Heroínas sin estatua
Para los aniversarios se saca lustre a los monumentos y se revisan fotos añejas. Pero, tras las grandes lámparas y de los bellos salones, van saliendo arañas, secretos en papelitos doblados, historias oscuras, manchas de sangre. Aquí, el trenzado devenir de Alicia Cañas e Inés Echeverría, dos chilenas que hicieron noticia en los años 30.
Debo escribir sobre una mujer "destacada, notable, desde la Independencia hasta nuestros días, que haya hecho un aporte…". Luego de descartar a las artistas más recurridas y a las que lograron el voto femenino, y dando cabezadas sobre tomos de historia, encontré a mi personaje. O eso creí: Alicia Cañas, fue la primera mujer elegida para un cargo público por votación popular en 1935 y la primera alcaldesa en toda Sudamérica. Por Providencia. No se sabía mucho de ella, cumplía los requisitos, así es que empecé a rastrear su aporte.
Al momento de la elección, tenía 34 años y figuraba en la vida social por ser la nuera del ex Presidente Juan Luis Sanfuentes. Había enviudado a los 24 "siendo una de las mujeres más bellas de su época", según la revista Zig-Zag, y se había vuelto a casar con un gentleman, el abogado Augusto Errázuriz, con quien tuvo cuatro hijos. Era una mujer conocida en los círculos de la beneficencia, patrocinadora de un club de ciegos en la comuna de San Miguel y financista de los Bomberos de Santiago. En esos años las mujeres ya votaban en medio mundo: Ecuador, Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, Uruguay… menos Chile. Los políticos se resistían, porque ignoraban hacia qué lado inclinarían la balanza.
–Uno tiende a pensar que las mujeres votarían por la izquierda– dice la historiadora del siglo XX, Consuelo Figueroa, de la Universidad Diego Portales.
–Pero no: porque ¿qué mujeres votarían? Las alfabetas, inscritas y políticamente informadas. O sea, las conservadoras y clericales.
Entre los políticos, los conservadores apoyaban la idea del voto femenino; los radicales se resistían. En 1934, súbitamente, se les ocurrió la idea de probar el asunto y se modificó la ley electoral. Dejarían que las mujeres votaran sólo en las elecciones municipales. La primera vez fue en abril de 1935. En esa olvidada elección, 40% de las mujeres votó por el Partido Conservador. Alicia Cañas, apoyada por esa repartición política, obtuvo 4.000 votos y ganó en Providencia. Los votos se contaban a mano así que Alicia asumió unos meses después.
En esos años, Providencia no era lo que es ahora. En Tobalaba había chacras de frutillas. Los tranvías llegaban hasta avenida Los Leones. En la ribera del Mapocho, desde plaza Italia hacia arriba, había zarzamoras y era lugar de escondrijo de maleantes. Cañas, en cambio, había vivido en París y se vestía a la moda. No era beata y conducía su propio auto. Terminó convertida en la primera alcaldesa moderna de Providencia, gracias a su proyecto de transformarla en una comuna jardín. Pero el presente parece haberla olvidado. En la municipalidad hay que insistir para encontrar una foto suya. El alcalde Cristián Labbé recuerda que en 2002 le entregó una medalla, cuando Alicia cumplió 100 años, y en el mismo acto rebautizó la plaza de Avenida Francisco Bilbao con Los Leones con su nombre. Y no mucho más.
A la historiadora Consuelo Figueroa no le extraña:
–No hay monumentos a las mujeres en Chile. Por poesía, arte, quizás. ¿Pero por ganar elecciones? ¿Por feminista? Ni siquiera Javiera Carrera tiene uno. No existen. Así que si al menos Alicia Cañas tiene una plaza…
Con la fecha de la elección en la mano –7 de abril de 1935– fui a revisar los diarios al subterráneo de la Biblioteca Nacional.
