El fin de los secretos de familia

¿Quién es el padre? ¿Quién es el hijo? La masificación de los test de ADN marca el fin de una larga era en que el secreto de un hijo nacido fuera del matrimonio se llevaban a la tumba. Y, si antes eran las madres las que más recurrían a estos exámenes para obligar a los hombres a asumir su deber, ahora son los padres quienes buscan la verdad.




¿Qué haría usted si descubre que el hijo que tuvo en sus brazos, el que vio crecer, el que lo convirtió en padre, no es suyo? Los test de paternidad por ADN están subiendo como la espuma en Chile y la prueba está siendo requerida por más hombres que tienen dudas sobre la relación biológica con niños que han asumido como propios. También, por padres que quieren hacerse cargo de un hijo que la madre les niega. Los hombres ya no vienen de la mano de una mujer o arrastrados por una orden judicial. Llegan por cuenta propia. El fenómeno cruza edades y estratos sociales.

"Cada vez vienen más hombres voluntariamente", confirma Hugo Jorquera, tecnólogo médico de la Universidad de Chile, magíster en Bioquímica y Biología Molecular y dueño del laboratorio Biogenetics.

Antonio (40) (no es su nombre real), ingeniero y empresario portuario, es uno de ellos. Supo por un test de ADN que no era el padre de la que suponía su hija.

"Conocí a Lucía (no es su nombre real), la madre, la noche de un viernes, en agosto de 2004, en la casa de unos amigos en Antofagasta. El domingo fuimos al cine y ese mismo día nos pusimos a pololear. Una semana después tuvimos nuestra primera y única relación sexual, con preservativo", dice Antonio.

Lucía no lo abrazó ni le hizo cariño mientras tenían sexo. Según ella, estaba traumada por una pareja anterior que le decía que era "mala para la cama" y le pidió a Antonio que tuviera paciencia. Al día siguiente, ella le cocinó lomo a lo pobre de almuerzo y se fue. "Dejó de contestarme el teléfono y ponía muchos problemas para vernos, hasta que me dijo que estaba embarazada", cuenta Antonio.

Terminaron su relación, pero él la acompañó al primer control y se comprometió a cumplir sus obligaciones. "Nunca me sentí el padre de la niña. Era una sensación que tenía porque había usado preservativo y por la forma fría en que Lucía me trataba. A pesar de todo, reconocí a la guagua, pagué el parto y la puse como mi carga en la isapre. Me costaba pensar que estaba siendo engañado, porque Lucía se veía conservadora y de buena familia. No pensé que quería plata".

Pero las dudas crecieron. "Un día que Lucía dejó la niña a mi cargo, fui a la farmacia y compré un kit de ADN. Saqué una muestra de saliva de la niña, que entonces tenía 10 meses, y otra mía. Las envié a Santiago y dos semanas después fui a recoger el resultado a la misma farmacia: 0% de probabilidades de que fuera mi hija". Sus dudas se habían confirmado.

Con el resultado en la mano se juntó con Lucía. "Ella se puso a llorar y reconoció que la niña era de un ex pololo. Con amigos averigüé después que era mozo en un restorán. Había estado con él una semana antes de estar conmigo. Lucía prefirió aparecer ante su familia embarazada de un ingeniero y no de un mozo".

El caso llegó hasta la Corte Suprema. Antonio intentó borrar su apellido del certificado de nacimiento de la niña, pero no pudo. En Chile es fácil reconocer la paternidad, pero casi imposible impugnarla, menos cuando no se sabe quién es el verdadero padre. "La ley protege a los niños y la idea es que tengan un padre. Cuando se quiere impugnar una paternidad, al mismo tiempo debe haber otro hombre que la reclame, para que ese niño no quede desprotegido", explica la jueza del Primer Juzgado de Familia de Santiago, Luisa Hernández. "Si hay dudas, hay que pensarlo tres veces antes de reconocer a un hijo".

En Chile es fácil reconocer la paternidad, pero casi imposible impugnarla, menos cuando no se sabe quién es el verdadero padre del niño. "Por eso, si hay dudas, hay que pensarlo tres veces antes de reconocer a un hijo", dice la jueza del Primer Juzgado de Familia de Santiago, Luisa Hernández.

Antonio no volvió a saber de Lucía ni de la niña. Se casó y fue padre hace dos meses. La hija que en un principio pensó suya aún lleva el apellido de Antonio y sigue siendo carga suya en la isapre. Y Lucía, en cualquier momento, puede hacer valer los derechos de la niña como si Antonio fuera verdaderamente el padre: puede demandarlo por pensión de alimentos y la niña, convertirse en heredera del empresario. Por eso, Antonio se casó con separación de bienes y todo lo que tiene está a nombre de su nueva mujer.

