Hacer de una residencia de niños y niñas, una familia: La inspiradora historia de dos hermanos
Pilar y Franco son los creadores de Fundación Integrando, una residencia dependiente de Mejor Niñez que desafía los estándares convencionales de este tipo de lugares, para crear un espacio donde el cuidado se teje con cariño, sin rejas ni alambres de púas. En una casa con instalaciones de lujo, ubicada en la comuna de Machalí, armaron este espacio que –como dicen– tiene el objetivo de ser un hogar seguro y amoroso para niños y niñas en situación de vulnerabilidad.
“Intentamos ser una familia”. Es la frase que repiten una y otra vez los hermanos Pilar y Franco Zamora cuando hablan de su proyecto Fundación Integrando, una residencia de niños y niñas en situación de vulnerabilidad ubicada en San Joaquín de los Mayos, en Machalí.
Desde fuera, la residencia parece cualquier cosa menos un hogar de niños o una casa de acogida. Muy por el contrario. Su arquitectura es la de una casa familiar moderna, de un alto nivel económico. Y seguramente ese fue su origen. Pero los dueños la pusieron en arriendo y Pilar y Franco decidieron que era un buen lugar para recibir a muchos niños, por sus cómodos y amplios espacios. “Lo primero que pensé cuando decidí hacer una residencia, es que los niños y niñas se tienen que sentir seguros allí, en familia. Lograr que confíen en nosotros y para eso el lugar donde vivan también es importante. Acá cuando un niño o niña está enojado le decimos vamos a caminar, tenemos un cerro y lo acompañamos en ese proceso”, cuenta Pilar.
Franco complementa: “Arrendar esta casa, mantenerla y tener a los profesionales adecuados es muy caro. Pero hacemos ese esfuerzo porque hemos visto lo que ocurre en otras residencias en donde en una pieza chica meten cuatro o cinco camarotes. Estamos convencidos de que si los niños, niñas y adolescentes vivieran en mejores espacios –entre otras cosas– estarían mucho mejor”.
No se refieren sólo a la arquitectura, sino que también a los símbolos que en este tipo de lugares abundan. “Si te fijas, en ningún lado nosotros tenemos rejas o cierres con alambres de púas, y eso lo evalúan en las residencias dependientes de Mejor Niñez. De hecho, siempre tenemos esa falla cuando nos vienen a evaluar, cada tres meses. En todos los informes nos va mal en ese punto, pero nosotros preferimos dar la pelea. Les decimos que no vamos a poner rejas porque creemos que es mejor enseñarles a los chicos a enfrentar sus emociones; eso es importante para el momento en que tengan que volver al entorno familiar, ahí tienen que saber manejar sus emociones. Además encerrarlos con rejas y alambres de púa es verlos como si fueran animales a los que no se les puede enseñar. Hoy existen muchas residencias que parecen cárceles, y los niños y niñas no están presos, no han hecho nada malo, ellos son los que han sido vulnerados”, agrega Pilar.
Encerrarlos con rejas y alambres de púa es verlos como si fueran animales a los que no se les puede enseñar. Hoy existen muchas residencias que parecen cárceles, y los niños y niñas no están presos, no han hecho nada malo, ellos son los que han sido vulnerados.
El proyecto comenzó en junio del 2021, con tres niños. Tiempo antes, una tía le había pedido a Pilar, que es trabajadora social, que hiciera un reemplazo en una casa de acogida donde le tocó cuidar a un niño con diagnóstico patológico a raíz de su historia de vida: había sido violado, fue parte de una red de tráfico, entonces no tenía control de esfínter, entre varias otras cosas. La historia la conmovió a tal punto, que decidió que tenía que crear un hogar diferente. Pero no tenía idea cómo hacerlo.
Justo por esos días en Rancagua, misma región donde vive, apareció la noticia de un hogar del cual varios niños se habían escapado reclamando las malas condiciones en las que vivían. Decidió postular como educadora de trato directo, y quedó. “Trabajé tres meses y fue terrible. Los colchones estaban hediondos a pipí o algunos con hoyos; los baños abiertos, además las duchas quedaban afuera de la casa. Fui testigo de cómo se relacionan las educadoras con los niños y niñas, todo el tiempo a garabatos. Y todo esto está normalizado porque nadie hace nada”, dice.
“Ahí fue cuando me llamó para convencerme de que teníamos que hacer algo. Yo soy ingeniero, nada que ver con el trabajo social. Pero me insistió tanto, que acá estamos. Nos tiramos a una piscina sin flotadores y sin saber nadar”, cuenta Franco.
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La Ley N.º 21.302, promulgada el 22 diciembre de 2020, crea el Servicio Nacional de Protección Especializada a la niñez y adolescencia, y establece el sistema de atención a la niñez y adolescencia, a través de la red de colaboradores. Su régimen de subvención define a los Centros Residenciales como una línea de acción destinada a la atención de los niños, niñas y adolescentes privados o separados de su medio familiar.
De acuerdo con esta normativa, a las Residencias les corresponde “proporcionar, de forma estable, a los niños, niñas y adolescentes separados de su medio familiar, alojamiento, alimentación, abrigo, recreación, estimulación precoz, apoyo afectivo y psicológico, asegurando su acceso a la educación, salud y a los demás servicios que sean necesarios para su bienestar y desarrollo”.
El ingreso a residencias corresponde a una medida de excepción, ordenada por Tribunales de Familia, hacia aquellos niños, niñas y adolescentes que, producto de graves vulneraciones de derechos, deben ser separados de su grupo familiar de origen, mientras se realizan las acciones para restablecer su derecho a vivir en familia, o de preparación para la vida independiente en casos excepcionales.
