El bus a Concepción
El periodista Roberto Farías trató de llegar a Concepción en el último bus que salió de Santiago rumbo a la capital de la hecatombe el lunes 1 de marzo, a dos días del terremoto. Éste es el relato del esfuerzo de 55 pasajeros intentando llegar al lugar del que todos quieren huir para ayudar o, simplemente, abrazar a los suyos.
Estar arriba es un triunfo que ha costado desvelos, codazos, gritos, sobreprecio, llantos, coqueteos y/o ataques de histeria. Pero una vez que el bus partió, a las dos de la tarde del lunes 1 de marzo, con sus asientos copados, una felicidad espontánea se apoderó de los 55 pasejeros. Muchos quedaron abajo.
Éste es el tercer y último bus que salía a Concepción, tras otros tres que salieron el domingo 28. Carabineros, que controla el movimiento del Terminal en Santiago, dejó salir a este bus Nilahue sólo si el propio conductor estaba de acuerdo. Fernando Guzmán (50), el chofer, dijo simplemente: "Si El sepulturero llegó, por qué no voy a llegar yo". El Sepulturero es el apodo de Álex Espinoza, quien se ganó un lugar en la historia al salir a su propia suerte el domingo 28 de febrero, a las 11 de la mañana, sorteando grietas y puentes rotos, y fue el primer bus en llegar de Santiago hasta Concepción. Saliéndose del camino en varios by pass, como en Angostura, Buin, Rengo, Parral, Talca, Colchaca, San Carlos y, finalmente, la entrada al mismo Concepción por la ruta del Itata. En un viaje que demoraba seis horas y cuarto, tardó 14.
Los 55 pasajeros de este Nilahue van a los sectores populares de la Octava Región: diez van a Lota, otros 15 a coronel, diez a Talcahuano, y cinco a Concepción. El resto va a San Carlos, Parral y pueblos intermedios. Todos hablan y hablan. En el asiento 21 Mariana Colín, una joven de 19 años, y su padre van a Lota.
-¿Por qué van ahora y no esperan?
-No podíamos esperar más. No sabemos nada de la familia. De mi hermano, de mi mamá. Ella trabaja en el hospital y sabemos que se cayó, nada más.
El hospital, en realidad, sólo sufrió daños, pero se ha dicho muy poco de Lota. El padre de Mariana mira por la ventana, con eterna preocupación, en un asiento trasero. Era minero de Lota y ahora trabaja en la minería de la Tercera Región. Vienen viajando desde el sábado en la mañana, desde Copiapó.
Bajo el aire acondicionado, en los asientos 18 y 19, una parejita va a Concepción. Dos jóvenes santiaguinos que estudian allá, en la universidad. Creen que pueden ayudar.
-¿Ayudar a quién?
La niña del asiento 18 me dice:
-Yo soy de Enfermería y él, de Farmacia. Entonces creemos que podemos ayudar. Tenemos un grupo que va a ir en auxilio a la costa. A repartir víveres. Así que creo que vamos a ser útiles en los próximos días.
Mas atrás, en el 40 Pasillo, Liliana Vidal va a Talcahuano.
-Tengo un mal presentimiento.
-¿Se ha comunicado con su familia?
-Sí, pero son tantos que creo que no me han dicho la verdad. En serio.
Despues de controlar los pasajes, el auxiliar baja a la cabina y le dice la conductor:
-Van mansitos… -se refiere a los pasajeros.
Ninguno se queja por la baja velocidad, por las innumerables paradas ni porque el aire acondicionado no funciona correctamente. Empieza a hacer un calor sofocante. A la salida de Rengo, el auxiliar se baja a comprar tomates en un puesto de verduras. No hay.
-Los autos se llevaron todo -dice subiendo con una bolsa de paltas duras, la única verdura que quedaba.
Por la carretera vienen miles de autos de regreso a Santiago. Hacia el sur van unos cuantos cientos. Camionetas y autos que avanzan lo más rápido que pueden, cargados de bidones, planchas de zinc, ropa de cama, un generador. Son gente que va en la misma dirección del bus. A ver y a ayudar a su familia. Paran en los puestos de fruta y se llevan todo. Paran en las bombas de bencina y llenan sus estanques.
-No dejan nada a su paso -dice el auxiliar, pelando una palta dura como una madera. Su única comida de toda la tarde.
El viaje
A eso de las cinco de la tarde, la gente empieza a compartir. Galletas.Algunos pasteles que subieron a vender en Rengo. Dulces chilenos. Charqui.
La niña del 18 le pasa una coca cola al asiento trasero, pero fue mal entendida y la botella siguió pasando de mano en mano hasta que llegó al asiento 24. 24, un cabro robusto y pecoso, le dice atragantado de bebida:
-¡Pero es que nadie me dijo de quién era!
Carcajada general.
Al pasar por Curicó, cerca de las seis de la tarde, un coro comienza a sonar. Los celulares tomaron señal.
-Yo tengo Entel -decía el del 30.
-Y yo Movistar -la del 23.
Claro dejó mucho que desear. La joven lotina del 21 pidió prestado un celular, pero nadie pareció oirla. La gente conserva la carga de sus baterías como si fuera oro.
