Medición de fuerzas
En tiempos de incertidumbre es cuando más se necesitan liderazgos claros. Hemos visto cómo la pandemia ha logrado poner a prueba prácticamente a todos los sistemas políticos del mundo y a sus principales figuras. Algunas y algunos han solidificado sus apoyos, mientras otros han visto esfumarse su posibilidad de conducción. En Chile estamos en el segundo grupo.
Bastante se ha dicho sobre la dramática incapacidad del gobierno de Sebastián Piñera. El problema es que en los otros espacios de poder tampoco se ven soluciones convincentes. Los gremios empresariales siguen operando como si fueran los grandes destinatarios del ordenamiento institucional: de sacrificios y compromisos con Chile, nada. El tiempo dirá cuáles serán las consecuencias de tal falta de conexión con el país en una crisis que dejará heridas.
Por su parte, los partidos y liderazgos políticos chilenos están entrampados en un comportamiento errático que sólo los aleja de una ciudadanía que perdió la paciencia. Al respecto, vale la pena detenerse en unos de los factores que entorpece una salida oportuna: el desconocimiento de cuánto pesa cada fuerza política. Las múltiples crisis han golpeado de tal forma el tablero que no sabemos cuáles son las relaciones de fuerza existentes en el sistema de partidos. Por eso cuesta tanto hacer proyecciones, que bien sabemos permiten llevar adelante negociaciones con cabeza fría. Por eso hay tanta incapacidad de levantar la mirada de la calculadora y el corto plazo. Tomemos un caso al azar, el Frente Amplio. ¿Cuál es su peso electoral actual? ¿Los 20 puntos de la presidencial de 2017? ¿O el electorado de tres alcaldías y 30 concejales sobre 345 comunas? Cuántos irán a votar, cuántos votarán como lo hicieron antes, son misterios abiertos y que cambiarán probablemente frente a una elección municipal, constitucional o presidencial. Porque no será fácil descifrar cómo se ordenan las preferencias con un calendario electoral tan intenso.
Es cierto que las primarias del 29 de noviembre ayudarán en parte a ver la capacidad de movilización de cada fuerza política, porque el voto reflejará la labor de las militancias y las bases de apoyo reales en cada territorio. Pero el problema de fondo es otro. No solo se han caído las certezas sobre los datos duros: se ha perdido la brújula de las prioridades. En otras palabras, la paradoja es que en el intento de conquistar o retener votos, los partidos políticos se han ensimismado a tal punto que se han olvidado de abordar en serio las necesidades de la ciudadanía que quieren seducir.
La consecuencia ha sido dejar un terreno fértil para fenómenos inorgánicos, para liderazgos demagógicos, sin ninguna implantación territorial, sin propuestas, pero que logran conectar con las rabias y las ansias de las personas. Habrá que soltar las calculadoras y la ceguera a la que ha conducido la medición, estéril, de fuerzas, antes que sea demasiado tarde. Las agrupaciones políticas se deben abocar de una buena vez a construir una alternativa de gobierno creíble, con las respuestas de corto y largo plazo que pide Chile. Recién allí tendrá sentido medir fuerzas.
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