Gallito 100% chileno

Una ex monja que llegó a ser dueña de la librería Platero está empeñada en revivir el pollo más chileno: la gallina araucana, la que aportó al mundo los huevos azules que estaban aquí antes de Colón. Pero, en vez de aumentar, estos gallos nativos disminuyen. Por sus genes débiles, por las réplicas del terremoto y por mi culpa.




Al ir en busca de María Angélica Rojas (57) y sus gallinas a Peralillo, el diminuto pueblo campesino entre el Valle de Colchagua y el Maule, a unos 250kmde Santiago, no sabía qué iba a encontrar: ¿un criadero? ¿Incubadoras, instrumental, una mujer acodada al microscopio? ¿Una microempresa de turismo medio latera? El panorama empeoraba la duda: grietas en los caminos, gente viviendo en carpas junto a ruinas de adobe, grandes árboles y silos inclinados, escombros, tristeza y dolor.

–¿Por qué esta mujer en medio de todo esto quiere salvar a sus gallinas? Son raras, son valiosas. ¿Pero más que su casa, sus bienes… o su vida? –me pregunto.

Hablamos cuatro palabras y muy pronto descubro en ella una esencia kamikaze. Un gen todo o nada. Sería largo de resumir. Dos escenas de su vida explican todo lo que vendrá después.

Primera escena. Años 90, interior de la III Región. María Angélica, una joven monja teresiana de 30 años, da tumbos en un jeep, con el pesado hábito beige de la cabeza a los pies, en las áridas cuestas del sector de Canela. Cordilleras peladas, arbustos desérticos, polvo y, al fondo, unas casitas. Los niños de las escuelas rurales corren felices a recibirla: –La madrecita, la madrecita… Pero María Angélica está sumida en un profundo desánimo. Busca en su interior las últimas dosis de amor para dar y no las encuentra. Más de 10 años de convento, Teología, noviciado. De profesora. Hasta fundó un colegio en Nacimiento. Pero algo le falta. En las aulas los niños bostezan poco después de que ella empiece las clases. Y un día se decide: "Esto se acaba".

Segunda escena: Santiago, 2002. El día en que se sacó el velo –y se sintió desnuda– ya está muy atrás. Como le gusta la Historia y creció viendo una tía que vendía libros, apuesta todo su dinero y compra la tradicional librería Platero, al costado de la Catedral de Santiago, en Plaza de Armas. Mal negocio. Un día sonó el teléfono. Es Mónica Ananías, la secretaria de Augusto Pinochet. El general, quien compra 300 mil pesos al mes en libros de Historia, es prácticamente su mejor cliente. Durante años, ella le lleva los libros al cuarto piso de la Comandancia, en calle Serrano. Él no la mira, no la saluda, no le da las gracias. Empiezan los juicios por la fortuna. Un día, Angélica se atreve. Desde atrás de la pila de libros que amontona para que el general elija, pone delante de todos uno grande, grueso, de unas 300 páginas. Se titula Enciclopedia de la tortura. Pinochet solamente dice: "Ahamm". Pierde a su mejor cliente. Se ve obligada a cerrar la librería. ¿Y ahora qué? Regresa a Peralillo, su tierra natal. Sus padres han muerto. Hija única. Tiene que empezar de cero. ¿Pero empezar qué? Intenta con la artesanía: telares, muñecas de calabaza, tejidos,

edición de libros. Un día descubre en sus gallinas una entretención que las plantas y la artesanía no le daban.

Peralillo hoy

En el gallinero del patio trasero de su casa, llegó a tener 98 gallinas araucanas de cuatro razas autóctonas. Sólo 34 resistieron el terremoto. Su casa se derrumbó, María Angélica resultó herida. En los días siguientes muchos pollos adelgazaron porque no les pudo dar agua y comida. Otros murieron por el estrés de las réplicas. Esta raza de gallinas se caracteriza por su fragilidad. 25% de los huevos azules son fecundos. De ellos, una mínima parte de pollos sobrevive. "Vienen de un gen recesivo", dice Angélica. ¿Por qué se interesó en estas gallinas específicas?

