Enfermera en primera línea: “Me preocupa pensar cuánto más estaré sin poder tocar a mi hija”

Mamá enfermera Paula

Nicole Rojas Fleming (34) es enfermera, atiende a domicilio a pacientes con Covid-19 y vive con su hija de cuatro años, su marido y su papá en una casa en La Florida. ¿Cómo es ser madre y estar en primera línea? ¿Qué implicancias ha tenido para su vida familiar y su estado emocional? Aquí comparte su testimonio.




“Trabajo en un Cesfam de Puente Alto hace tres meses y todos los días visito pacientes a domicilio que están contagiados y aislados, para evitar que tengan que acudir a la hospitalización. Ahí les damos oxígenoterapia y los monitoreamos. Puente Alto es de las comunas con más contagios y las realidades son muy variadas. Me toca atender desde parejas jubiladas hasta familias en poblaciones. Muchos son pacientes vulnerables que viven hacinados en casas con hasta 10 personas, entre ellas adultos mayores y niños.

Yo antes trabajaba en el hospital de La Florida, que es muy masivo, y aunque me pagaban más, estaba a cargo de muchos pacientes y era mucha la carga laboral –a penas iba una vez al baño en todo mi turno– y con el Covid-19 sentía que podía quedar muy expuesta a enfermarme. Tuve que priorizar a mi familia, a mi hija, a mi padre que es adulto mayor y puede contagiarse y mi propia integridad. Mi trabajo actual me acomoda más, porque trabajo con horario fijo y aunque atiendo pacientes con Covid-19, solo los visito un ratito. Además, utilizo todos los elementos de protección personal disponibles para no contagiarme. En ese sentido, el Cesfam donde trabajo tiene muy buenos implementos e infraestructura. Muchos piensan que nosotros, el personal médico, solo ahora con la pandemia estamos expuestos a enfermarnos, pero hay que entender que siempre lo hemos estado, con los miles de virus y bacterias que traen los pacientes. Pensar en esto me tranquiliza un poco: siento que más allá de la pandemia tengo una vocación por el servicio que siempre ha estado y que implica cierta exposición o riesgo.

En mi casa vivimos mi marido –que está con teletrabajo–, mi hija de cuatro años y mi papá, que a pesar de estar jubilado y con enfermedades de base tiene que seguir yendo a la empresa donde trabaja, situación que me preocupa mucho y que hasta he amenazado con denunciar. Desde que comenzó la pandemia todos adoptamos medidas de distancia social dentro de la casa. Mi hija solo me abraza las piernas una vez que ya estoy totalmente limpia, no nos damos besos y yo ando siempre con mascarilla, me lavo las manos constantemente y a penas llego del trabajo me saco los zapatos, meto toda mi ropa en una bolsa y me ducho.

Emocionalmente, me da mucha pena y he tenido algunas crisis de angustia, que se me manifiestan con el pecho apretado y mucho sentimiento de preocupación. Una se pregunta cuándo va a terminar esto y por eso a los profesionales de la salud nos preocupa que de un día para otro las autoridades digan que vamos bien, que podemos ir volviendo a la normalidad y relajar medidas. Hemos visto algunas recaídas en algunos pacientes que supuestamente estaban de alta y sabemos cómo actúan las personas cuando les dicen que ya está todo bien y que van a pensar las medidas de desconfinamiento. Eso puede gatillar una nueva alza y solo va a alargar aún más la pandemia, lo que va a significar que estaré más tiempo sin poder tocar a mi hija, sin poder tener vida de pareja con mi marido, sin poder volver a la casa tranquila y sin crisis de angustia.

Mi hija, que es muy inteligente, ha entendido que no puede tocarme. Por suerte veo que no le ha afectado tanto el hecho de no estar apapachada, porque es bien independiente y con mi marido se entretienen. Tiene todo el living a su disposición lleno de juegos y cosas para hacer. Yo no se lo demuestro a ella, pero la situación me afecta mucho, porque son más de tres meses sin poder abrazarla y darle besos. Me dan ganas de llevarla a la plaza, de que pueda volver a la escuela de lenguaje, que pueda ver a su primo –que es como su hermano–, a su abuela. A veces la gente piensa que una por ser trabajadora de la salud es más fuerte, más fría, con menos sentimientos, pero una se afecta igual. Hace unos días junto a la doctora con la que trabajo nos tocó reanimar a un paciente que hizo paro respiratorio en su domicilio y llevarlo de urgencia en taxi –porque había tres horas de espera para una ambulancia– al Cesfam. Casi se muere en nuestras manos y quedamos muy afectadas, hasta ahora me afecta pensar en que muchas veces no todo está a mi alcance. Por suerte ya he aprendido a manejar la pena y no necesito fármacos, solo tomo cosas naturales.

Mi marido también siempre me sube el ánimo y es a él a quién recurro cuando tengo alguna crisis. Vamos a volver a la normalidad, va a pasar, me dice, y luego hace videos en Tiktok con mi hija que siempre me hacen reír. Lo que me impulsa a seguir son los pacientes, poder sacarlos adelante, ver que se recuperan. Una hace este trabajo por amor. Me gusta la salud pública y la atención primaria, el contacto con la gente, conocer las distintas realidades y poder entregar educación a quienes la necesitan. Eso es muy lindo. Mi papá siempre me dice que mejor deje de trabajar en estos meses, que es riesgoso, que me quede tranquila en la casa. Pero yo amo la enfermería y aunque mi hija es lo más importante y me encantaría poder estar siempre con ella, tengo una vocación que me inspira a estar en primera línea.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.