Sororidad


Por Nicole Gardella, historiadora

La palabra sororidad proviene del latín soror. Significa hermana y es el equivalente a la palabra latina frater, que significa hermano. Ambas refieren originalmente al estatuto sanguíneo entre dos personas que son hijos de una misma pareja. Con el tiempo, la palabra fraternidad se volvió un concepto, implicando un modo de relación entre hombres, que aunque no tengan lazos sanguíneos, comparten códigos. Con la sororidad no pasó lo mismo. Su uso en el tiempo avanzó solo para referir a algunas monjas a las que incluimos en una familia de mujeres que, sin ser hermanas sanguíneas, se convertían en hijas de un mismo pater. La hermandad de mujeres pasó a ser una relación privada y doméstica y no tuvo el carácter público y dominante de la hermandad masculina.

La sororidad fue más difícil de consolidar porque a las mujeres nos hicieron competir entre nosotras, o al menos nos hemos visto exigidas a ser más individualistas, y por lo tanto a estar más solas. Por ejemplo, tenemos menos espacios laborales, por lo que si una llega a determinado puesto, debe aferrarse a éste. La urgencia de rescatar la sororidad, como el vínculo potencial entre mujeres, surge por razones éticas y políticas; ella es una manera de construir redes de apoyo, que sirvan de protección y que ciertamente son también un lazo. El tiempo de la soledad femenina se agota. Necesitamos más que nunca establecer vínculos entre nosotras que nos permitan tejer una red solidaria, sorora, como la que han tejido tan fraternalmente los hombres. La sororidad consiste en acercarse a una mujer que llora en la calle a preguntarle si necesita algo, es decirle a una amiga que nos avise cuando llegue a su casa si va sola, es decirle “sí puedes” a otra que no se atreve a dar un paso diferente en su vida. Es un voto de confianza.

A los hombres, acostumbrados a la existencia y el poder de este vínculo, les sorprenden estas necesidades y se impactan de las estrategias que espontáneamente tomamos las mujeres para sentirnos menos solas, para ser parte de una red de apoyo, para crear sororidad. Probablemente hayan naturalizado el contar con otros, y eso determina su manera de ver el mundo.

Las redes de apoyo que hemos construido las mujeres en los últimos años han sido sobre todo de protección. Salimos del espacio doméstico a luchar por nuevas oportunidades laborales, por más justicia, por más equidad. Hemos reaccionado con fuerza, pues todas hemos experimentado la necesidad de la sororidad. Sobre todo porque muchas veces estas redes no han sido resistentes a la violencia extrema. Por ejemplo, durante los primeros seis meses de la pandemia en Chile el fono 1455, número de Ayuda y Orientación en Violencia contra las Mujeres del Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género, recibió 86.950 llamados provenientes de todo el territorio nacional. El año 2019, en tanto, en el mismo período se recibieron 29.918 llamadas. Es decir, en pandemia se triplicaron los llamados. Esto no es casual. Uno de los efectos del encierro ha sido el aumento de la violencia. Y esto es, a la vez, un llamado a ampliar la sororidad. Sabemos que hubo 86.950 casos que como testigos o víctimas solicitaron orientación telefónica, y debemos pensar en cuántas mujeres no pudieron llamar a nadie. La sororidad no es una moda, es una necesidad, una antigua por cierto. Bien lo saben los hombres. El entramado de protección a la mujer debe fortalecerse con urgencia. La sororidad nos ofrece el nombre que por tanto tiempo le ha faltado a ese vínculo de protección y apoyo mutuo, gratuito, que emerge entre hermanas.

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