El test de ADN le sirvió a Antonio para confirmar algo que intuía y darle la espalda a una niña que vio crecer como si fuera su hija durante 10 meses. ¿Podría haber cortado el lazo si hubiese pasado más tiempo?

Elizabeth Díaz se ha hecho decenas de veces esta pregunta. Tiene 34 años y hace dos se enteró de que Luis (54), el hombre que la crió, no es su padre. Ella no se parecía a él. Tampoco a su mamá ni a sus dos hermanos. "En la casa son todos blancos y yo soy morenita", dice. La idea de hacerse un test de ADN surgió luego de que una hermana de Luis insistiera en el poco parecido entre padre e hija. Casi como si fuera una anécdota, Elizabeth y Luis decidieron demostrar que eran parientes con una prueba de sangre. Todo se vino a negro con el resultado. No tenían lazos biológicos.

La noche después de saber la verdad, Elizabeth llegó con el resultado del test de ADN al minimarket que sus padres tienen en Pudahuel. Se lo mostró a su mamá, Cecilia, que al principio no entendía de qué se trataba. Bajaron la cortina. Se sentaron a la mesa. Cecilia encendió el primero de muchos cigarros que fumaría esa noche y Luis sirvió tres copas de coñac con coca-cola, hasta que Cecilia habló. "Nos dijo que no se acordaba de quién es mi papá. La única pista que nos dio es que era integrante del grupo de rock de los años setenta Pálida Sombra y que tocaba en Carrascal. Pero después se desdijo. Cuento esta historia, porque quiero encontrarlo", dice Elizabeth. Quiere saber de dónde viene, mirar a su verdadero padre y reconocer rasgos de ella en él. "No busco nada más. Luis siempre va a ser mi papá. Nuestro lazo es fuerte. Desde que sabemos la verdad, él no ha cambiado. Aunque no nos parecemos físicamente, tenemos en común la forma de ser y los gustos musicales. Nos quedamos conversando hasta tarde, escuchando a Led Zeppelin".

Pero la verdad ha sido una espina para Luis. "A mi hija la quiero igual que antes. Mi problema es con Cecilia. Aunque en un primer momento la perdoné, hoy siento que fui utilizado. Ahora entiendo por qué después del embarazo se puso distante, fría. Entiendo tantas cosas. Como dice el dicho, me cagaron medio a medio".

Detectives salvajes

En Chile hay cinco laboratorios privados que realizan estudios de paternidad con test de ADN. Según las cifras que entregan, la demanda aumenta en 30% cada año. Cobran en promedio 200 mil pesos por examen y algunos aceptan pagos en cuotas con cheques, tarjetas bancarias o de supermercados.

Pero el grueso de los test los hace el Servicio Médico Legal (SML), donde son gratuitos y sólo se realizan por orden judicial. En 1992, diez personas se sometieron a un estudio de este tipo en el SML. En 2008 lo hicieron más de cinco mil. La ley señala que si un presunto padre es citado en dos oportunidades a tomarse una muestra de ADN, se ausenta y no lo justifica, inmediatamente se presume que es el padre del niño o la niña.

El resultado puede tardar 120 días en el SML, versus los 15 que demora en los laboratorios privados. Tres de ellos están habilitados por el SML, lo que hace que sus pruebas sean válidas ante la justicia: el laboratorio de Biología Molecular y Citogenética de la Universidad Católica, Genytec y TaagGenetics. Los dos restantes sólo funcionan para esclarecer dudas personales, no judiciales.

Hugo Jorquera formó Biogenetics hace poco menos de un año. Antes de contestar las preguntas de Paula, se despidió de un joven de unos 25 años que gritaba: "Finalmente era míoooo…".

Llevaba jeans y tenía la misma expresión de felicidad y desconcierto de un padre que acaba de ver nacer a su hijo. "Era míooooo…", repetía acomodándose la mochila en la espalda, mientras desaparecía por la puerta.

Le recuerdo la escena a Jorquera.

–¿Qué le pasó a él? –pregunto.

–Supo que era padre, pero las historias son confidenciales –dice sin entrar en detalles–. Hay gente que no da su nombre real cuando pide una prueba.

El tono de Jorquera se parece al de un detective privado.

–En esos casos, en el informe con los resultados sólo va escrito 'padre presunto' (junto a las probabilidades de paternidad), 'hijo', 'madre'. Nada de nombres.

