Mi imperio está en ruinas: un relato de Jaime Bayly

Jaime Bayly

Los nuevos dueños han pagado sesenta millones de dólares por el canal y como es natural se abocarán a refundarlo o reinventarlo, con una programación que sea afín a sus intereses y su visión, a sus valores y sus expectativas. ¿Serán tan religiosos como se dice en los pasillos del canal? ¿Harán un canal religioso?



Esta semana he inaugurado un canal personal de YouTube que lleva mi nombre. Me entusiasma la idea de grabar un video más o menos breve, no más de quince minutos, todas las tardes, en la sala de mi casa o, si estoy viajando, en la suite de un hotel. Mi esposa compró la cámara, el trípode, las luces, los micrófonos y, junto con unos editores virtuosos, hizo posible el sueño.

No me hace ilusión hablar de política en mi nuevo canal personal. La política es un pescado que apesta la semana siguiente. Trataré de contar historias más o menos divertidas, más o menos tristes, inspiradas en mi vida privada y en mi probado impudor. Hablaré de mis conflictos sentimentales, de las intrigas familiares, de mis viajes incesantes buscando alguna forma esquiva de placer, de mi natural aptitud para hacer el ridículo, de las humillaciones inexorables a las que me somete la edad madura. Procuraré contar historias que no apesten a podridas la semana siguiente, que sigan vivas y puedan despertar la curiosidad de cualquier espectador que hable o entienda la noble lengua española.

¿Por qué he inaugurado un canal personal en YouTube, si ya tengo un programa todas las noches, de lunes a viernes, en un canal de televisión de Miami, que se ve en todo Estados Unidos? Porque si bien mi programa ha tenido un moderado éxito en ese canal, y ha sabido mantenerse en antena por casi veinte años, soplan vientos contrariados y mi permanencia en dicha televisora es dudosa, incierta. Ocurre que el fundador del canal, que me contrató hace casi veinte años, acaba de vender la estación. Se ha visto obligado a ello porque el negocio de la televisión está en crisis, como todo el mundo sabe: mucha gente ya no enciende el televisor; por tanto, los números de audiencia han decrecido en forma sustancial, sobre todo entre los jóvenes; por consiguiente, los auspiciadores han migrado a las redes sociales; en consecuencia, hay cada vez menos dinero en la industria de la televisión, hagas lo que hagas. Debido a ello, el magnate que me contrató hace casi veinte años, al ver que sus ingresos publicitarios se recortaban de forma dramática, me redujo el salario año a año, al punto que ahora gano sesenta por ciento menos de lo que ingresaba hace quince años.

¿Quiénes son los nuevos dueños del canal en que exhibo el rostro empolvado y fatigo el verbo incendiario noche tras noche? No los conozco. Son empresarios conservadores, con prósperos negocios en Texas, más o menos cercanos al partido Republicano. ¿Cuáles son sus planes? No lo sé, no he hablado con ellos, pero sé que han dicho: “El canal está agonizando, está casi muerto”. Entonces he sentido que mi programa está en coma, con respiración asistida. ¿Me quitarán los nuevos dueños el respirador artificial, dejándome morir entre sentidas plegarias? No lo sé, es un temor razonable. Los nuevos dueños han pagado sesenta millones de dólares por el canal y como es natural se abocarán a refundarlo o reinventarlo, con una programación que sea afín a sus intereses y su visión, a sus valores y sus expectativas. ¿Serán tan religiosos como se dice en los pasillos del canal? ¿Harán un canal religioso? Creo que son religiosos, pero no creo que hagan un canal explícitamente religioso. Desde luego, si hacen un canal religioso, tendré que retirarme porque no soy un hombre religioso y no estoy dispuesto a fingir que lo soy para salvar mi trabajo, a menos que me permitan disfrazarme de monja rechoncha y me encomienden que rece el rosario en latín. ¿Harán un canal periodístico de derechas, una suerte de Fox News en español? Eso parece más probable. ¿Apoyarán abiertamente y sin rodeos a Trump, como Fox News lo apoyó en las presidenciales de 2016? No lo sé. Pero si el canal decide ser un medio propagandístico de Trump, y me exige hablar bien de Trump y nunca criticarlo, tendré que renunciar, porque tengo una pobre opinión de ese señor y no deseo que vuelva a ser presidente. ¿Y si los nuevos dueños apoyan a Trump, o a DeSantis, pero me dan libertad editorial para criticar a ambos candidatos y a quienes me dé la gana? En ese caso, el programa podría continuar en antena, mientras me concedan independencia y libertad plenas en la línea editorial. O sea, el canal es de ellos, pero el programa es mío. ¿Aceptarán esas reglas de juego? Lo veo difícil.

Luego está el espinoso asunto del dinero. Como dije, mi salario se ha visto recortado gradualmente en los últimos años y ahora me pagan sesenta por ciento menos de lo que ganaba en los tiempos de gloria y esplendor, cuando el canal fue fundado. ¿Desearán los nuevos dueños preservar mi programa, pero dar un golpe de hacha, o de motosierra, o de machete, a mi salario? Sería doloroso. En ese caso, probablemente me retiraría para hacer televisión en casa.

