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Tras el éxito cerrado de su libro Missing, el escritor que irrumpió con escándalo en la escena literaria de los 90 estrena su segunda película, Velódromo, la historia de un treintañero de vida mínima. Fuguet ya no intenta conquistar el mundo.
Son días de cine en Santiago, de mucho cine, pero mi primera cita con Alberto Fuguet (46) ocurre entre libros, en el café Literario de Bustamente. Fuguet –quien está en Sanfic con su comedia existencial Velódromo– se siente más cómodo entre anónimos chicos iluminados por sus laptop que frente a los flashes de un festival cuya alfombra roja no tiene intenciones de pisar. "Cuando supe que la fiesta de inauguración iba a tener a 90 actores jóvenes vestidos con modistos, me dije no, yo no estoy para esas cosas. No hice cine para estar rodeado de la farándula. Para eso me quedo en el mundo de la literatura", ríe.
Para entender qué pasa por la cabeza de mi entrevistado –a quien calculo casi con calculadora, conocí por primera vez hace 20 años– basta
ver (y re ver) Velódromo, su película más epidérmica y nouvelle vague; la historia de Ariel, un treintañero cuya vida mínima, casi monacal, consiste en bajar películas de internet y pedalear por Santiago junto a su única novia estable, la bicicleta. Fuguet, al igual que su protagonista (interpretado por un carismático y premiado como mejor actor en Sanfic, Pablo Cerda), "ya no le pide mucho a la vida, ¿acaso eso es mucho pedir?".
"Es cada día más mi mantra. Y es muy liberador. No intentar conquistar el mundo ni lograr cosas. No tener neurosis con el éxito, el dinero, el prestigio", dice a pesar de sus recientes "regalos inesperados", como llama sin falsa modestia a los premios de la crítica UDP por su libro Missing y la beca Guggenheim. "Ariel intenta ser un poco revolucionario en una extraña manera. Y hay mucha gente en ésa", reflexiona.
¿Cuál es el mood de Velódromo?
Velódromo es una película de "hombres a solas". De alguien que, más que buscarse, se está acostumbrando a sí mismo. Tiene un estado mental raro, que está entre la pena y la felicidad. Es el género chico-conoce-bici, que es otro tipo de historia de amor.
¿Ariel vive como una segunda adolescencia que le permite conocerse mejor y crecer sin sufrir tanto?
Me gusta eso de segunda adolescencia tardía, sin la duda, el desgarro y las ridiculeces de la primera. Ariel agradece lo que tiene, que es básicamente a sí mismo. Su mayor bendición es no latearse, lo cual es una de las grandes tragedias de nuestro siglo. Se conecta al computador no para chatear o tuitear, sino para bajar películas que despierten su curiosidad. Sí, está alienado, ¿pero acaso no lo estamos todos?
Hay un capítulo llamado Medio autista, una palabra que ya es tuya. ¿Qué es el autismo? ¿Estar desconectado de los demás, estar conectado únicamente con uno mismo?
Lo segundo, creo. Juego con la idea de que no es una enfermedad y, si lo fuera, habría que respetarla. Yo creo que, efectivamente, tengo rasgos del síndrome de Asperger que descubrí una vez en un tratamiento médico. Pero no es el fin del mundo. La mayoría de los artistas y de mis lectores lo tienen.
¿Cuál es el sentido de la amistad, entonces?
Las verdaderas amistades, para mí, se basan en las mutuas recomendaciones de películas o libros. Es como dar la comunión: yo no dudo de ti ni tú de mí.
Al igual que Ariel te has vuelto cada vez más invisible. Hay gente que se pregunta si acaso vives en Chile.
Te tengo la mejor anécdota. Un día fui a un lanzamiento de un libro y una señora intelectual me preguntó si estaba viviendo en Chile. "Sí, ¿por qué?", le dije. "Porque nunca te veo en la vida social". O sea, por no aparecer en la vida social no existía. Antes de que mis libros y mis películas existan, me interesa existir yo.
¿Huir es una manera de existir?
Muchos escritores terminan huyendo. No para esconderse, en esto no hay que mistificar. Dicen que hasta antes de morir Salinger iba a Barnes and Noble, almorzaba en el Four Seasons y cosas así. No soy un ermitaño, me junto en privado con algunas personas. Lo otro, ya lo viví. Tuve el lanzamiento (se refiere a su debut literario Sobredosis) con más cocaína en la historia de los lanzamientos de libros, donde la misma editorial tenía jales en el baño. Hasta Donoso bailaba, todos borrachos. Las premières de Se arrienda fueron nueve, una muy linda y producida en el antiguo cine Rex. Ahora, en cambio, es probable que después del estreno de Velódromo salga del cine con Pablo Cerda y me vaya caminando, lo cual tampoco me hace más cool ni nada.