“Si me preguntas, partí pésimo porque no sabía nada. Sólo tenía ganas de hacer un cambio. Veía que esos propósitos que se establecen en la ley, en la práctica no se cumplen, por eso pensé en abrir un hogar diferente. Reconozco que fui un poco impulsiva al comienzo, porque ni siquiera sabía qué trámites tenía que hacer, no tenía mucha plata. Vendí mi auto y con eso pagué los primeros gastos”, cuenta. Luego ingresó Franco, para hacerse cargo de lo administrativo. “Ha sido difícil porque siempre faltan recursos. Igual siempre creemos que se puede hacer más. Creeme que si yo tuviera más lucas, tendría los mejores médicos, psicólogos y psiquiatras”, complementa.
Pilar cuenta que actualmente tienen 12 educadoras y 20 niños. “Y eso, que la licitación nos exige por cada cuatro niños una educadora, pero es muy poco. Por eso en algunos puntos hemos sido mal evaluados por quienes fiscalizan porque somos un poco llevados a nuestras ideas sobre lo que creemos que es mejor para los chicos. Este es un trabajo difícil. En otros hogares pasa que las educadoras no tienen el manejo porque no se exige que tengan estudios profesionales o técnicos relacionados con el trato de niños y niñas, menos aquellos que tienen una historia de vida llena de vulneraciones”.
Pero ellos consideran que sí es necesario porque los niños y niñas tienen desajustes. “Cuando los chicos no tienen el control de su emoción y nos golpean, escupen o se escapan. Entonces tiene que haber una persona que tenga conocimiento y herramientas para el manejo de esos momentos”.
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Desde que abrieron en el año 2021 hasta ahora, han tenido cinco egresos y pronto vienen cuatro más.
Pilar recuerda a uno de los niños que ya egresaron. “Cuando íbamos al centro de la ciudad, a veces no me daba cuenta y tenía muchas cosas en el bolsillo. Le preguntaba de dónde las había sacado y me decía que eso daba lo mismo, que era un regalo para mí. Después entendí que su mamá le había enseñado a robar. Yo tenía que explicarle que eso no estaba bien, a pesar de que su mamá se lo había enseñado. Volvíamos a la tienda, y le explicaba que tenía que pedir disculpas. En el fondo, partir de cero”, recuerda.
También hubo otra niña a la que Pilar tuvo que quitarle los piojos con sus propias manos. “Es que de eso se trata; de tratarlos como si fuesen nuestros hijos, por eso hablamos de una familia”, dice.
El equipo en esta casa se compone por trabajadoras sociales, psicólogas, terapeuta ocupacional y profesor de educación física. Este último porque consideran que el deporte es una buena herramienta para combatir la situación vulnerable de estos niños y niñas. “Trabajamos mucho con la salud mental de los chicos a través del deporte (intervención socio-deportiva) lo cual es mucho más eficiente que el uso de fármacos”, argumenta Pilar. Por eso en la casa están en permanente actividad deportiva y recreativa; hasta tienen piscina en el verano.
En la práctica estando bajo los cuidados de este equipo, lo máximo que se ha quedado un niño son ocho meses, “pero porque trabajamos a full con las familias”, reconoce Pilar. “Tengo un equipo bacán, con los mismos ideales. Entonces todos remamos hacia el mismo lado y peleamos cuando creemos que tenemos la razón, porque sabemos que somos quienes mejor conocemos las necesidades de esos niños, pues nosotros vivimos con ellos”.
Y sufren también cuando se van. “Por sanidad mental no mantengo contacto, porque me duele cuando se van, uno les agarra cariño. Yo no armé este proyecto para ganar plata, al contrario, he dejado todo para hacer esto. Por eso después no tengo contacto. De hecho ahora se va el niño al que le enseñé que era malo robar, vuelve con la mamá. Y me da pena. Pero hago ese trabajo de pensar que no son míos esos niños, que son prestados; que están aquí para que los eduquemos”.
“Igual siempre nos buscan”, agrega Franco. “A veces cuando se van, me pasan un papelito y me piden que les escriba mi número, porque me van a llamar”.
Todos los que se han ido, están bien con sus familias ahora. Sólo uno de ellos no, pero, según dicen, eso fue porque los programas ambulatorios no hicieron bien su trabajo. “Él ahora está en la residencia, pero de adolescentes. No lo pudimos traer de vuelta por la edad. Sólo logramos mantener por edad a una chica que tiene 14 años, que vive ahora con nosotros. La peleamos, porque ella tiene muchas habilidades. Le regalamos un set para hacer pulseras y hace unas muy lindas, yo ando con una”, dice Franco. “Si la mandábamos a una residencia de adolescentes –por la edad, en esas residencias se dan con mayor frecuencia situaciones diferentes como el uso de drogas o la explotación sexual– se iba a perder. Logramos que se quedara porque ellas son tres hermanas y como las más chicas quedaron acá, apelamos a que estuvieran juntas porque eran muy unidas”, agrega.
“Nuestro sueño ahora es cambiarnos de casa, para eso estamos postulando a una nueva licitación”, cuenta Franco. Pilar lo interrumpe: “Es que encontramos una casa que es mucho más grande, preciosa ¡Tiene hasta un pequeño bosque! Muchos árboles frutales, porque la casa era del dueño de un viñedo. También tienen un vivero y un gallinero. Ya estamos soñando con todo lo que los niños podrán hacer allá los niños y niñas. Es lo mínimo que se merecen después de todo lo que han vivido”.
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