Mujeres sin titulares
Si abres una puerta que lleva 80 años cerrada, despiertas las arañas. En la prensa de 1934 el tema del voto femenino fue apareciendo en forma paulatina: entre amarillentos avisos de pantymedias y tónicos digestivos, las columnas de Amanda Labarca, del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH), eran impecables. Las de Adela Edwards, de la Acción Nacional de Mujeres (el ala conservadora del feminismo), eran rotundas pero cautas. Pro y en contra siempre. Anónimos periodistas escribían las noticias en boga: "Modifican Ley de Municipalidades para dar voto a la mujer"; "60 mil mujeres decidirán próximas elecciones".
Pensé que las mujeres celebrarían en las calles. Pero no. No vi grandes titulares en los diarios. Pero otras noticias comenzaron a desviar mi atención. Leí en El Mercurio, 17 de mayo de 1934: "Absuelto individuo que, privado de razón, dio muerte a su mujer". Seguí leyendo. "Rosendo Muñoz Delgado mató a puñaladas a su mujer Zoila Matta enceguecido por su vida licenciosa y desordenada". Pesaba sobre ella una acusación anterior de adulterio. En la misma semana en que se emite la Ley de Separación de Bienes (el suceso legal del año, pues antes la mujer cedía los bienes al marido, no podía firmar contratos ni disponer su herencia), otro caso policial ocupa en La Nación un espacio mucho mayor: "Maestro Alba absuelto por asesinar a su cónyuge". El año que Alba pasó en un convento se tomó "como pena suficiente y compensatoria", según el diario.
En numerosas editoriales los periodistas comentaban: "Cuando la mujer es libre de cascos, el derecho de matar, en ese caso, no se discute". Iba a buscar información del voto femenino y me topé con un descubrimiento macabro: en todas las clases sociales había impunidad cuando un marido atacaba a su mujer. En todos los tribunales regía el mismo criterio: la esposa era un bien desechable, matable. Regresé a las elecciones. La campaña iba tomando color. Las poquísimas candidatas a alcaldesa hablan en el teatro Club de Señoras en calle Monjitas y en las radios. Aparece el primer pequeño perfil de Alicia Cañas en la revista Zig-Zag, entre fotos de salones y grandes tertulias estilo belle époque.
Hasta que, en los microfilms del diario La Opinión, un titular referido a Providencia me detuvo en seco: "A un año del drama de avenida Holanda. El asesino de clase social que mató a su esposa". En la misma comuna de Providencia, donde Alicia Cañas –que vivía en avenida Ricardo Lyon– tejía su candidatura, otro femicidio amenazaba con quedar impune. ¡Y a nadie parecía importarle! El reportaje estaba en tono novelado. En junio de 1933 Roberto Barceló Lira, descendiente de los Carrera, asesinó de un tiro en la espalda, en el baño de su casa, a su esposa Rebeca Larraín Echeverría, de 37 años, también noble. Era bisnieta de Andrés Bello e hija de la popular escritora Inés Echeverría, que firmaba sus columnas en diarios y revistas como Iris: una aristócrata vívida y reina de los salones, ácida y culta. Novelista, la primera académica mujer en la Universidad de Chile.
Barceló estaba recluido en la Penitenciaría esperando sentencia. Seguí escarbando en los microfilms buscando noticias sobre las elecciones en Providencia y Alicia Cañas, pero no pude quitar el ojo a la impune violencia contra las mujeres y el caso Barceló. El color que tomó el caso me sorprendió del todo.
Típica neurosis masculina
Empieza 1935. El domingo 7 de abril fueron las elecciones municipales. ¡Por fin algo de entusiasmo! Todas las revistas y diarios se abocan al asunto: "¡Votan las mujeres por primera vez!". "¡Voto femenino!". La mujer depositando el voto es la foto oficial. El conteo a mano tomó cerca de un mes y los reclamos de cohecho, votos marcados, suplantaciones y anulaciones sumaban cientos, sino miles. Recién en junio el colegio electoral tuvo los resultados: votaron 63 mil mujeres, eligieron a 16 regidoras y dos obtuvieron la primera mayoría en su distrito: Aída Nuño en San Felipe y Alicia Cañas en Providencia.
