Cuerpos olímpicos: más allá de los estereotipos

Cuerpos olímpicos



Muchas personas tienden a juzgar los hábitos de vida de los demás basándose únicamente en su apariencia física, una práctica errónea y discriminatoria. Por ejemplo, es común asumir que una persona con un cuerpo más grande es sedentaria y tiene malos hábitos alimenticios, mientras que se cree que alguien con un cuerpo delgado y atlético se ejercita y lleva una “vida saludable”.

Hace unos días finalizaron los Juegos Olímpicos de París 2024 que, además de dejarnos momentos históricos, nos demostraron las maravillosas capacidades del ser humano gracias a su cuerpo, independientemente de su edad, forma, tamaño y color.

Sin embargo, aunque muchas activistas de diversidad corporal celebramos este desfile de cuerpos heterogéneos, los prototipos de belleza siguen extrapolándose al ámbito deportivo, provocando graves secuelas en la salud física y mental de los y las atletas. A pesar de que estos deportistas de élite dedican sus vidas al entrenamiento y la competencia, aún se les critica por su físico, como si el rendimiento deportivo y la salud fueran secundarios frente a la necesidad de cumplir con un estándar corporal hegemónico.

Un estudio publicado por Harvard en 2018 titulado Body Image and Eating Disorders Among Athletes: An Overview of Current Research (Imagen Corporal y Trastornos Alimentarios entre los Atletas: Una Descripción General de la Investigación Actual) destaca que los atletas, debido a las exigencias de sus deportes y la presión por mantener cierto tipo de cuerpo, presentan un riesgo elevado de desarrollar problemas de imagen corporal y trastornos alimentarios.

La investigación revela que estos problemas afectan tanto a deportistas masculinos como femeninos, aunque las mujeres suelen ser las más perjudicadas. Las disciplinas donde se pone mayor énfasis en la apariencia física, el peso y la delgadez, como la gimnasia, el patinaje artístico y la lucha, muestran tasas más altas de trastornos alimentarios.

En relación con los recientes Juegos Olímpicos de París, no puedo dejar de mencionar a Simone Biles. A pesar de ser una gimnasta olímpica de renombre, ha recibido constantes críticas sobre su cuerpo, lo que la ha llevado a hablar abiertamente sobre este tema en numerosas ocasiones. Denominada como la mejor gimnasta de la historia, Biles ha sido objeto de comentarios sobre su musculatura y complexión física, evidenciando los estándares poco realistas y dañinos en este deporte.

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Por otro lado, los y las atletas que comúnmente reciben el escrutinio público por su corporalidad, son los lanzadores y levantadores de peso. Michelle Carter, lanzadora de peso estadounidense y medallista de oro olímpico en Río 2016, ha hablado sobre las críticas y presiones que ha enfrentado debido a su tamaño y fisonomía. Hasta el día de hoy, utiliza diversas plataformas para promover una imagen corporal positiva y desafiar los estereotipos sobre cómo deben lucir las mujeres en el deporte.

Sin ir más lejos, otras deportistas internacionales de renombre también han sufrido violencia estética, como la tenista Serena Williams, quien ha sido criticada por ser “demasiado musculosa” o “no femenina” debido a su físico atlético; la basquetbolista Liz Cambage, que ha hablado abiertamente sobre el body-shaming que ha sufrido, especialmente en relación con su estatura y tamaño corporal; y Valerie Adams, atleta de lanzamiento de peso de Nueva Zelanda, también ha sido blanco de críticas por su físico, describiéndolo como “excesivamente grande” o “masculino”.

Lamentablemente, la idea de practicar deporte y mantenerse activo únicamente para alcanzar un determinado peso en la balanza sigue perpetuándose en diversas áreas de nuestra sociedad. Esto se observa desde programas del Ministerio del Deporte destinados a combatir el “sobrepeso” y la “obesidad” en niños y adolescentes, hasta en contextos cotidianos como un almuerzo familiar.

El movimiento es una parte esencial de nuestras experiencias personales que contribuye al bienestar físico y mental. En edades tempranas, el deporte fomenta la interacción social, permitiendo la formación de amistades y redes de apoyo. Esto es especialmente importante para el desarrollo social de niños y adolescentes, pero también es beneficioso para adultos y personas mayores. Además, practicar actividades que disfrutamos ayuda a desarrollar nuestras capacidades y ofrece un escape de las rutinas diarias y el estrés.

El deporte debería ser inclusivo y accesible, permitiendo que personas de todas las edades, cuerpos y habilidades participen, fomentando así un ambiente de aceptación y apoyo mutuo. La actividad física como forma de disfrute debería centrarse más en los beneficios personales y sociales que enfocarse en un peso específico regido por normas y mediciones que no están relacionadas con la salud y la ciencia.

* Carolina (@caronutrisweet) es Nutricionista especialista en Trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.

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