Imaginario canino en la literatura chilena

Algunos de los autores nacionales más importantes han usado al perro como imagen de hogar, degradación, utopía o violencia: presentamos algunos quiltros que pululan por las páginas de la narrativa y la poesía nacional.




Paula 1131. Sábado 28 de septiembre 2013.

Algunos de los autores nacionales más importantes han usado al perro como imagen de hogar, degradación, utopía o violencia: presentamos algunos quiltros que pululan por las páginas de la narrativa y la poesía nacional.

Patas y pelajes

En la narrativa los perros marcan algunas obras feroces, muy críticas, claves para comprender los ámbitos más oscuros de la inasible chilenidad. Patas de perro, de Carlos Droguett, es la más literal: en 1965 conmovió y horrorizó a los lectores con la historia de un niño, Bobi, que nace con los pies deformes, parecidos a los de un perro, y por eso es humillado y ultrajado, desde la cuna a la tumba. Una oscuridad similarmente grotesca, pero mucho más sutil, retrató José Donoso en El obsceno pájaro de la noche (1970), su novela cumbre, en la cual es central la figura de "la perra amarilla": encarnación de una nana-bruja y luego objeto de pasatiempo para unas viejas decrépitas, esta perra astuta, flaca y fea, parece ser el símbolo de una animalidad que el poder masculino quiere mutilar pero que siempre pervive. Para Donoso, sin embargo, los perros eran una imagen del hogar y de la calidez. Otra obra con fuerte carga crítica es la novela Carne de perro (1995), de Germán Marín, que cuenta cómo un revolucionario de los 60 deviene en un impotente hombre gris. La frase que sella esta obra sobre la utopía que se vuelve despojo y resto es ineludible: "Pensar cuánto sacrificio estéril existe acumulado detrás de nuestro presente, invisible ante los pasos que damos en el mismo escenario".

Nostalgia de perro

Para los poetas el perro ha sido más que nada una figura del misterio, de una libertad soñada que se despliega milagrosamente. El primero en trazar ese enigma que mezcla añoranza con alegría es Pablo Neruda con su "Oda al perro", al contemplar al animal que pregunta con la mirada y el poeta no puede explicarle la existencia: "Perro y hombre vamos/ oliendo el mundo, sacudiendo el trébol,/ por el campo de Chile,/ entre los dedos claros de septiembre". Roberto Bolaño, en tanto, tituló su tercer y último libro de poesía Los perros románticos: en el poema del mismo nombre, esos canes marcan un ideal de juventud, contra el olvido y el dolor: "Estoy aquí, dije, con los perros románticos/ y aquí me voy a quedar". Nicanor Parra, por su parte, en uno de sus Poemas y antipoemas, "Hay un día feliz", añora el tiempo de la infancia, de su madre y de la felicidad, "cuando el perro dormía dulcemente/ Bajo el ángulo recto de una estrella".

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