Amar a un animal
Columna de Catalina Infante Beovic. Editora, escritora y una de las dueñas de Librería Catalonia.
Paula.cl
Vivo con un animal pequeño, una perrita negra de edad mediana. La conocí hace más de un año, la vi en las redes sociales de una Fundación hipster que rescata animales para que sean felices. Subían su foto cada semana, la habían encontrado preñada en un descampado y tenía una historia triste como la mayor parte de los perros que vive en la calle. En ese entonces yo era un ser derrotado, había terminado una relación y estaba vacía al igual que mi casa. Me obsesioné con ella y veía sus fotos en las jornadas de adopción a las que iba sin éxito. Debido a mi miseria emocional sentía que su historia hacía eco con la mía. Exageraba, pero en esas circunstancias una cree en el drama. Un día les escribí, les dije de la manera más cobarde: "puedo cuidarla hasta que alguien la adopte".
Jamás le digan a una Fundación "puedo cuidarla hasta que alguien la adopte", es una trampa. Esa misma tarde me la fueron a dejar para siempre. Tengo una foto de ese primer encuentro, en ella salgo torpe como soy, enternecida e incómoda ante este ser pequeño y sucio. Me sentía aterrada, en ese entonces creía que amar no era mi talento, y amar a un animal no es fácil. Digo, no solo encontrarlo tierno, sino amarlo de verdad, cuidarlo, ser responsable para siempre de él.
Como era de esperarse nuestra convivencia fue un fracaso. Después de unas semanas tenía mi casa hecha un desastre, mi parqué estaba humedecido de pipí, varios libros favoritos totalmente comidos. Las necesidades de un animal son simples: agua, buena comida, horarios establecidos, descanso, amor, juego y contacto con la naturaleza. Dárselas todos los días sin excepción es lo complejo. Cada vez que no alcanzaba a pasearla y jugar, ella esparcía la tierra de mis plantas en el living. Cada vez que me atrasaba en su horario de comida, desperdigaba la basura por toda la cocina. Atribuía el fracaso de nuestra convivencia a sus años viviendo en la calle, porque eso hacemos los humanos, le echamos la culpa a los otros. Nuestra relación se volvió tensa. El peak fue cuando abrió la llave del agua en mi ausencia e inundó mi departamento entero. El conserje me llamó para avisarme que caía una cascada de mi balcón.
Una de las cartas del mazo de Tarot, y la que se supone es el arcano que me rige, es La fuerza. En ella una mujer sujeta un león poniendo su mano dentro de esa feroz boca. Paradójicamente lo hace sin fuerza física, como un cariño. El animal está pegado a su vientre, dócil como un gato. Su dominio sobre él no radica en la presión física sino en una concentración subterránea, casi como un trance, como si ella lograra de pronto convertirse en el león, hacerse parte de él. La carta representa una energía femenina, el saber ahondar en el instinto, conocer ese animal interno, conectarse con lo salvaje sin que te domine y unirse a su poder.
Después de una temporada logramos equilibrarnos, yo con más paciencia y orden interno, ella calmando de a poco su temple de león salvaje. Su sola presencia me recuerda mi propia necesidad animal, su equilibrio mantiene el mío; todos los días agua, buena comida, horarios establecidos, descanso, amor, juego y contacto con la naturaleza. No todo es tan armónico, pero ninguna relación es perfecta. Amar a un animal no es fácil, pero es una fuerza que se puede intentar dominar.
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