Marxismo-Lavinismo
La izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas, decía Nicanor Parra a través de uno de sus artefactos. Pero la frase, que en los versos de un antipoeta resulta una genialidad, en boca del político que lidera las encuestas puede significar el anticipo de una tragedia.
Joaquín Lavín es un genio de la comunicación política. A 31 años de su primera incursión electoral por Las Condes, ha logrado mantenerse en la vanguardia política durante más de tres décadas y se aproxima, por tercera vez, a una candidatura presidencial que lo podría llevar a La Moneda en 2022. Una de las características más fascinantes de esta capacidad de Lavín ha sido la creación de conceptos políticos que trascienden a su persona, incluso a su sector, y lo llevan a marcar una pauta comunicacional que supera largamente el contexto de una entrevista o un momento político. Lavín fue el gallo de pelea que perdió la diputación en 1989; luego, en 1999, casi derrotó a Ricardo Lagos con el “Viva el Cambio”; y salió al auxilio de una cuestionada Michelle Bachelet, acuñando el concepto de “Bacheletismo-Aliancista” en 2007.
Hoy, luego de meses de alta exposición mediática, pero de escasa intervención política, Joaquín Lavín busca instalar el concepto teórico de la convivencia nacional y asume, desde el supuesto domicilio de la centroderecha, un acercamiento hacia la socialdemocracia.
¿Qué es el gobierno de convivencia nacional que nos propone Lavín? Según sus palabras, hay que dejar de pensar el Chile del futuro en términos de derechas e izquierdas, y construir, sobre la base de una nueva Constitución, un gobierno fundacional que interprete la mirada y la manera de sentir de los dos tercios que la aprobaría en el plebiscito de salida. ¿Cómo alcanzamos ese objetivo, según el declarado no-candidato? No a través de un gobierno de unidad nacional, como aspiraba en 2007, porque reconoce que todos no piensan lo mismo, sino de integrar visiones distintas y dejando las diferencias ideológicas de lado. “Apostaría a que, si nos encierran en un cónclave, convocados a llegar a acuerdos, lo vamos a lograr”, afirma esperanzado.
Pero Joaquín Lavín llegó tarde a la invención de los híbridos político-ideológicos. Ya en 1924, Josef Stalin propuso la creación del Marxismo-Leninismo como una variante del marxismo tradicional, que integrara lo mejor de los planteamientos de esa doctrina bajo el prisma del leninismo. Ello permitiría una unión que podría hacer posible el desarrollo de la Unión Soviética hacia el futuro. Sabemos que eso terminó muy mal y en ningún país serio del mundo triunfó esta alianza ideológica tan particular.
¿Cuál es el híbrido que busca el marxismo-lavinismo que nos aproximamos a experimentar en Chile? ¿Cuáles serían las fronteras ideológicas que se buscan cruzar en este paréntesis partidista al que nos invita Lavín para hacer los cambios que Chile necesita?
Por lo pronto, como Chicago Boy originario, asumo que buscaría incorporar, desde la derecha, algunas de las visiones del capitalismo extremo implementado en Chile por Milton Friedman en los años 80 y la ideología política de su antiguo mentor, Jaime Guzmán. Avanzando hacia la izquierda, debería incluir algunos elementos de la filosofía humanista cristiana de Jacques Maritain, junto con el pragmatismo de los líderes DC de comienzos de los ’90, que “ajustaron” levemente el modelo neoliberal chileno, para hacerlo más digerible a la Concertación que se iba consolidando con los años. Finalmente, Lavín debería buscar una integración perfecta entre el legado del socialismo con empanada y vino tinto que propuso Salvador Allende; la tercera vía que buscó implementar Ricardo Lagos; y el liderazgo cercano y colectivo que propuso Michelle Bachelet; para incorporar la dosis adecuada de socialismo que requiere esta mezcla en la búsqueda de una conjunción más perfecta.
Pero esta receta no estaría completa si dejamos de lado al comunismo y a la izquierda radical. Si de verdad lo que se busca es un gobierno de convivencia nacional, ninguna visión puede ser excluida ni menos el marxismo que líderes como Daniel Jadue se aprestan a defender en su plataforma electoral.
¿En qué va a terminar este experimento? Seguramente, al igual que su homólogo soviético, va a culminar muy mal. Los gobiernos verdaderos no se construyen en base a fantasías de esperanza unitaria, pausas ideológicas o listas eternas de políticas públicas que se suman sin orden de preferencia o urgencia. Los gobiernos serios, al contrario, son electos en base a una verdadera contienda, donde los electores están sometidos a programas y a candidatos, que compiten y se diferencian entre ellos, y donde el mejor proyecto termina imponiéndose para aspirar a representar a una mayoría de los electores.
La izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas, decía Nicanor Parra a través de uno de sus artefactos. Pero la frase, que en los versos de un antipoeta resulta una genialidad, en boca del político que lidera las encuestas, puede significar el anticipo de una tragedia. Dependerá de cada uno de los chilenos evitarla.
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