¿Y ahora, qué?
Es paradójico que diputados y senadores hayan pedido por meses un parlamentarismo de facto, y que hoy dejen recaer todas las expectativas en el órgano constituyente. Si es cierto que hay urgencias que no pueden seguir esperando, entonces el Congreso debe trabajar con especial dedicación.
El plebiscito del domingo pasado levanta dos tipos de preguntas: las primeras se refieren al estado actual de nuestro país, al modo en que nos comportamos y desenvolvemos. ¿Cómo leer la abismal diferencia entre el Apruebo y el Rechazo? ¿Qué nos dice la descomposición en comunas del resultado? El triunfo de la Convención Constitucional, ¿puede ser interpretado como un rechazo al actual congreso? Y si es así, ¿a qué se debe ese rechazo? Todas estas preguntas exigen una radiografía a nuestra sociedad, y deben ser resueltas con mesura y cuidado.
Pero de ellas se siguen también otras relativas al futuro. Cómo seguir de aquí en adelante, es quizás la más natural. Involucra tanto a la Convención Constitucional como al Congreso (y a la política, en general).
La derecha, en particular, tiene el especial desafío de articular una campaña sólida. El triunfo del Apruebo en ningún caso puede ser leído como una victoria de la izquierda, pero la derecha tampoco actuó alineada bajo esa opción. Ahora, en cambio, deberá ser capaz de mostrar unidad, un proyecto más o menos compartido y una propuesta que le haga sentido al país. De lo contrario, no podrá contrapesar los ímpetus refundacionales de cierta izquierda, por muy fragmentada que ella se encuentre. Acá no deben tener cabida las peleas personales ni las carreras por figurar, aunque la explosión de candidaturas de esta semana sea una muestra de lo contrario. Esta es, en cambio, la hora de las grandes alianzas.
Además, para que el proceso sea exitoso, debe instalarse una política de los acuerdos. No debemos olvidar que al final tendremos un plebiscito de salida. La ciudadanía bien puede optar por rechazar la nueva Constitución, en cuyo caso seguirá rigiendo la actual. Así, el proyecto de Constitución deberá contar con un amplio respaldo político para que sea aprobado por los ciudadanos. El proceso exige, entonces, que los distintos actores estén dispuestos a convencer y ser convencidos, eliminando cualquier lógica refundacional y política de trinchera.
Por último, no debemos olvidar que la Constitución es solo un aspecto acotado del llamado pacto social. Por eso, es fundamental que el Congreso se enfoque en tramitar los proyectos de ley necesarios para mejorar aquellos aspectos que están fuera del debate estrictamente constitucional. El ambiente actual que reina en el Congreso no es demasiado prometedor (la aplastante mayoría de la Convención Constitucional puede ser leído como una constatación de aquello). Sin embargo, es necesario superar la dinámica del debate irreflexivo, los intereses egoístas y la ausencia de disposición al diálogo.
Es paradójico que diputados y senadores hayan pedido por meses un parlamentarismo de facto, y que hoy dejen recaer todas las expectativas en el órgano constituyente. Si es cierto que hay urgencias que no pueden seguir esperando, entonces el Congreso debe trabajar con especial dedicación. Las celebraciones del domingo no durarán más que algunos meses. Si no hay avances concretos en el corto plazo, es probable se desate la frustración. Y ya no queda línea de crédito.
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