Levantar su bandera
La derecha tiene en sus manos la oportunidad de dejar de lado el discurso que en parte condujo a la Constitución hasta el abismo y asumir un rol más activo. Ella puede ser un actor clave al momento de defender cuestiones valiosas de nuestra tradición constitucional y que los ánimos refundacionales no están en condiciones de reconocer.
La interpretación dominante de la derecha respecto de la Constitución vigente terminó incentivando, a su pesar, las iniciativas para cambiarla. Así, lecturas insuficientes o restrictivas como, por ejemplo, la que se hizo de la subsidiariedad (malentendida como un principio de índole netamente económica y que siempre exige la abstención estatal) fueron la excusa perfecta para quienes, incapaces de separar discurso y texto, abogaron por una nueva Carta Fundamental. De este modo, algunos grandes defensores de la Constitución actual fueron, a la vez, sus verdugos. Ahora, sin embargo, la derecha tiene en sus manos la oportunidad de dejar de lado el discurso que en parte condujo la Constitución hasta el abismo y asumir un rol más activo. Ella puede ser un actor clave al momento de defender cuestiones valiosas de nuestra tradición constitucional y que los ánimos refundacionales no están en condiciones de reconocer.
Podría, por ejemplo, ocupar un papel protagónico en robustecer la sociedad civil, empresa mucho más compleja que su sola dimensión económica. Desde luego, aquella es importante, pero no agota la riqueza ni complejidad de la vida social. Si esa ha sido una bandera que la derecha tradicionalmente ha levantado, quizás sea la oportunidad para asumirla con más fuerza y pensar en nuevos mecanismos que posibiliten una comunidad viva, activa y poderosa. Cuando la sociedad goza de tales características, no solo se ofrecen espacios para el desarrollo humano, en donde pueden formarse vínculos sociales sólidos y los distintos proyectos comunes pueden desplegarse ampliamente; también repercute en la calidad de nuestra democracia. Una ciudadanía activa, con un tejido social vigoroso, tiene más razones para participar responsablemente en la decisión de los asuntos comunes y para involucrarse en iniciativas que colaboren al bien de todos.
Ahora bien, la búsqueda de mecanismos que contribuyan a potenciar la sociedad civil también requiere una reflexión profunda sobre el Estado. Éste existe, precisamente, para apoyar el desarrollo de quienes integran dicha sociedad. Desde luego, tal objetivo implica que el aparato estatal no suplante la agencia de las personas (y esto la derecha lo sabe bien), pero al mismo tiempo ello supone cierta intervención estatal. De hecho, abstención e intervención suelen darse simultáneamente. Por ejemplo, para que los mercados puedan operar correctamente, de manera libre y eficiente, se requieren reglas claras y un mecanismo para hacerlas respetar. A través de ellas el Estado interviene en el funcionamiento de la economía, en este caso como ente regulador, fiscalizador y ejecutor. Y a medida que los mercados van evolucionando y haciéndose más complejos, su regulación se hace cada vez más sofisticada y la intervención del Estado debe ser más intensa, al menos en términos de fiscalización. En esto estarían de acuerdo el partidario más entusiasta de un Estado de bienestar contundente y el más acérrimo defensor de un Estado pequeño. Para que el aparato burocrático pueda cumplir con su objetivo y, por tanto, permitir el despliegue de una sociedad civil fuerte, debe contar con las herramientas que le permitan actuar adecuadamente.
Si la derecha logra armar un proyecto que se tome en serio el fortalecimiento de la sociedad civil y dota al Estado de las herramientas necesarias para ese fin, puede producir muchos frutos en las más diversas áreas. Un espacio en el que hay todo por hacer -aunque en parte importante excede el ámbito constitucional- es en la familia. Una sociedad civil vigorosa depende en gran medida de sus familias. Pero para protegerla y promoverla no basta con no inmiscuirse en la vida familiar o en la educación de los hijos, sino que son necesarias una serie de políticas contundentes en dominios diversos: ciudad, vivienda o ingresos. Y el Estado puede asumir en eso un rol protagónico. Ahí la derecha puede ser muy creativa y usar muy bien el aparato estatal. Por ejemplo, puede crear incentivos para la corresponsabilidad, dar más apoyo económico o modificar el modo en que se calculan los impuestos, estableciéndolos según las “cargas” de cada persona y beneficiando de ese modo a las familias más numerosas o que tienen a su cargo adultos mayores. Todas esas medidas, que exigen mayor intervención del Estado, están dirigidas a fortalecer la sociedad civil, dándole más herramientas para conducir su vida y alcanzar su desarrollo.
Hoy la derecha tiene una oportunidad histórica de tomar con más fuerza las banderas en que se funda su ideario, y defenderla de manera contundente, creativa y alejada de la ortodoxia. ¿Por qué no hacerlo?