Por un derecho a la infancia aquí y ahora
Por Aïcha Liviana Messina, directora Instituto de Filosofía, UDP
El Pleno de Convención Constitucional aprobó el 18 de abril un artículo que reconoce los derechos de niñas, niños, adolescentes (NNA), a fin de pasar de una concepción de la niñez como objeto de protección a una en la que es sujeto de derecho. La primera obliga a proteger a los NNA pero no les da voz, lo que significa que algunas situaciones de vulneración no sean oídas. En este caso, la infancia es relegada a lo que el mundo adulto quiere entender de ella; y los NNA siguen siendo los grandes ignorados del mundo político, lo que asimismo mantiene al mundo adulto en estado de sordera respecto a la violencia que padecen. En cambio, concebir a los NNA como sujetos de derecho es reconocerles como participes del mundo político, sugiriendo que la juventud tiene algo que decirnos sobre el mundo que construimos y el que viene. No se trata de adelantar la adultez, sino que la juventud o la infancia puedan enseñarnos. Pero ¿es posible pensar los derechos de los NNA sin que éstos resulten de una proyección de los adultos? ¿Es suficiente este cambio de estatuto de objeto a sujeto para dar cabida a un cambio de paradigma?¿Es congruente el modo en el que se enfrenta la situación actual de la juventud “pospandemia” con la idea de un derecho de los NNA?
La juventud enfrenta en este momento una propulsión a un nuevo mundo social (y no de regreso al antiguo), como la han sufrido y vivido los NNA durante la pandemia y los largos periodos de cuarentena. Esta crisis puede ayudarnos a pensar y preguntarnos cómo sería un mundo político en que la infancia tenga voz e incidencia en nuestra concepción de la ciudadanía. Actualmente, las dificultades (en muchos casos graves) que sufren los NNA para integrarse a la vida social (y en particular a la escolar) está siendo abordada de modo técnico: se reduce al menor de edad a un conjunto de habilidades que pueden ser potenciadas. Así, se piensa a la juventud en términos de carencias motoras, lingüísticas o respecto de su salud mental. Lo que requiere un menor de edad para integrarse a una sociedad es medido en función de pautas externas, donde el niño o la niña es un mero objeto de observación. Esta visión mantiene los paradigmas que regían antes de la pandemia y aborda a los NNA como carentes respecto a pautas que no han sido modificadas, como si la persona adulta que observa y diagnostica no hubiese sido también afectada por las trasformaciones vitales, sociales y políticas implicadas por la pandemia.
Para dar voz a la infancia y encaminarnos hacia un mundo en que los NNA sean sujetos y no meros objetos de derecho, es fundamental cambiar el enfoque y diseño de las políticas públicas en torno a la niñez. Durante la pandemia, el mundo social, los vínculos, las condiciones materiales de producción de los bienes y de los sujetos no han sido suspendidos, sino trasformados. La pandemia no ha sido un paréntesis en espera de un retorno a la normalidad, sino una trasformación radical de nuestro mundo social, político, de los lazos que construimos y que nos construyen. En este contexto, los NNA no son solo carentes de condiciones para reintegrar una sociedad, son sujetos nuevos. Durante la pandemia, los menores de edad y hasta los infantes han sido testigos de situaciones extremas, han sido un soporte moral y social, muchas veces silencioso y paciente. Han contribuido a tejer nuevas relaciones y percepciones. La infancia “pospandemia” no está enferma: tiene nuevas potencias. La paciencia que han tenido muchos niños, niñas y, adolescentes; la empatía con los adultos; la comprensión silenciosa de la fragilidad de su entorno, incluido el de los seres más lejanos; y la imaginación, que les ha permitido sostener el presente y proyectar un futuro posible, no son carencias definidas en función de pautas incuestionadas y tal vez obsoletas. Verlas así sería reducirles nuevamente a objetos y silenciar a la infancia.
La violencia que vemos hoy en el mundo escolar no puede abordarse únicamente desde la salud mental: requiere una reorganización de los afectos. Si los NNA son sujetos y no objetos, urge que la sociedad y el mundo escolar les mire de otra manera. Esperar que ellas y ellos se conformen a ritmos, reglas y objetivos que no toman en cuenta las situaciones excepcionalmente duras que han vivido es ignorar lo que pueden aportar a nuestro mundo. Es arriesgarse a marginar a niñas, niños y adolescentes para siempre; es decir, destruir su infancia. La potencia de los NNA no es localizable, pero puede llegar a ser un lenguaje potente en un mundo que por ahora insiste en formas de comprender, regular y evaluar que no se hace cargo del modo en que el mundo, nuestra relación con el tiempo y con el espacio, nuestras formas de desear y de esperar han cambiado.
Es urgente que el mundo escolar cuestione sus propias pautas antes de formular diagnósticos apresurados o incluso juicios sobre niños, niñas y adolescentes. También es fundamental poner como base un verdadero derecho a la infancia, y no solo una proyección de los adultos sobe NNA. El derecho de los NNA requiere de un derecho a la infancia; de otro modo, se da vuelta contra sí mismo. La infancia es una potencia que escapa el mundo adulto y ofrece, sin embargo, nuevas herramientas para pensarlo, para producirlo, y para constituirnos como sujetos en un mundo abierto y prometedor. Por eso es imprescindible pensar un derecho a la infancia que proceda de su potencia, y no de las supuestas carencias que medimos; un derecho que asuma que el mundo ha cambiado y que, en este proceso de cambio, la infancia ha contribuido a forjar lo que somos.
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