulsando iniciativas que las pasan por alto. Las más recurrente son las mociones parlamentarias que requieren de un mayor gasto público, las que suelen sobreponderar los beneficios inmediatos y omitir la envergadura de los costos futuros que conllevan. Dado que éstos los pagarán otros, resulta tentador para la clase política cautivar con ideas de este tipo a los votantes afligidos. Ejemplo de ello son la condonación de las deudas del CAE o el retiro de una parte de los ahorros previsionales para aliviar temporalmente el perjuicio económico causado por la pandemia.
Es por ello que hoy cobra especial importancia el cuidado de aquellas reglas que nos limitan de actuar movidos excesivamente por el presente, descuidando la carga que imponemos a las generaciones futuras que no están aquí para tomar postura. La generación actual, que se ha beneficiado de los frutos de la responsabilidad de quienes le antecedieron, debe decidir qué es lo que le dejará a los que vengan después. ¿Serán solo deudas? ¿O seremos capaces de levantar la vista más allá de nuestro propio ombligo, dejando de exigir derechos a costa del resto y en cambio asumiendo la responsabilidad de priorizarlos y así solventarlos nosotros mismos?
Es legítimo querer mover los límites que nos regulan, pero la forma de hacerlo no es derribándolos por la fuerza. En cambio, debemos hacerlo demostrando que somos capaces de actuar con responsabilidad y prudencia, equilibrando los beneficios inmediatos y los costos futuros de nuestras decisiones. Lamentablemente, la demagogia que a menudo nos invade revela que estamos lejos de ello. El acuerdo político logrado hace dos semanas fue una luz de esperanza, pero que se ha ido disipando conforme se pone en duda con la presentación de proyectos que lo bypassean. Quizás más adelante logremos la madurez necesaria para relajar ciertas reglas; hoy, en cambio, las necesitamos más que nunca.
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