–Cuando me instalé de vuelta en Peralillo, vi que estaban casi en extinción. Averiguando, me di cuenta de que tenían historia y como me gusta tanto la Historia…

Angélica comenzó criando gallinas kollonco, las típicas de la Zona Central, con la cola roma. De ellas, sólo algunas ponen huevos azules. Me explica:

–Lo primero que observé es que ponían menos. Lo segundo, morían más fácilmente. Lo tercero, al cruzarlas con cualquier otra especie –broile, castellana– los pollitos perdían casi de inmediato sus características.

Empezó a leer. Se enteró de que había razas de gallinas mapuches y que algunas versiones incluso afirmaban que existían aquí antes de los españoles, quienes se habrían sorprendido de que únicamente en Chile las gallinas de los mapuches pusieran huevos azules. Como los gallos son empeñosos es fácil hacer experimentos genéticos. Basta encerrar a uno con media docena de gallinas para ver al día siguiente los resultados en el laboratorio.

–Una gallina de huevos café con un gallo araucano, pone huevos verde oliva. Con una de huevos blancos, salen blancos. El gen se pierde. Si salen huevos azules, obvio, seguirán saliendo azules. Pero, si no, es recesivo. Se verifica con las crías. Si la segunda generación da azules, la marca. Será más recesiva, pero más pura.

¿Entiende?

–No.

Son las leyes de Gregor Mendel. El monje que en 1866 cruzó variedades de arvejas en su jardín descubrió las leyes de transmisión de las características hereditarias, hoy llamados genes. ¡8º básico!

En el fondo, lo que ella hace es muy similar: mezcla la protomorfina, el quelato de cinc y la biliverdina, las enzimas de las gallinas que dan el color a los huevos café, blanco y azul. Sólo una monja se podría aventurar en algo parecido. No quiero abrumarla pero para reencontrar el gen originario de las frambuesas blancas a un tipo le costó 36.000 cruces. Y 20 años de trabajo.

–Desde que llegué hasta ahora, he hecho muchas cruzas. Ya aprendí lo de los genes de los abuelos, que se reproducen en los nietos y no en los hijos, así que con paciencia he ido purificando mis gallinas hasta tener unos buenos ejemplares puros, o casi puros.

Averiguando, un gallo kollonco de muy buena estirpe como los suyos, está avaluado en 100 mil pesos.

–Tenía una buena fortuna en pollos.

–¡Y…no! –dice con un resabio de tonito uruguayo que le quedó de vivir cinco años de novicia en un convento allá–. ¡Y no todos valen eso! Están sobrevalorados. Ahora los huevos azules y las gallinas araucanas están de moda.

Noto un pequeño matiz de rechazo. "Algo" de eso que brota en ella y que quizás la haga tirar por la borda toda la cuestión. ¿O me equivoco?

–Se equivoca. Los pollos son como mis hijos.

Que nunca tuvo. Ahora tiene pareja, Javier.

Gallinas damnificadas

Última escena decidora: 27 de febrero. Los libros que conserva de la librería Platero empiezan a caerle sobre la cama. Las paredes de adobe de su casa se agrietan. Arranca, pero su pierna queda atrapada entre las tablas del piso. Piensa que el techo le va a caer encima. Se le vienen imágenes de su infancia en ese mismo pueblo, de los Rojas con dinero, de los Rojas cultivando viñas, de los Rojas ultra católicos…

Su casa, de la fachada para atrás, queda en ruinas. Lo poco en pie tiene orden de demolición. Incluso el gallinero que luce destartalado y damnificado. Y así, como en todo, da un giro repentino. Reúne todo el dinero que tiene y se compra una pequeña parcela de 500 metros en La Troya, a 6 kmde Peralillo, donde construirá una casa y un enorme gallinero. Aunque está en cero. Con lo justo. Pero no parece agobiarle. Un vecino le cobra 100 mil pesos por dejar pasar el tendido de luz eléctrica por su sitio y María Angélica no sabe dónde los va a conseguir. Le sugiero que venda las gallinas…

–¡No! Las gallinas no. Todavía.

