Gordofobia y el estigma del peso
En esta columna de opinión Carolina Melcher Pérez, nutricionista y especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria analiza los estereotipos estéticos en salud y sostiene que los términos sobrepeso y obesidad no solo carecen de fundamento científico, sino que perpetúan la discriminación.
“Si bajas 5 kilos, ese dolor de rodilla desaparecerá”. “No necesitas derivación a psicólogo, bajando de peso se solucionará tu depresión”. “Tus exámenes salieron bien, pero aún no llegas a tu peso ideal”. “¿Te sientes fatigada? No importa, debes seguir con la dieta”. “¿No cesan las náuseas? Al menos estás más delgada”.
Estas frases desgarradoras parecen sacadas de un relato ficticio, pero lo cierto es que se han dicho en consultas médicas a muchas personas, sobre todo a mujeres.
En el área de la salud está muy normalizado trabajar en torno al peso, a lo que se le llama perspectiva pesocentrista, un enfoque reduccionista que infiere que el peso de una persona es un indicador válido y suficiente para categorizarla de «sana» o «enferma», sin siquiera considerar otros aspectos mucho más importantes.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la definición de salud es «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», entonces, ¿por qué se insiste tanto en el peso? ¿el “sobrepeso” y la “obesidad” son enfermedades?
Lamentablemente, la gordura se patologiza considerándola como una enfermedad por sí misma y no como un posible factor de riesgo como lo son el tabaquismo, consumo de alcohol, sedentarismo, problemas de salud mental, condiciones asociadas, patologías preexistentes y/o carga genética, entre otras. Pero ¿cómo muchos profesionales llegan al diagnóstico de sobrepeso u obesidad? Con el famoso Índice de Masa Corporal (IMC). Y es por esto que es importante contar un poco de su historia.
Hace casi doscientos años atrás un matemático de origen belga apellidado Quetelet, quería, a través de una fórmula matemática, definir y categorizar las características físicas de un hombre europeo “normal”.
Luego de diversos cálculos, llegó a la conclusión que la fórmula “ideal” para lograr esto era calculando el peso de un hombre adulto dividido por su estatura al cuadrado. Este experimento lo hizo con fines personales y jamás pensando que décadas más tarde se utilizaría en el área de la salud, ya que es imposible que sólo el peso y la estatura de una persona defina su estado de salud.
En los setenta, las compañías de seguros en Estados Unidos comenzaron a ser populares, por lo que necesitaban categorizar a las personas según el plan de salud que les ofrecían, sobre todo a aquellas consideradas de “mayor riesgo”, ya que esos planes tendrían un mayor costo monetario.
Finalmente, estas aseguradoras llegaron al índice de Quetelet, al cual no solo le cambiaron el nombre a lo que hoy conocemos como IMC, sino que también crearon categorías estandarizadas según el tamaño corporal de las personas. Esta información es esencial, ya que desde ese momento se comenzó a exigir el cálculo de IMC a profesionales de salud.
La ciencia ha concluido que son cientos los factores que determinan el estado de salud de una persona, por lo que diversas instituciones han llegado al consenso que un 11% corresponde al cuidado médico, un 7% al ambiente físico, un 24% a circunstancias sociales, un 22% a nuestra genética y biología y un 36% al comportamiento individual. Es muy importante mencionar que de este 36% solo algunos de estos parámetros están bajo nuestro control.
Entonces ¿por qué utilizar términos como “sobrepeso” y “obesidad” que nacen de una herramienta obsoleta? ¿Por qué enfocar las atenciones en salud en el tamaño corporal de una persona? ¿A una persona delgada con problemas de salud se le va a indicar pérdida de peso?
Es sumamente preocupante y dañino que sigan existiendo profesionales bajo esta perspectiva simplista, ya que este sesgo de peso impide que las personas tengamos acceso a una salud integral y por consiguiente se vulneren los derechos básicos de acceder a una salud de calidad.
Finalmente, anteponer índices estandarizados como el IMC para clasificar a cuerpos delgados como lo «normal» y cuerpos grandes como lo «anormal», no sólo pone en riesgo la salud física y mental de las personas, sino que perpetúa, en nombre de la salud, discursos discriminadores y gordofóbicos que tan arraigados se encuentran en nuestra sociedad.
* Carolina es Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.
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