Jorquera asegura que es cada vez más común que lleguen al laboratorio jóvenes con dudas de paternidad, una tendencia que confirman otros dueños del negocio. Recuerda un caso: "Vino una mujer de unos 20 años con su pololo y un amigo. Ella contó que estaba con su pareja, pero había tenido un desliz con el amigo y durante ese periodo había quedado embarazada. No sabía quién era el padre. No había conflicto entre ellos. Sólo venían a aclarar el asunto. La guagua había nacido recién y era necesario inscribirla en el Registro Civil. El test confirmó que el pololo era el padre".

En Chile hay cinco laboratorios privados que realizan estudios de paternidad por ADN. Cobran en promedio 200 mil pesos por examen y en algunos se puede pagar en cuotas, con cheques, tarjetas bancarias o de supermercados.

La muestra más utilizada para el test de ADN es la saliva: un cotonito recoge una pequeña cantidad de la boca. Es más rápido y menos invasivo que sacar sangre, algo importante considerando que muchos niños se hacen el test. Pero esta facilidad para obtener las muestras hace posible que a veces la gente no sepa que su ADN está siendo analizado.

Hasta los laboratorios llegan colillas de cigarro, cepillos de dientes, peinetas y chicles para obtener ADN. Las muestras obtenidas furtivamente generan preguntas éticas. "Si nos traen un chicle o un cigarro, la responsabilidad es de quien trae la muestra. Nosotros hacemos el test igual", dice Jorquera. "Y si la persona viene con un niño a tomarse una muestra, siempre pedimos el consentimiento de la madre, salvo que el padre tenga la patria potestad".

En el laboratorio de Biología Molecular y Citogenética de la Universidad Católica no aceptan chicles, cabellos ni ninguna muestra recogida clandestinamente. Tienen un protocolo que establece que las partes deben dar su consentimiento para una prueba de ADN. "Es muy importante que la mamá o el papá legal dé su autorización cuando se trate de menores de edad", dice Marcela Lagos, jefa de la unidad.

Los test de ADN han descorrido un velo en la sociedad chilena. "Antes la gente se llevaba la verdad a la tumba", dice María Angélica Rubio, gerente de Operaciones de Taag Genetics. Es la única empresa que vende kits de muestra que se pueden obtener por cinco mil pesos en algunas farmacias. El análisis lo hace el laboratorio y cuesta 190 mil pesos. En 2009 vendieron 1.100 kits.

Herencia inmortal

La facilidad para acceder al estudio de ADN también ha dado pie a obsesiones. "Una vez, un caballero celoso trajo a sus seis hijos para saber si eran suyos o no. Sí lo eran. Al laboratorio también han llegado prendas íntimas que alguien trae para saber si en ellas hay muestras de ADN de un tercero. Son casos de celos patológicos y la mayoría de las veces los resultados indican que no hay infidelidad", cuenta Mónica Acuña, magíster en Bioestadística y dueña del primer laboratorio privado en realizar tests de paternidad por ADN en el país, Genytec, que abrió sus puertas hace 17 años.

Mónica ha observado otra nueva demanda en el mercado: "Ha aumentado la gente que quiere resolver un problema de filiación con un padre muerto, para cerrar historias o cobrar una herencia".

Cecilia Alarcón (47) no hubiese querido estar dentro de esta tendencia. El 28 enero de 2004 exhumaron en Temuco el cuerpo de su padre biológico para hacerle un test de ADN. Cecilia quería comprobar el lazo biológico que ya conocían los otros hijos y la mujer de su padre, y así cobrar una herencia millonaria que podría ayudarla a costear un tratamiento médico para su hija Scarlett, que nació con una cardiopatía congénita.

"Mi papá siempre fue muy cariñoso conmigo, desde que lo conocí y llegué a trabajar con él a su empresa, cuando yo tenía 21 años", dice Cecilia. Cuando ella se casó, él le regaló una casa, y cuando nació Scarlett, a quien operaron al sexto día, él comenzó a aportar 100 mil pesos mensuales para los gastos médicos. "Teníamos que viajar constantemente a Santiago al hospital Calvo Mackenna, y mi papá me aseguró esa plata", dice Cecilia.

Mónica Acuña, dueña del primer laboratorio privado en realizar test de paternidad por ADN en el país, Genytec, ha observado otra nueva demanda en el mercado: "Ha aumentado la gente que quiere resolver un problema de filiación con un padre muerto, para cerrar historias o cobrar una herencia".

Pero el beneficio se acabó cuando Eduardo Alarcón murió, el 28 de agosto de 2002 sin reconocer legalmente a Cecilia.