Una pareja de adultos mayores, en el 1 y el 2, se puso a contar las paradas que iba haciendo el bus en voz alta.
-Siete veces hemos parado. A comprar, a subir gente. Así yo no se a qué hora vamos a llegar.
Sube el auxiliar y 1 y 2 le preguntan que cuándo cree que vamos a llegar.
-No sé, caballero. Sólo Dios sabe cómo esta la ruta.
El auxiliar va derecho al baño: el asiento contiguo, el 55, lo ocupa un soldado que cada tanto se mete al baño y se fuma un pucho. Con un olfato de sabueso, el auxiliar lo detecta de inmediato.Pero llega tarde. Abre la puerta y hay una señora.
55 se hace el leso. Llevaba 90 días sin fumar, desde que le descubrieron el colesterol y la presión altísimos.
-El domingo me puse a fumar. Mi hija está perdida desde el domingo. No sé qué pasó. Ni dónde se fue. Estaba con sus abuelos. Se fue y no ha vuelto. Sin celular ni plata.
En el regimiento de San Bernardo quedaron acuartelados, comiéndose las uñas, él y sus compañeros. El lunes dieron franco a una parte del personal. 55 llegó a dedo hasta Santa Cruz, donde se sumó a este viaje.
De pronto a la niña del 18 se le empieza a llover el asiento. Le cae una gotera del techo, al parecer del aire acondicionado.
19 tapa la gotera con un abultado pañal.
-Parece casa Copeva tu asiento -le dice 24.
Otra carcajada.
Fotografías
Aparece la primera vista del río Claro y el puente derribado y la gente saca sus cámaras y celulares y dispara fotos como en un tour. Pasamos bajo las pasarelas caídas del puente Peuco y de nuevo. Todos a la derecha. Luego todos a la izquierda.
1 y 2 se quejan ahora de que el baño no tiene agua.
-Miren -les dice el auxiliar.- Los venimos sacando de un terremoto y se quejan por un poquito de agua.
Aplausos.
-La gente no entiende… -dice 1. Cree que uno debe soportar cualquier cosa por diez lucas.
2 es una señora bastante mayor. Ella y 1 van a San Carlos. Ni siquiera ahí. Siguen a Ningüe. Llevan un generador. Saben que en el campo no va a llegar la luz en semanas.
-¿Cómo piensan irse al campo?
-No sé, pero vamos a llegar -dice 1. 2, que se ajusta los lentes para leer, asiente.
55 se fuma otro pucho en el baño.
Cuando el bus para de nuevo en Pataguán, en uno de los desvíos de la carretera, el conductor se apiada y decide llevar a cinco hombres. Todos asoleados y maltratados. Dos de ellos, Mario Venegas y Sebastián Palma, se van sentados en el suelo.
La noche anterior corrió el rumor de que se estaba rompiendo el tranque de Convento Viejo y podía inundar Santa Cruz. Durmieron en un cerro y pasaron el resto del lunes haciendo dedo. Pero sus males no terminan ahí: los dos van a Rosario, al interior de San Carlos, casi llegando a Cobquecura, el epicentro.
No saben nada de nadie. Tienen padres, sobrinos, tíos, todos sin comunicación.
-No pudimos salir antes porque no nos pudieron pagar el sueldo. No había dinero en efectivo.
18 les convida agua. Yo, galletas.
Cae la noche negra como un potro.
Pasado Talca, la oscuridad es total. Las grietas en la carretera, en su mayoría, no están señalizadas. En algunos tramos hay que cambiar de pista; en otros, pasar por las bermas. El pavimento está hundido y ondulado, y el bus, en ocasiones, debe frenar bruscamente. Una fila de autos va detrás. Nadie quire ser el primero en este camino del terror.
1 y 2, que tienen una vista privileguiada desde los primeros asientos, van anunciando:
-Parece que viene una grieta.
La gente se afirma en los asientos. Falsa alarma. Sólo son sombras en el camino.
Se ve poco movimiennto en la carretera.
El bus se detiene en San Carlos en medio de la oscuridad. Un buen contingente se baja en silencio, sin abrazos ni despedidas.
1 y 2 se miran desconcertados en la calle con su hato de bultos. Ni un taxi. Nadie cerca. El bus se aleja.
A eso de las diez de la noche, después de ocho horas, llega el bus a Chillán. Un camión militar va entrando al Terminal. Todo está a oscuras, pero los semáforos funcionan y los autos iluminan la calle. Hay malas noticias: el que entra no sale. Se adelantó el toque de queda en Concepción y hasta las seis de la mañana ningún bus entrará a la ruta del Itata, que une Chillán con Concepción. Sube el conductor desde la cabina y da por terminado el viaje a los 40 y algo pasajeros que quedamos. Nadie sabe si mañana podremos seguir. Han robado los maleteros de varios buses en Concepción y los conductores ya no quieren entrar.
Él va a consultar si sigue o vuelve a Santiago. Una cantidad de pasajeros se baja a seguir por las suyas.
-Hay otras empresas -le dice 21 a su padre.
Un turbus va partiendo a Los Ángeles y lo toman.
-¿Podemos dormir en el bus? -pregunta 55. Y de un chispazo se ilumina la cara con el encendedor.
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