El ballet como carrera profesional

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La danza no es solo movimiento. Es una expresión del alma y una forma de comunicar que trasciende las barreras del lenguaje hablado. Valentina y Luciana Estevez, de 15 y 12 años respectivamente, ya entienden perfectamente la profundidad que puede llegar a tener la danza como arte porque lo han experimentado desde que tienen 4 años. Desde que iniciaron su camino en el ballet, ambas hermanas se fueron encantando al punto que hoy convirtieron lo que partió como un hobby, en un camino profesional. “Siento que me puedo expresar bailando y me siento bien al bailar”, comenta Luciana. “Incluso si empecé el día muy mal, voy a clases y se arregla todo para mí”.

En 2019, Valentina, quien entonces ya era parte de la Escuela de Ballet del Teatro Municipal de Santiago, fue elegida para interpretar un papel infantil en el ballet La Casa de los Espíritus. “Cuando entré al Municipal todavía no sabía nada del ballet ni de la compañía”, recuerda. “A los 10 me eligieron para interpretar a la pequeña Clara en La Casa de los Espíritus y ahí fue como si me abrieran otro mundo”. Todavía siendo alumna y con la interpretación de ese primer rol, Valentina pudo experimentar lo que era ser parte de una compañía profesional. La danza sobre el escenario, la comunicación con el público y todo lo que ocurre tras bambalinas, la deslumbraron. Pero no sólo Valentina pudo conocer de cerca lo que significa ser una bailarina profesional. Como todavía era estudiante y tenía solo 10 años, su papá, Jorge Estevez, la acompañó en los ensayos y detrás del escenario en cada función. “Me enteré de lo que era una Primera Bailarina y de todo lo que pasa abajo del escenario”, explica. Esa experiencia marcó un punto de inflexión en la vida de ambas hermanas pero también de su familia. “Aprendí mucho y me gustó tanto, que me di cuenta que esto era lo que quería hacer realmente”.

Luciana, quién entonces tenía solo 7 años, también tuvo la posibilidad de acompañar a su hermana durante las presentaciones y, al igual que Valentina, siguió encantándose aún más con el ballet. Sin embargo, con la pandemia por Covid 19 su preparación como bailarinas se vio afectada por la suspensión de clases y, finalmente por el cambio de las salas de ensayo y los entrenamientos grupales por clases vía Zoom. En ese momento, ambas estaban decididas a que el ballet era una pasión en sus vidas y no solo un pasatiempo.

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La decisión de iniciar un camino en la danza con expectativas de, en algunos años lograr convertir esta pasión en una carrera propiamente tal, es compleja. Sobre todo si se considera que esta es una carrera que requiere de una larga preparación que parte a muy temprana edad y que, en nuestro país, las posibilidades de formarse como bailarina clásica profesional y desempeñarse laboralmente en este mundo son muy escasas. Es quizás por esta premura y convicción que se espera de una niña o niño en el ballet, que pocos padres se sentirían preparados para apoyar a sus hijos pequeños a seguir ese sueño como una potencial profesión. En el caso de Luciana y Valentina la historia ha sido otra. Desde un comienzo recibieron el apoyo de su familia y su papá decidió buscar alternativas para que, a pesar de la pandemia, ambas pudiesen continuar con su formación pre profesional.

La constancia

Ambas están conscientes que dedicarse de lleno a una disciplina como esta tiene costos. Y es que, inevitablemente, han tenido que optar entre sus clases y las actividades propias de las niñas de su edad. “Cuando empezó la pandemia, el colegio era hasta mediodía y después teníamos ballet en las tardes”, recuerda Valentina. Poco a poco fueron intensificando sus entrenamientos hasta que los horarios se volvieron incompatibles con el colegio y decidieron optar por dar exámenes libres —como ocurre con muchos atletas de alto rendimiento— para continuar su educación y seguir formándose en la danza en paralelo. Para Luciana la decisión de dedicarse por completo al ballet fue sencilla. “Estás todo el tiempo en lo que te gusta y con otras niñas que tienen el mismo interés que tú por el ballet”, explica. Para Valentina, siendo preadolescente, optar por esta alternativa fue un poco más difícil. “Me dio un poco de lata por mis compañeras. Dejar de verlas o no tener la vida social del colegio. Pero preferí seguir con la danza”, aclara.

En las manos de nuevos maestros y, durante la transición de las cuarentenas y el retorno a una rutina fuera del encierro, Valentina y Luciana vivieron un crecimiento exponencial como bailarinas. Y así, el sueño de ser profesionales comenzaba a tomar forma. Fruto del esfuerzo de ambas y de su talento, apenas empezaron a retomarse las actividades presenciales a nivel global, Valentina y Luciana comenzaron a competir en encuentros internacionales. Eventos como el World Ballet Competition (WBC) o el Youth American Grand Prix (YAGP), son una vitrina para jóvenes. Más allá de los premios y el reconocimiento en una competencia mundial, muchas veces el mayor logro es captar la atención de jueces y maestros de escuelas prestigiosas en todo el mundo que ofrecen becas y posibilidades de estudios en el extranjero para esas bailarinas que destacan no solo por su técnica, sino que por su carisma y su interpretación sobre el escenario. “Al principio me ponía nerviosa, pero después me dije ‘tú, sonríe natural y baila’. Porque cuando uno está muy tenso, las cosas no salen”, aclara Valentina. “Cuando tú de verdad bailas con el corazón, va fluyendo todo perfecto”, agrega Luciana.

Y, a pesar de la tensión y lo competitivo que puede llegar a ser el ambiente del ballet —incluso entre niñas muy pequeñas—, aprender a disfrutar de lo que a cada una le fascina de esta disciplina ha dado frutos. A partir de los buenos resultados que han obtenido en las competencias internacionales, ambas han recibido ofertas para seguir formando su camino en el ballet en diferentes escuelas de Estados Unidos. Hoy el sueño es poder concretar esas ofertas y radicarse en el extranjero para seguir creciendo. “Aquí todavía no hay mucho apoyo al ballet. No queda otra alternativa que salir”, comenta Valentina.

Las hermanas y su papá, quién se ha involucrado mucho en su formación creando incluso un proyecto propio (@virtuose_cl) en el que hoy 4 bailarinas —incluidas Valentina y Luciana— se preparan para salir al mundo de la danza profesional, coinciden que forjar este camino en Chile es muy difícil. Valentina explica que, incluso en países de latinoamérica en los que han competido como Argentina o en México, el interés por el ballet se vive de otra manera. “En México, vas en la calle camino al teatro y la gente te saluda, te desea suerte y preguntan sobre la función. Todo el mundo sabía del evento y del ballet”, explica. “Pero acá, incluso si tú le dices a alguien que eres bailarina te miran un poco raro porque todavía es un hobby. En otros lugares sí es una profesión y todo se toma más en serio”.

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