Fue una sorpresa. Algunos medios, como La Opinión, rumorean que Alicia ganó por bonita, pues no militaba en ninguno de los movimientos feministas ni tampoco en el Partido Conservador. Sólo había hecho discursos y asistido a programas en radio Chilena –cercana a la Iglesia. Pero se le presumía inteligente. Pasé volando los rollos de microfilms sin volver a encontrar mayor información. Para no dormirme, me entretuve con las noticias del caso Barceló.
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Inés Echeverría.[/caption]
La Corte revisa una y otra vez el proceso sin dictar sentencia. Declaran médicos y peritos a favor y en contra de que a Barceló se le hubiera escapado el tiro mortal de forma casual. Aunque está en la cárcel, todos opinan que será declarado inocente. A mitad de ese 1935, Inés Echeverría, la madre de Rebeca, deja las tertulias y los salones literarios y se lanza como una kamikaze contra Barceló. Desnuda su vida como la de un sinvergüenza y maltratador. Pide para él la pena de muerte. Inmediatamente la dejan de publicar en la prensa oficial. Ella sortea el escollo publicando un libro: Por él.
Subí a la Sección Chilena, en el segundo piso de la Biblioteca Nacional. Leí las 220 páginas de constantes maltratos y abusos de Barceló que Inés, según revela en el libro, justificaba hasta antes del asesinato de su hija como "típica neurosis masculina". Narra una escena anterior a la tragedia: "Un plato de ostras voló sobre la mesa. Él, en medio de un festín marino, en la casa de Viña (en el verano de 1933), le arrojó las ostras en la cara a Rebeca. Le empapó el peinado y el vestido parisienne quedó chorreando. –¡Ni siquiera sabes servir el vino blanco helado!– le gritó. Y nos arruinó a todos la velada".
En su libro Inés sospecha que se teje una impunidad judicial a favor de Barceló. Describe una de las visitas de su yerno al tribunal.
El juez lo saluda de un abrazo –como signo de respeto– y le dice:
–No se preocupe. Seguramente todo esto tendrá una explicación.
Tras la publicación del libro el juez Mariano Rivas le impide a Inés declarar en el juicio. Ninguna mujer de la política, ninguna de las ganadoras en las elecciones municipales, ninguna de las líderes de los movimientos feministas escribe ni una sola línea en torno al caso Barceló en todo 1935. Menos sobre los otros parricidios sin castigo. Quizás no las publicaban, censura previa, no lo sé. La prensa oficial informa apenas. Sólo Iris y un periodista de iniciales O.O. informan periódicamente detalles sabrosos en La Opinión. Nadie más.
Finalmente, el Consejo de Regidores nomina a Alicia Cañas como primera alcaldesa de Providencia en octubre de 1935. La noticia causa cierto revuelo, pero mucho menos que el caso Barceló. Encontré apenas un titular pequeño cuando fue recibida con honores de Primera Dama por el Presidente Arturo Alessandri en La Moneda. Aún era muy bonita– dice la prensa. Y Alessandri era un pícaro seductor. Apadrinó a sus hijas.
Paseo dominical
Llega 1936. Estalla la Segunda Guerra Mundial. Uno de los abogados del caso Barceló publica también un libro: Uxoricidio: proceso contra Roberto Barceló Lira. Reproduce una parte del desgarrador diario de Rebeca Larraín, la víctima: "Estoy tan sola, tan triste –escribe el año en que murió–, que escribo para desahogarme. Los otros son tan indiferentes que aun entre nosotras estamos siempre solas… No saben cuántas penas, cuántas luchas, cuántas lágrimas se derraman durante la noche, en el misterio de la alcoba cerrada. Cuántos sollozos se sofocan entre las sábanas". Alicia Cañas, apenas pisa la alcaldía de Providencia, se pone manos a la obra para cumplir con su proyecto de rediseñar la comuna como una Ciudad Jardín. Lleva al arquitecto alemán Oscar Prager al municipio para hacer un plan urbanístico con parques y avenidas arboladas, como los de las calles Pocuro y Los Leones. Remodeló la avenida Andrés Bello –la Costanera– construyendo la avenida y el parque actual. Inauguró su primera gran obra: el Mercado Municipal frente a la iglesia de la Divina Providencia. Durante 50 años sería paseo obligado de domingo: ir a comprar empanadas al mercado después de oír misa al frente.
