Las debilidades (y fortalezas) del futuro de China
Por Ian Bremmer, director de Eurasia Group y GZero Media
Durante la próxima década, ¿se fortalecerá o debilitará China? Su peso económico, su influencia política global y su creciente poder militar hacen que esta cuestión sea crítica en todas las regiones del mundo. La respuesta dependerá de si la fuerza económica bruta o la destreza tecnológica serán más importantes para un futuro próspero y seguro. Las perspectivas económicas de China son cada vez más turbias, pero su condición de superpotencia tecnológica emergente podría ser más importante.
El ascenso de China de la pobreza a la potencia ha creado nuevas oportunidades para más personas -dentro de China y en todo el mundo- que cualquier otra tendencia económica de la historia. Ha creado una clase media china y mundial. Los fundamentos de este logro se basan en dos ventajas. En primer lugar, hace décadas, China pudo beneficiarse de la mayor reserva de mano de obra barata de la historia de la humanidad. En segundo lugar, sus bajos salarios persuadieron a los fabricantes de los países ricos a “deslocalizar” sus operaciones a China para reducir los costos de producción y aumentar los beneficios.
Ambas ventajas han desaparecido. Los salarios chinos aumentaron bruscamente a medida que los trabajadores ampliaron sus competencias, y los países más pobres pueden ofrecer ahora los salarios más bajos que ya no existen en las fábricas chinas. Además, la política china de un solo hijo limitó el crecimiento demográfico a largo plazo, reduciendo la oferta relativa de mano de obra, lo que añadió más presión al alza sobre los salarios. La economía mundial depende ahora más del comercio de servicios que hace una generación, lo que genera una menor demanda de mano de obra en las fábricas, y los gobiernos y las empresas privadas, sobre todo en Estados Unidos, se han enfrentado a presiones políticas para “deslocalizar” los puestos de trabajo de la industria manufacturera que antes se trasladaban a China.
Por todas estas razones, el ascenso de China puede haber llegado finalmente a un callejón sin salida. Los economistas advierten de que muchos países emergentes caen en la “trampa de la renta media” al perder las ventajas que les ayudaron a salir de la pobreza sin obtener las herramientas necesarias para competir con países más ricos con economías basadas en el conocimiento y con una mano de obra altamente cualificada. Ese es un lugar peligroso, especialmente para un partido gobernante que exige el crédito por los logros que han creado expectativas públicas continuamente crecientes mientras rechaza la culpa cuando la expansión se estanca.
Sus responsables políticos también están lidiando con un Everest de deuda pública, especialmente en las empresas chinas. Durante años, el gobierno chino ha protegido a sus mayores empresas de muchos sectores diferentes contra el impago para salvar un gran número de puestos de trabajo y salvaguardar la solvencia de los bancos del país. Estas intervenciones estatales han agravado el problema al persuadir tanto a los prestatarios como a los prestamistas de que esperen protección frente a sus propias decisiones erróneas. Arreglar ese problema requiere una tolerancia al dolor económico que escasea en un momento en el que el Covid está causando estragos en la economía china, en el que la guerra de Rusia contra Ucrania está elevando los precios que China paga por el combustible y los alimentos, y en un momento en el que el Presidente Xi Jinping está preparando al Partido Comunista para dejar de lado las prácticas del pasado y concederle un tercer mandato presidencial con un poder sin precedentes a finales de este año.
Y sin embargo... la destreza tecnológica de China, en rápida expansión, limitará los daños creados por sus vulnerabilidades económicas. No hace mucho tiempo, los avances en la tecnología de las comunicaciones daban poder al individuo a expensas del Estado. La ampliación del acceso global a Internet permitía a los usuarios encontrar información de una variedad de fuentes sin precedentes y comunicarse con otros, en sus países y en todo el mundo, en tiempo real. Pero en la última década, esa tendencia ha dado paso a la “revolución de los datos”, que permite a los gobiernos autoritarios y a las mayores empresas tecnológicas del mundo recopilar las enormes cantidades de datos que producimos en el mundo digital para saber mucho más sobre quiénes somos, qué queremos y qué hacemos para conseguirlo.
En este sentido, China tiene grandes y duraderas ventajas. Sus empresas han demostrado una creciente sofisticación no sólo en el comercio digital, sino en el reconocimiento facial y de voz, puntos fuertes que un país autoritario puede desarrollar con muchos menos obstáculos que en un sistema que limita la concentración del poder político. Además, el gran tamaño de la población china permite una mayor base de datos que posibilita un avance tecnológico más rápido.
Pero la mayor ventaja tecnológica de China radica en la capacidad del Estado para dirigir a las empresas tecnológicas para que creen productos que sirvan a las necesidades políticas del Estado, la capacidad del Estado para dirigir montañas de dinero hacia esos proyectos de desarrollo, para coordinar su trabajo y para ampliar la influencia internacional de China vendiendo tecnologías de vigilancia a otros países, tanto Estados autoritarios como democracias, que pagarán por productos que mejoren la seguridad nacional, o al menos la de la élite gobernante.
El futuro de China dependerá de otra cuestión importante que es más difícil de responder: ¿Cómo responderán Estados Unidos, Europa y Japón al próximo capítulo de China? Por el momento, la invasión rusa de Ucrania ha acercado a los socios transatlánticos más que en ningún otro momento desde el final de la Guerra Fría, y el apoyo de China a Rusia, por muy limitado que siga siendo, ha suscitado fundadas dudas en Occidente sobre las intenciones de la política exterior china.
Al mismo tiempo, sin embargo, debería estar claro para los responsables políticos de todo el mundo que la importancia de China para una economía globalizada significa que su debilidad sigue siendo una vulnerabilidad global. Que los líderes chinos y occidentales puedan tener en cuenta este aspecto a la hora de gestionar sus cambiantes relaciones puede resultar la cuestión más importante de todas.
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