"La esposa de mi papá me despidió de la empresa. Tuve que vender mi casa y ahora vivimos en la de mi suegro", dice Cecilia. Se las arreglan con los 300 mil pesos que gana su marido taxista. A pesar de que han pasado cinco años desde que exhumaron el cuerpo de Eduardo por orden judicial y de que la paternidad está acreditada, recién comenzó en tribunales la partición de bienes.

"Mis hermanos han hecho todo lo posible para demorar el proceso judicial porque no quieren darme nada. Lo único que tengo de mi papá es una foto tamaño carnet que él me regaló y otra de una comida en la que aparecemos todas las empleadas de su empresa", dice Cecilia. Y el nombre. En su nuevo carnet de identidad, el apellido Valdivia, que había usado toda la vida, fue reemplazado por Alarcón.

Pamela Alarcón (28) también tuvo que hacerse el test después de que su padre murió. Ella tenía 15 años cuando se enteró de que era hija de un empresario de Puerto Montt llamado Luis Eduardo Glatz. Lo supo después de insistirle a su mamá, Rosa Alarcón, que le contara la verdad.

"Lo llamé y me preguntó cuál era el nombre de mi mamá. Me creyó al tiro", cuenta Pamela. Como hasta ahora, vivía en Aisén. La primera vez que ella y Glatz se vieron fue en el aeropuerto El Tepual. "Antes de partir él me dijo que íbamos a saber quiénes éramos, que no necesitábamos fotografías". Así fue. Cuando Pamela se bajó del avión, Glatz la recibió con los brazos abiertos.

Él se acostumbró a mandarle la misma caja de mercadería cada mes: un cepillo de dientes, lápices de colores, cuadernos, un sobre de dinero para la locomoción, un perfume comprado en alguna farmacia y un whisky para Rosa.

Pamela nunca quiso que Glatz le diera su apellido. "Mi propósito era que supiera que lo quería por lo que él era, no por lo que tenía", dice. Se le quiebra la voz al teléfono en su casa en Aisén, mientras se escuchan de fondo los gritos de sus tres hijos. Vive una agonía desde el 18 de noviembre de 2009, el día que velaron el cuerpo de su padre, muerto por una hemorragia digestiva. Ernesto, único hermano y heredero del empresario, había decidido cremarlo, lo que haría imposible obtener una muestra de ADN para establecer que Pamela era hija de Glatz.

En minutos, ella consiguió la orden de un juez para detener la cremación y hacer el test de ADN. La prensa local dio cuenta de cómo ese día los carabineros persiguieron la carroza fúnebre con el cuerpo de Glatz en su interior. Dos patrullas le bloquearon el paso. Pamela iba en una de ellas.

Ha pasado más de un mes. El test de ADN está hecho, sólo faltan los resultados. En una de las cámaras de refrigeración del cinerario Cristo Protector en Osorno, el cuerpo de Glatz espera a que la Corte Suprema resuelva qué pasará con él. "Él nunca quiso que lo cremaran, quería ser enterrado al lado de su mamá. No quiero creer que su hermano Ernesto tenía malas intenciones. Si quiere llegar a un acuerdo, lo hacemos, pero me parte el alma que todavía no podamos enterrar a mi papá", dice Pamela.

Por ahora está embarcada en una segunda misión: antes de morir, Glatz le confesó que tenía otra hija, Valentina, de 10 años, y le pidió a Pamela que la buscara. Ella lo hizo. La niña también se hizo el test de ADN. Todavía esperan los resultados. Fue el último secreto que se destapó en la familia Glatz.

Recuadro: El rastro del ADN

Los laboratorios privados cobran en promedio 200 mil pesos por un examen de paternidad por ADN.

En Chile hay cinco laboratorios que realizan estos test en forma privada: Genytec, Taag Genetics, el laboratorio de Biología Molecular y Citogenética de la Universidad Católica, Biogenetics y el laboratorio del Programa de Genética Humana de la Universidad de Chile.

Taag Genetics vende kits de ADN que cuestan cinco mil pesos en farmacias. La ventaja es que con él, el cliente toma la muestra en cualquier parte y la envía al laboratorio en Santiago. El análisis cuesta 190 mil pesos más.

La muestra más usada es la saliva.

Cuando hay que tomarle muestras a un menor de edad, la norma es que los laboratorios exijan el consentimiento de ambos padres o del tutor legal. Algunos, como Genytec, también analizan muestras de chicles o cigarrillos. Otros, como el laboratorio de la UC, no aceptan estas muestras que pueden ser obtenidas furtivamente.

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