A fines de 1936 el caso Barceló llega a la recta final. La prensa ya no puede evitarlo y los periodistas se desahogan en crónicas y titulares. A diario aparecen fallos, revisiones, apelaciones, solicitudes. La Corte Suprema revisa por tercera vez la condena y contra todo pronóstico dicta la pena de muerte el 28 de octubre de 1936. Sólo queda el indulto. La Corte le da una semana al Presidente Alessandri para que decida. Son los cinco días más emocionantes que he vivido a través de un archivo periodístico. A estas alturas, cuando encontraba algo sobre Alicia Cañas lo fotocopiaba para leerlo después. En los diarios, amarillentos ya, van y vienen opiniones encontradas: O.O. sospecha que, llegado el caso, pueden cambiar el fusilamiento por destierro o hacer una simulación para que Barceló se dé a la fuga. Un periodista le pregunta a Inés Echeverría si no teme ser odiada por sus nietos al hacer que fusilen a su propio padre. Ella responde con acidez: "Quiero justicia para todos por igual".
El Mercurio editorializa sobre la inutilidad de la pena de muerte en algunos casos. En La Nación recuerdan la paradoja de que el propio padre de Barceló, José María Barceló, instaurara el fusilamiento en el Código Penal chileno en 1874. Pasan los días, Alessandri no se decide. Mujeres protestan en La Moneda pidiendo justicia. El suspenso corta la respiración. La hermana de Barceló, Josefina, no lo soporta y muere de un infarto tres días antes de que el Presidente se pronuncie. Según su sobrina Mónica Echeverría, la autora de Agonía de una irreverente (1997), Inés fue a La Moneda faltando apenas horas para que venciera el plazo. Como era amiga íntima de Alessandri irrumpió en su despacho y con una pistola de faldas (aquellas muy pequeñitas, de una sola bala) lo amenazó:
–Si estoy frente a un cobarde, sepa usted señor Presidente que no dudaré un instante en matarlo. Será olvidado y la historia recordará sólo a un débil que fue ultimado por una mujer.
El 25 de noviembre se cumple el plazo. Alessandri niega el indulto. Barceló estaba tan confiado de que saldría libre que, cuando se entera, estaba jugando ajedrez con otro reo. Se confiesa con el Padre Hurtado y le deja una carta a su hijo Joaquín, para que la lea cuando cumpla 21 años. Se fija la fecha de la ejecución. Nadie puede creer que alguna vez un aristócrata fuera condenado a muerte en Chile. Menos aún por matar a una mujer. Únicamente cuatro parricidas habían sido fusilados antes.
La madrugada del 30 de noviembre de 1936 la gente trepó a los muros de la Penitenciaría para ver el patíbulo. Pedían exhibir el cadáver para cerciorarse. La prensa, ávida de sangre azul, esperó en Avenida Pedro Montt. Iris llevó esa mañana a su nieto de 10 años, Joaquín Barceló (filósofo, ex rector de la Universidad Andrés Bello), a la iglesia de la Divina Providencia a esperar la hora fatal de su padre. La vieja, ácida y severa, fue a la iglesia vestida entera de negro. Cruzando la calle, unos obreros comenzaban a construir el Mercado Municipal de Providencia, la gran obra por la que se recordaría a Alicia Cañas.
A las 6:58 el pelotón disparó la andanada. Iris se retiró en silencio: calló su pluma ácida e irónica y no volvió a publicar ni una sola línea en la prensa. Después del caso Barceló no volvió a haber en Chile un titular del tipo Absuelto tras matar a su mujer. Iris murió en 1949. Alicia Cañas sería elegida de nuevo alcaldesa de Providencia en 1947. Luego se retiraría, asqueada de la política y, pese a muchas ofertas de diputaciones y senadurías no volvería a presentarse a una elección. Murió en 2002, a los 100 años.
Ya es de noche cuando salgo del archivo que guarda tantos secretos nacionales; las luces me encandilan y tras de mí se cierra la pesada puerta.
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