El valor del buen diseño
Sentada en una mesa y rodeada de coloridas telas, varios ovillos de lana, agujas y alfileres, Gladys Hernández borda una arpillera que retrata la lucha de los migrantes en Chile. De manera detallista, uno a uno arma los personajes que darán vida a la escena. Es un arte que mantiene vivo hace más de veinte años.
El oficio lo aprendió de su mamá, Alejandrina Hernández, quien hasta hoy, a sus 79 años, la ayuda a crear algunas piezas y a hacer las terminaciones de sus arpilleras, invirtiendo los roles que tenían en el inicio, cuando era Gladys quien la ayudaba. “Yo empecé en el año 87 más o menos, en dictadura. En ese tiempo mi mamá hacía arpilleras y las entregaba a la Vicaría de la Solidaridad. Yo llegué a vivir con ella como allegada y como le hacían muchos pedidos –era como el boom–, partí haciendo los personajes que se pegan en las arpilleras para hacerme un poco de plata. Se los entregaba a mi mamá y ella los vendía en el taller, porque como las mujeres tenían tantos pedidos, no podían hacer los personajes, que es una de las tareas más minuciosas”, relata Gladys.
Con el regreso a la democracia en 1990 y el posterior cierre de la Vicaría, Gladys empezó a trabajar con la Fundación Solidaridad, que durante varios años dio continuidad al trabajo de la Vicaría, entre ellas la comercialización de artesanía. Allí probablemente se cruzó decenas de veces con Hilda Mardones, quien tiempo después se convertiría en su gran amiga y compañera de trabajo. En esos años, Hilda hacía tarjetas bordadas con arpilleras y las entregaba a la Fundación Solidaridad. Hasta que la entidad llegó a su fin y entonces Gladys e Hilda quedaron sin su principal fuente de ingresos. Un libro recopilatorio que les entregaron a los artesanos fue lo que unió el camino de estas dos arpilleristas. “Cuando se terminó Solidaridad yo empecé a entregar en otros lados, pero me pedían arpilleras en otros formatos y yo solo hacía tarjetas. Ahí, buscando en el libro que nos entregaron, vi la dirección de la Gladys, vi que quedaba en Maipú, cerca de acá de Pudahuel, así que la llamé”, cuenta Hilda.
Con las mismas ganas con las que ahora diseñan obras nuevas, empezaron a colaborar para sacar sus primeros trabajos como dupla. “Nos juntamos en el metro de Pudahuel y ahí nos conocimos por primera vez”, recuerda Hilda, y agrega: “Yo le dije, ‘mira, lo que están pidiendo es una cierta cantidad de trabajo y yo no hago mucho eso. ¿Quieres presentarte tú?”. “Yo le dije altiro que sí y empezamos a buscar lugares donde entregar los productos”, continúa Gladys. Desde ese entonces, nunca más se separaron.
–Yo soy más busquilla, siempre ando mirando nuevas oportunidades–, dice Hilda.
–A mí me gusta más meterme con las telas y crear. Ese es mi mundo–, afirma Gladys.
–Nos complementamos súper bien–, sostienen ambas.
En estos años, Gladys ha sido una gran maestra para Hilda, quien gracias a su apoyo saltó de las tarjetas a bordar arpilleras en distintos formatos. En su constante afán por aprender, juntas llegaron a las capacitaciones de Artesanías de Chile, donde ya entregaban sus obras. “Con las Gladys siempre estábamos buscando cosas así, porque es bueno seguir aprendiendo”, dice Hilda. “La verdad, los talleres de la fundación han sido súper buenos, nos han enseñado un montón de cosas y nos han surgido cantidad de ideas con las clases. Les hemos sacado el jugo, siempre preguntando”, agrega contenta.
A partir de las capacitaciones han incorporado nuevas terminaciones a sus productos. Por ejemplo, sus porta celulares ahora tienen forro y los cierres de las obras tienen una costura invisible. “Nuestras cosas se ven más lindas y hemos podido ir mejorando el trabajo”, afirma Gladys. Además, han podido explorar en el diseño de nuevos productos. “Hemos hecho túnicas y bolsos para computadores, cosas que no hacíamos antes. Sí hacíamos bolsos, pero no con la perfección de la costura de ahora. Hemos aprendido terminaciones más de diseño, que ayudan a darle una presentación más bonita. En realidad nos ha fortalecido como grupo con la Gladys.
Estamos felices”, dice Hilda. “La arpillera ya no es solamente un cuadro y lo más importante de todo, es que siga en el tiempo. Ahora que la arpillera pueda ir en una vestimenta, es otra forma de ver la artesanía. Lo encuentro súper bonito”, agrega Gladys, quien reconoce que en ella el trabajo con la fundación ha desencadenado otras cosas: ahora se siente más empoderada y valora más su trabajo. “Me siento más segura de hablar sobre mis productos y también a la hora de enfrentar a los compradores. Me pasó un día encontrarme con un comprador que me pidió rebaja y ocupé lo aprendido en los talleres para defender mi trabajo. Le dije que no, que yo no podía hacerle descuento, porque era un producto hecho a mano, que yo le había dedicado mucho tiempo a esa arpillera y que solo yo sabía lo que me había costado hacerla. Antes de los talleres le hubiera hecho la rebaja”, cuenta orgullosa.
Antes de las capacitaciones, Gladys e Hilda recuerdan que constantemente se decían: “No pidamos tanto por esto, dejémoslo más barato”. Pero luego de las instancias de aprendizaje con la fundación, se han dado cuenta de lo importante que es valorarse como arpilleristas. De hecho, trazan nuevos planes juntas. Su próximo desafío es hacer etiquetas de presentación para cada uno de sus productos. “Queremos diferenciarnos y empezar a construir nuestra propia marca artesana”, dicen.
*Este testimonio es parte del libro Proartesano 2021. Semillas de Cambio, editado por Fundación Artesanías de Chile y publicado en exclusiva para Paula.cl.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.