Al rescate de la Patagonia
La doctora en Biología Vreni Häussermann (50) está empeñada en proteger la Patagonia chilena, lugar donde ha descubierto más de cien nuevas especies, y donde el año pasado encontró a 337 ballenas varadas. Directora del Centro Científico Huinay, acaba de ganar el prestigioso Rolex Award for Enterprise por investigar y preservar la incógnita belleza y diversidad de los fiordos del sur.
Paula.cl
A la Patagonia chilena llegó en 1997, luego de un viaje con su novio, el también biólogo Günter Försterr –ahora su esposo, con quien tiene dos hijos de 6 y 9-, y en el que recorrieron todo Chile buceando cada 200 km para hacer un catastro sobre anémonas de mar, el tema de su tesis de diploma.
Sorprendida con la belleza del paisaje, fueron las altas montañas que caen al Pacífico y los glaciares de sus aguas, lo que cautivó la atención de esta alemana oriunda de Múnich, quien decidió en 2002 radicarse en Chile. Con su familia vive en Puerto Montt, desde donde viaja una vez al mes a Huinay, en el fiordo de Cumao, en un trayecto que dura entre 5 y 8 horas y que debe hacer en camioneta, barcaza y lancha. Allí es directora del Centro Científico Huinay –de propiedad de Enel Generación Chile y la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso–, institución que apoya al Estado con información de línea base sobre el patrimonio biogeogáfico de la Patagonia para facilitar su uso sostenible. "Por su diversidad, es el paraíso para los científicos", explica Vreni Häussermann, quien suele irse desde Huinay por dos o tres semanas junto a su equipo a expediciones por recónditos lugares de la Patagonia, muchos de ellos donde nunca ha llegado gente.
Fue en una de esas travesías, en abril de 2015, cuando Vreni navegaba por el Golfo de Penas, cuando divisó a dos ballenas muertas en la entrada de un fiordo. Luego, en otra playa, contó siete cadáveres. Después 30. El hallazgo la motivó a organizar otra expedicón, en junio del año pasado, junto a la paleontóloga Carolina Simon Gutstein del Consejo de Monumentos Nacionales. Sobrevolaron el terreno en aeroplano, tomando fotos satelitales. Fue entonces cuando contabilizaron 337 ballenas muertas, hecho que registra la más grande mortalidad de estos cetáceos jamás descrita en toda la historia. "La escena era apocalíptica, fue terrible. Es una zona donde no llega nadie, ¡imagínate todas esas ballenas muertas y nadie se da cuenta!", exclama Vreni con indignación, quien establece una conexión de las mortalidades con la contaminación, el cambio climático y la presencia de marea roja. Dicho hallazgo posicionó a Vreni como investigadora líder y vocera de alertar a la comunidad científica y civil sobre la tragedia.
Coautora junto a su marido de Fauna marina bentónica de la Patagonia Chilena, libro ilustrado que recopila cerca de 500 especies marinas de los lagos del sur del país, a la fecha la científica ha tomado muestras de dos mil especies marinas, cien de ellas nunca antes descritas, y que está afanada en proteger. Esa labor la hizo ganar en noviembre pasado el Rolex Award for Enterprise, premio mundial que, desde su creación en 1976, reconoce proyectos que tienen capacidad de mejorar vidas o proteger el patrimonio natural y cultural del mundo. Gracias a éste, Vreni y su equipo recibirán un sumergible capaz de introducirse bajo los 500 metros de profundidad –hoy solo llega hasta los 30 metros– para seguir explorando los misterios de la Patagonia.
¿Somos los chilenos ignorantes sobre el patrimonio de nuestra Patagonia?
Es paradójico, pero a pesar de tener una costa tan grande, Chile tradicionalmente no es un país orientado al mar, porque en general mira hacia la tierra; la gente sabe sobre el valor de sus bosques, pero no del mar. De hecho, 18% de la superficie terrestre de Chile corresponde a áreas protegidas que están bien distribuidas por todo el territorio, contra 0,7% de la costa protegida, concentrado mayormente en el Parque Francisco Coloane en el Estrecho de Magallanes. ¡Con 8 mil km de costa en todo Chile, ese porcentaje no es nada! Esto es así porque gran parte de los colonizadores eran campesinos, gente de tierra. Sumado a esto está la centralización, en la que todo pasa en Santiago, que no está en el mar. Además, para muchos la Patagonia es un lugar que está muy, muy lejos.