Ha sufrido otras obsesiones, además de los pollos: editó libros bajo el sello de Platero, cultivó plantas, hizo tapices y decoró calabazas que expuso y envió al extranjero. En todo, parece, tiene que llegar lejos, hasta las últimas consecuencias. Aunque el asunto de los huevos azules puede llevar mucho tiempo. Ahora hay huevos azules en todo el mundo y clubes de gallinas araucanas en una docena de países. En Chile existen varios grupos informales. María Angélica participa de ellos compartiendo información. Por ejemplo.

–Me costó varios años llegar a la temperatura ideal para la incubadora: 37,7 ºC. A más temperatura salen más machos. A menos, más hembras. Sin embargo, en los grupos y foros de internet tratan de ocultarse la información. Poca gente comparte. Otros intentan cobrar.

De muchos criadores y aficionados, ella es la única que tiene las 4 razas consideradas autóctonas: la kolloncas (de cola roma), trintres (de plumas crespas), las cogote pelado (obvio) y las quetro (con aretes de plumas en las orejas). En promedio, al menos un gallo por 5 ó 6 gallinas de cada raza. Cruzándolas y mezclándolas pretende llegar al pollo 100% chileno, al gallo puro. Sólo que el terremoto fue un gran retroceso. Este frío invierno aún más.

–Las gallinas más puras casi no ponen en invierno. Si las cruzo con un gallo NO araucano, ponen huevos. Pero no es el asunto comérmelos fritos. No es comercial tenerlas. Quiero que sea mi aporte a la humanidad.

Tiene una incubadora para 100 huevos pero detenida por el terremoto también. Hasta que esté listo el gallinero de su casa.

–Paciencia. No tengo apuro. Pero yo creo que podría ser un tema del bicentenario o algo así. Sería lindo un gran movimiento nacional por redescubrir esta gallina 100% chilena.

Gallo precolombino

Algo se ha hecho, pero muy discretamente. Con fondos del gobierno, en junio de 2007 un grupo de arqueólogos que investigaba en un sitio indígena precolombino en la zona de El Arenal, 50km al sur de Concepción, encontró huesos de gallina. Examinados en radiocarbono en Nueva Zelanda, la Universidad de Auckland, la paleontobióloga Alice Storey dató los huesos entre los años 1304 y 1424. ¡Antes de la llegada de los españoles! Rastreados sus orígenes genéticos y comparados con 2.500 tipos de gallinas, su pariente más cercano fue hallado en la gallina de la Polinesia: el Gallus gallus. De seguro, son los genes de la gallina de huevos azules, la tatarabuela de todos los plumíferos de María Angélica.

El diario The New York Times dio la noticia: "Gallina chilena evidencia llegada del hombre a América antes de Colón". En Chile el hallazgo pasó sin pena ni gloria. El alcalde de Peralillo algo se motivó con el tema. En una pajarera en un parque municipal reunió una buena cantidad de kolloncos junto a unas avestruces. Casi mete ahí a María Angélica y las suyas, pero el proyecto no prosperó. El terremoto también lo sepultó. Como la casa de María Angélica está en ruinas, con cierto pudor preferí llevarla con un lindo gallo kollonco (avaluado en 100 mil pesos) a un predio donde estará el futuro gallinero. Al bajarlo, el gallo abrió las alas, me picoteó y escapó volando. Aterrizó unos metros más allá y se puso a pastar, como diciéndome "ven a buscarme".

Ingenuo y vengativo, fui. No sabía que "pillar al pollo" era una prueba típica del campo chileno. Después de clavarme 250 mil espinas de zarzamoras, herirme en las púas de las alambradas, recibir un sinnúmero de picotones y de arrastrarme por el lodo, el gallo voló a unas matas, cacareó burlonamente y desapareció en un dos por tres.

–Ganó el gallo –me dijo María Angélica riendo de lejos…

El gallo 100% chileno no regresó esa noche. Al otro día, ella le puso unas gallinas comunes a ver si el llamado de la selva lo hacía volver. Tampoco. "Se perdió en el campo", fue lo último que supe. Prometí ir a buscarlo.

–Si lo pilla, se lo regalo–medijo María Angélica la última vez que hablamos por teléfono.

–Gracias –le dije.

Ahora soy dueño de un gallo que me hizo sufrir, que perseguí pero nunca pude atrapar. Lo bauticé Pinochet.

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