Alejandra Catán y su lucha por que más personas sean familias de acogida
Fue en 2016, en medio de la conmoción causada por la trágica muerte de Lisette Villa, una niña que falleció en una residencia de acogida del entonces Sename, que Alejandra Catan (41), ingeniera comercial y psicóloga, decidió –lejos de quedarse en la indignación de las marchas y las consignas ‘No más Sename’– actuar concretamente. “Su muerte me marcó mucho. Hasta ese momento era lejana a este tema, no sabía qué pasaba con los niños y niñas, incluso desconocía la realidad de las residencias, pero fue tan fuerte ese caso para mí, que sentí un impulso por hacer algo concreto, cuenta.
Ímpetu que la llevó, al poco tiempo, a transformarse en familia de acogida de un menor en vulnerabilidad. “Empecé a buscar y descubrí que existían las familias de acogida por una compañera de la universidad que lo hacía. Sin embargo, ella estaba casada y yo no, y no sabía si esa sería una condición pues no hay mucha información; las personas tienden a confundirse entre los requisitos para ser familia de acogida y para adoptar, y no es lo mismo”, dice. De hecho –agrega– todos pueden ser familia de acogida, no importa la composición familiar, si eres casado(a), soltero(a), si tienes hijos o no. “El sistema es cada vez es más inclusivo y más diverso”.
Ella, en verdad, tenía poca experiencia; no era madre ni cuidadora, se estaba enfrentando a un mundo completamente desconocido. “Sólo me acomodaba saber que iba a ser por un tiempo, un par de meses, pensé, porque tenía mis planes, quería viajar, vivir fuera, y esto no coartaba mi libertad”, reconoce. Además pensó que lo haría sólo una vez en la vida y que luego volvería a su vida normal. Lo veía como su pequeño aporte a la infancia vulnerable del país. Pero el destino tenía otros planes para ella.
La primera experiencia
Seis meses duró el proceso de evaluación para ser familia de acogida. Su primera experiencia fue con dos hermanos, un proceso muy desafiante. “Fue un caso muy difícil, me costó mucho”, cuenta Alejandra, debido a que estos niños habían estado mucho tiempo en residencias. “Uno al principio cree que son sólo labores de cuidado, pero te enfrentas también a pataletas, desregulaciones, a mucho trauma, y es lógico, si son niños y niñas muy vulnerados. A pesar de que estaba estudiando psicología, en un comienzo sentí que el poncho me quedó super grande”, confiesa.
Pero poco a poco las cosas cambiaron. “Ellos comenzaron a adaptarse a la vida en familia. Yo también comencé a entender que su comportamiento tiene que ver con la historia de vida que arrastran a su corta edad. Comencé a conseguir logros que en un principio veía lejanos porque ellos estaban aprendiendo a vivir en familia”, cuenta.
El día antes de que se fueran en adopción, y mientras los hacía dormir, uno de los hermanos le dijo a Alejandra: “Yo quiero que tú acojas a más niños, porque hay muchos más. Y tú puedes ser una muy buena cuidadora para ellos”. Un momento que hoy recuerda emocionada pues marcó un antes y un después en su vida: desde entonces ha sido cuidadora cuatro veces. Actualmente cuida a una bebé de cuatro meses, y debido también a los cambios en el sistema, se encuentra de postnatal por ser cuidadora de esta pequeña.
De lo individual a lo colectivo
Según Mejor Niñez en el documento “El Poder de Cuidar en Cifras”, un total de 8.809 niños, niñas y adolescentes son atendidos en programas de Familias de Acogida (FAE); mentras que en proyectos de Cuidado Alternativo Residencial son atendidos un total 4.708 niños, niñas y adolescentes.
A pesar de la cifra significativa de niños en programas de FAE, la realidad es que más de 4.600 niños, niñas y adolescentes aún se encuentran en residencias, sin una familia, subrayando la necesidad crítica de más familias de acogida en Chile.
Esta realidad es la que movilizó a Alejandra a ser parte de la Fundación PROACOGIDA, una organización de voluntarios que busca contar con más y mejores familias de acogida. “En mi primer acogimiento me faltó acompañamiento, capacitación. Empecé a buscar ayuda por mi cuenta, me empecé a capacitar y a generar apoyo para contener esta situación. Y entonces pensé que era necesario informar y también capacitar para que más personas se atrevan a acoger”, comenta.
El objetivo que persiguen es que cada niño, niña y adolescente en cuidados alternativos, se realice socioemocionalmente y para eso promueven una cultura del acogimiento que garantice su derecho a crecer en una familia que los proteja, escuche y ame. “Y es que los niños se dan cuenta que están mejor en una familia, yo lo he visto en los niños y niñas que he acogido”, dice Alejandra.
En este camino han recibido el apoyo de la “Alianza por el Acogimiento Familiar”, una iniciativa formada por las fundaciones Ilumina, San Carlos de Maipo y Colunga. “Esta es una labor motivada por el amor, pero también es extenuante. Necesitamos encontrar maneras innovadoras para capacitar a las personas que trabajan directamente con madres, padres y familias de acogida para que vayan haciendo la diferencia; buenas prácticas que mejoren día a día el sistema a favor de los niños, niñas y adolescentes” dice Arturo Celedón, Director Ejecutivo de Fundación Colunga.
Uno de los proyectos que le ha tocado liderar a Alejandra son las Incubadoras de Familias, que se centran en la sensibilización, captación, información y acompañamiento a personas interesadas en acoger. “A veces pasa que te inscribes y no te llaman, o sencillamente, a veces las dudas inmovilizan. Las personas no saben cómo o dónde inscribirse, los plazos de cuidado o qué pasa cuando los niños se van. La idea con estos proyectos es que las familias no se sientan solas en esto porque todos en la sociedad tenemos que involucrarnos; pasar de lo individual a lo colectivo. Yo no podría sola, nos necesitamos todos. Y me di cuenta esa noche que mi primer niño me pidió que cuidara a otros. Cuando me dijo, literalmente, ‘en la residencia hay muchos niños más. Todos necesitan a una familia’”.
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