¿Cuál es el mundo submarino que allí descubriste y del que te enamoraste?
Pasa que la gente ve el mar por la superficie y le puede parecer aburrido y gris. Pero bajo los 10 metros aparece, de repente, un mundo de una belleza sobrecogedora, con una diversidad de especies de colores vívidos con mucho amarillo, naranja, rojo. Es tan impresionante que pareciera que uno está en el mar del caribe: hay muchas anemonas –nombré a tres que son de la misma familia como a mis hijos Fiona y Fabián y mi marido Günter–, látigos de mar, medusas, esponjas y corales que no dejan ninguna roca sin cubrir. Allí hemos recolectado dos mil especies y más de cien son nuevas para la ciencia, nunca antes descritas. Y todo esto lo hemos descubierto en aguas someras, a no más de 30 metros. ¡No puedo imaginar lo que descubriríamos si buceáramos aún más profundo!
¿Qué especie descubierta es clave?
Los corales de agua fría porque cubren más área que los tropicales y por eso son importantes para el ecosistema del océano: sirven de hábitat para muchas otras especies, hacen de casa y refugio para ellas, incluso para peces que son importantes económicamente. Aunque en otras partes del mundo ya se conocían los corales de agua fría en profundidades hasta los 2.500 metros, esta es la primera vez que se describen corales en aguas tan someras, entre 8 y 20 metros, como el Caryophyllia huinayensis y el Tethocyathus endesa. Lo interesante, además, es que en la Patagonia tenemos un océano con un pH tan ácido como el que se pronostica para el año 2.100, entonces, podemos estudiar un escenario del futuro hoy. Saber cómo logran sobrevivir con esta acidez sin disolverse es algo que podemos anticipar para evitar su extinción en el futuro.
¿Cómo se logra el equilibrio entre desarrollo y conservación de los ecosistemas marinos?
Hay que dejar de pensar en el corto plazo y adoptar políticas de largo plazo, donde la protección de los ecosistemas sea lo fundamental. Por ejemplo, en la Patagonia se tomaron decisiones sin planificación previa y lo poco que se planificó fue relativo a planes económicos y sociales porque, como no había información biológica, se dejaron todos estos aspectos fuera, con resultados nefastos para el medio ambiente.
¿Cómo se pueden cuantificar los daños producto de esas malas decisiones?
Aún nos falta mucho para entender los daños. Como ejemplo, en 2003 tomamos fotos del fiordo Comau. Diez años después, las fotos del mismo lugar mostraron que la densidad de especies era un cuarto menos de cómo era antes. O en 2012, en unos 10 a 15 km de costa desaparecieron casi todos los corales. Hay científicos que después de seis años llegan a Huinay preguntando dónde están los camarones de roca, pero yo jamás los he visto. ¡Así las cosas desaparecen y lo peligroso es que ni siquiera nos damos cuenta! Daños más evidentes han sido las 337 ballenas varadas que encontramos. Y bueno, para qué decir sobre la mortalidad de toneladas de salmones, sardinas y moluscos, que dejan en evidencia lo desequilibrado que está todo, pero aún estamos a tiempo para revertirlo.
¿Cuáles son las principales amenazas?
La sobreexplotación de los recursos marinos, la contaminación y el cambio climático. Por ejemplo, el aumento de la actividad productiva genera sedimento que, al acumularse, permite floración de algas y que al morir son consumidas por bacterias que provocan falta de oxígeno. Esa es la causa más probable de la muerte de los corales. En 2003, había solo tres salmoneras pequeñas en Huinay; hoy hay 23 gigantes, que producen diez veces más que antes. Ligado a ello, están las prácticas de la industria salmonera: en Chile se usan 1400 veces más antibióticos por la misma cantidad de salmón producido en Noruega, lo que genera resistencia a estos fármacos en caso de enfermedad; ¡y se ha descubierto que botan su basura al mar! Otro problema que tiene Chile es que desde los 80 las concesiones son para siempre, en cambio, en otros países con salmonicultura, las concesiones son por 10 a 20 años, lo que da la opción de evaluar los daños en el área y hacer algo al respecto.
¿Vas nombrar "Vreni" a la próxima anémona que encuentres?
Un científico no puede nombrar sus hallazgos con su nombre, pero tal vez mi marido la encuentre y le ponga "Vreni". Así, tendríamos la familia completa.
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