Fans y antifans
Nuestro segundo encuentro ocurre en pleno Sanfic, para una función de Velódromo en un repleto cine Hoyts de La Reina. Hay aplausos y comentarios a la salida. Chistes sobre Ariel. Un par de estudiantes de Cine me comentan que no vinieron a ver Velódromo sino la película de Fuguet, que Fuguet es como una marca y, les guste o no, existe. Otros, claramente fans, se abren paso hacia su ídolo para hablarle de sus proyectos literarios o de cine. Un chico rubio de barba y con ojos llorosos me comenta que la gracia de Fuguet es que habla de gente como él, santiaguinos que critican lo que los rodea pero se inventan una vida propia. Alberto se hace a un lado y los escucha. Pero al cabo de un rato se siente incómodo, y quiere salir.
¿Cuándo alguien ve Velódromo y comenta que "es muy Fuguet", qué quiere decir?
No sé, pero no me parece que sea un insulto. Si tu apellido se vuelve un adjetivo creo que has logrado algo. Eso no me garantiza que les vaya a gustar pero al menos sé que tiene un ADN propio. Sé que hay gente, no me atrevo a decir cuánta, que siente curiosidad por lo que escribo o filmo y eso, si bien asusta y hasta da vergüenza (porque hay algo de mí que quisiera que nadie leyera o viera las cosas que hago), también da una suerte de seguridad o, no sé…
¿Cómo te haces responsable de la sensibilidad de esos fans que conectan contigo?
Me interesan quienes leen de la misma manera con que van al cine o escuchan música: para entender y entenderse, para sentirse con un aliado, para estar menos solo. Yo soy ese tipo de lector. A los lectores-escritores prefiero saltármelos. Por eso no hago talleres literarios ni deseo rodearme de escritores jóvenes que quieran postularme al Premio Nacional. Lo mejor que les puedo regalar a mis lectores son más libros, más películas.
¿En lugar de hablar con ellos vía tuiter?
¿Para qué van a querer saber si me salió un herpes o que estoy en Sanfic viendo Alamar? Siento que hay un asunto de poder en juego. No quiero abusar de éste dando opiniones, tratando de ser su hermano mayor o gurú. Qué lata. Además, un escritor que opina mucho es un autor que puede ser conocido, pero no leído.
Contigo no hay término medio. O se te ama o se te odia.
Nadie nace preparado para sentir tanto odio. Y, claro, uno muta. Si Mala onda hubiera sido recibido como La ciudad anterior, de Gonzalo Contreras, hoy sería, quizás, un tipo menos autista, simpático, gregario, pero, claro, uno va sumando pequeños traumas y los procesa. Si uno va a una comida y te toca dar la mano y decir tu nombre y te responden "sé perfectamente quién eres, concha de tu madre", dejas de exponerte y evitas lugares donde no te sientes seguro.
Y vas generando paranoias, imagino.
Es una paranoia que me permite no estar tan en el mundo y, por lo tanto, escribir. Pero sí, el odio me ha marcado, incluso, más que vivir en Estados Unidos. Muchas veces he soñado con tener al Gope protegiéndome. Me encantaría conseguirme en el persa estos escudos de plásticos.
Me haces reír…
Supongo… el escudo igual lo tengo, pero no es de plástico. Cada vez me complica más cuando hablan mal de mí frente a mí.
¿Te pasa mucho?
No sé si mucho, pero la última vez fue suficiente. Estaba en Viña, lanzando Apuntes autistas. Un tipo se me acercó y me empezó a insultar diciendo que era un cuico, el peor escritor de la historia. Mi papá quiso pegarle, algo que hubiera sido patético. Por un momento pensé que el tipo me iba a balear y ahí todo mal, porque me convertía inmediatamente en alguien de culto. Y nada, le tiré una talla y le dije: "Igual, gracias por venir, porque yo nunca iría al lanzamiento de alguien que odio". Y es verdad: no odio realmente a nadie, pero hay un montón de autores que me latean y que ni leo. La vida es demasiado corta y no puedo convencer a mis enemigos de quién soy, prefiero mantener a los amigos que ya tengo.
¿Convencerlos de que no eres el escritor ABC1 que creen?