La primera vez que me senté frente a una cámara de televisión, eran otros tiempos, claro: corría el mes de noviembre de 1983, yo tenía dieciocho años, todo el mundo encendía el televisor en su casa. Había pocos canales de aire, no había canales de cable, la televisión era local o nacional y no estaba globalizada, y si salías en el canal más poderoso del país, te convertías en una estrella. Han pasado cuarenta años nada menos. En noviembre próximo cumpliré cuarenta años haciendo televisión. ¿Llegaré a ese aniversario bobo y cursilón con mi programa todavía emitiéndose todas las noches en el canal de Miami? No lo sé. Me encantaría, claro, pero no depende de mí, depende de los nuevos dueños. ¿Me despedirán antes de noviembre? Lo veremos pronto. No sería la primera vez que una televisora me despide sin miramientos: me ha ocurrido muchas veces, la primera cuando tenía apenas veinte años, y siempre ha sido doloroso. Entonces, si me despiden por no ser religioso, o por no apoyar a Trump, o por no apoyar a DeSantis, o por no resignarme a que de nuevo me rebajen el salario, o por ser un gordo pesado y hablantín, no me quedaré sin voz, sin tribuna y sin público: para eso hemos creado esta semana mi nuevo canal de YouTube, que ya está al aire, con miles de suscriptores. Sería una graciosa ironía celebrar los cuarenta años de carrera en televisión no ya en un canal de aire, sino en uno de YouTube, convertido, quién lo diría, en aspirante a youtuber, cómo cambian los tiempos.

¿Es verdad que he inaugurado el canal personal de YouTube porque estoy mal de dinero? No, no es esa la razón, aunque, todo hay que decirlo, si me despiden del programa, echaré de menos el salario mensual, cómo no: no será tan jugoso como en los tiempos de gloria y esplendor, pero ayuda a pagar las cuentas. Desde los dieciocho años, he vivido de la televisión, no de los libros. He ganado mucho dinero en las televisiones de América. Mi familia y yo nos hemos dado la gran vida, gracias a la televisión. Por supuesto, si dejo de salir en televisión, de percibir un salario, mis finanzas sentirán la mella, el menoscabo. Pero no iré a pedir trabajo a ningún canal. Antes habría tocado, majadero, las puertas de Univisión y Telemundo, como las toqué tantas veces, sin fortuna. Antes habría suplicado, lloriqueando, un espacio en CNN, como imploré a menudo. Ahora ya no. Ahora, si me despiden, seré el dueño y el jefe de mi propio canal de YouTube y de allí no podrá despedirme nadie, ni siquiera mi esposa.

No espero, sin embargo, ganar en YouTube un dinero importante, una suma equivalente a la que ganaba en la televisión en los buenos tiempos. Aspiro a tener una voz, una tribuna y un público. Debido a que viajo con frecuencia, he podido comprobar que casi todos mis espectadores ven el programa en las reproducciones de YouTube y no en el canal de aire de Miami. También ha resultado evidente que la mayoría de mis lectores se entusiasman con adquirir mis libros debido a que ya tienen una conexión sentimental conmigo por ver todos los días, a la hora y en la circunstancia que más les conviene, la reproducción de mi programa subida en un canal de YouTube. Entonces, el curioso éxito de mi programa de televisión subido en YouTube, los miles de espectadores que tiene (y a veces son millones), me ha desasnado, me ha señalado nítido el derrotero, me ha demostrado con números que ahora es más importante estar en YouTube que en un canal de aire, o al menos eso es verdad en mi caso.

Me despidan o no de la televisión, con suerte llegaré a noviembre con un canal personal en YouTube, es decir con una voz, una tribuna y un público, miles de espectadores que me acompañen cada día en la fascinante aventura creativa, de modo que acaso podré celebrar cuarenta años haciendo televisión, aun si ya no está vivo mi programa. Además, hacer televisión en casa ofrece, a no dudarlo, unas ventajas altamente convenientes: no tengo que maquillarme, no tengo que anudarme una corbata, no tengo que manejar una hora hasta el estudio de televisión, no tengo que editar cien videos, no tengo que hablar una hora con el celo fogoso del charlatán. Ahora saldré en mi canal personal sin maquillarme, sin corbata, con sombrero, sin pasar las penurias del tráfico, sin editar, sin hablar tanto. Hablaré diez o quince minutos, trataré de contar historias bien contadas y luego los números de la audiencia y del dinero serán los que tengan que ser. Pasará entonces con mi canal personal de YouTube lo que me ha ocurrido con los libros, desde siempre: escribo sin pensar en cuántos lectores tendré ni en cuánto dinero ganaré, escribo para que la vida sea más rica y completa, más bella y aventurera, más chispeante y colorida, para cumplir en cierto modo mi destino. Al abrir este nuevo canal de YouTube que lleva mi nombre, siento que estoy cumpliendo mi destino y que aún estoy joven para retirarme, para apagarme, para quedarme callado, en silencio, sin nada que decir. Mi imperio está en ruinas, pero no renunciaré.

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