Eso de ABC1 es una sigla que ya pasó. Antiguamente implicaba tener cultura o intereses intelectuales. Y hoy eso no es privilegio de los que tienen dinero, sino de quien tiene curiosidad. Y ahí está también el mundo de Velódromo. Un bloguero del interior de Curicó que trabaja en un supermercado puede ser mucho más culto y por lo tanto ABC1, que un chico que va a una universidad cota mil.
¿Missing rompió un poco el prejuicio de Fuguet del barrio alto?
El que leyó Missing entendió que no venía de arriba sino más bien al revés. Me crié en un suburbio de California. Y, mal que mal, soy un escritor Alfaguara, no Anagrama. Una cosa es haber escrito en El Mercurio y otra ser dueño de él. Mis personajes van a almacenes, no a emporios. No son de los lounge cool sino de Essomarket aunque, claro, pasan por esos sitios de moda. Me interesa lo que está de moda, porque ahí ves los miedos y los sueños de los que creen que tienen el poder pero que a la larga es una tribu aterrada que depende totalmente de sus apellidos, de ser de uno de los cuatro colegios, de sus círculos de amigos que lo pueden salvar.
¿Tú no conoces a los del gobierno de ahora? Después de tu asistencia a la charla de Vargas Llosa de apoyo a Piñera dio la impresión de que adherías al círculo intelectual de derecha…
A ver, conozco a Luciano Cruz-Coke, fue protagonista de Se arrienda. La otra vez pisé por primera vez La Moneda como periodista, para entrevistar a Hinzpeter. Nunca me he sentido parte de ningún gobierno y eso que voté cuatro veces por la Concertación. Nunca me he ganado el Fondart. Jamás sería agregado cultural, ni antes ni ahora. Me alegra no ser parte de eso, porque así no me siento traidor sino observador. Sí, antes de ir a ver a Vargas Llosa lo pensé toda la mañana, ¿y sabes qué? Me dio más miedo no ir a la charla de un escritor que admiro que ir. ¿Si puedo ir a ver Nine Inch Nails por qué no puedo ir a escuchar a Vargas Llosa?
Vintage Fuguet
Cuando todavía no publicabas Sobredosis dijiste a propósito de un encuentro tuyo con Richard Price: "Los autores que importan, aquellos que son tus héroes, son esos pocos que estuvieron ahí, junto a ti, cuando nadie más lo estaba". ¿Todavía sientes esa necesidad vital con lo que haces?
Más que todo, echo de menos a ese chico que escribió esa cita y que descubrió a Price en una librería de San Diego y luego lo vio en una librería en Manhattan y se acercó a hablarle…
En el mismo artículo escribes: ser joven no significa sólo tener pocos años sino sentir más de la cuenta.
Sí. Claro, eso ya no me pasa… salvo en el cine. Ese entusiasmo joven me lo da armar cosas como cinepata.com, filmar. Con el cine soy ciento por ciento joven de nuevo e ingenuo. La literatura se lee menos y produce menos impacto. Uno escribe de lo que se te da la gana y nobody cares. Antes Matías Vicuña iba a un prostíbulo y era escándalo nacional… hoy…
¿Qué echas de menos del Fuguet de los 90?
El valor de la palabra. Me hubiera gustado ser respetado intelectualmente.
Para la crítica, ahora eres el autor de Missing, no de Mala onda.
Ja, pero sí, Missing mató un poco a Mala onda y por eso mismo, ahora estoy escribiendo la continuación de ese libro para poner en jaque lo logrado con Missing. No debería, pero bueno… parte de la gracia es crear lo que uno quiere y no lo que te conviene.
Hay una escena en que Ariel y su amigo Danko hablan de ser padres algún día. A nuestra edad es un tema ser padre o madre. ¿Lo es para ti?
Soy muy egoísta y embalado con mis proyectos creativos y ser padre es una profesión, una vocación y un compromiso para toda la vida, y no todo el mundo está a la altura. Y yo no quiero herir a terceros. Soy de una generación mutante cuyos padres pocas veces han cometido tantos errores, probablemente no a propósito. ¡Es raro que no haya habido una especie de genocidio! Gente peor criada nunca va a haber en la historia.
Esta entrevista termina igual que Velódromo, en el Velódromo de Santiago. Le comento a Fuguet que la imagen de Ariel, de noche, solo, andando por la pista de los ciclistas dice más que cualquier cosa. "Sí, porque la competencia, al final, es con uno", sonríe Fuguet. "Es hacer un check list de cosas que uno quiere hacer para que la vida tenga algún sentido".
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