Inspirar a una comunidad

Artesanas

Un grupo de veinticuatro mujeres mapuche pehuenche de Alto Biobío descubrió que sus peleros “ojito de perdiz”, esos que hacían desde siempre para abrigar y acolchar la montura de los caballos, no solo tenían un valor patrimonial único, sino que con ellos podían acercar su aislada comunidad al resto de Chile y generar una fuente de ingresos que les diera mayor autonomía. Aquí, cómo lo lograron.




Cuando el invierno llega a Trapa Trapa, en Alto Biobío, todo se cubre de blanco. En esta localidad, ubicada a escasos kilómetros de la frontera con Argentina, las temperaturas pueden llegar a -3ºC y la nieve acumularse hasta alcanzar treinta centímetros. Solo los arrieros y las comunidades mapuche pehuenche de la zona saben cómo sortear ese frío con gruesos abrigos, gorros y guantes de lana de oveja. La única forma que tienen de moverse, y hacer llegar mensajes a los lugareños, es a caballo. Por eso, el pelero -tejido que se coloca bajo la montura-, es una pieza clave de la indumentaria en esta zona.

De lana gruesa, para que abrigue al mismo tiempo que acolcha la montura, los peleros se tejen tradicionalmente en telar mapuche, que se dispone verticalmente apoyado contra una pared. En el proceso, las artesanas de Trapa Trapa usan el vellón de las ovejas que ellas mismas crían, esquilan, limpian, hilan y tiñen. Ya sentadas en el telar, comienzan a intercalar el blanco y el negro para dar forma al patrón que le da esa característica única a sus piezas. “El diseño de la pelera es muy antiguo. Hay gente que dice que es el ojito de la perdiz, otros que son las estrellas en el cielo”, explica Rosa Pereira Manquepi, artesana textil de Trapa Trapa y ganadora del Sello de Artesanía Indígena en 2019.

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Rosa, al igual que la mayoría de las artesanas mayores de 50 años en Trapa Trapa, es considerada una düwekafe, es decir, una maestra textilera mapuche, que ejerce su oficio desde los diez años, edad en la que observando a su madre aprendió a hilar y empezó a formarse como tejedora. Ellas, las ñañas –“hermanas”, en mapudungun– de más edad, fueron las primeras interesadas en sumarse a las formaciones de Fundación Artesanías de Chile para mejorar el oficio de sus peleros y buscar nuevos canales de venta que les permitieran convertir sus tejidos en una fuente de ingresos.

“Conocimos a las artesanas a través de Región Sur, una consultora que trabaja en el territorio hace muchos años. Con ellos hicimos un proceso previo que fue clave: presentar el proyecto al presidente y al lonko de la comunidad, las dos autoridades más importantes en la zona”, cuenta Katherin Martínez, entonces Subdirectora de Desarrollo de Fundación Artesanías de Chile.

En 2016, cuando la fundación llegó a Trapa Trapa por primera vez, si bien las artesanas tenían en común ser vecinas y herederas de la tradición del pelero, no trabajaban juntas ni manejaban conceptos de asociatividad. “Cuando las conocimos cada una desarrollaba el oficio en su casa, sin saber que lo que hacían era parte del patrimonio de Chile; que estaban manteniendo viva una tradición”, dice Katherin.

Tras el primer año de trabajo con la fundación, las artesanas formaron la agrupación Amulen Ñaña, “vamos hermana” en mapudungun. Poco a poco, las ñañas de más edad empezaron a inspirar a las mujeres jóvenes de la comunidad para vender sus piezas de forma conjunta y adaptar el trabajo a productos de decoración como bajadas de cama, pasilleras y alfombras; siempre destacando la técnica tradicional de “ojito de perdiz”.

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Más o menos seis meses después, en esa localidad sin internet ni señal de celular, donde el tiempo parece detenido, empezaron con Proartesano, el programa de formación de Fundación Artesanías de Chile. Al principio se sumaron quince artesanas, las de mayor edad dentro de la comunidad. Junto a la fundación aprendieron a mejorar las terminaciones de sus productos y a estandarizar las medidas. La idea era que dos peleros hechos en Trapa Trapa fueran siempre iguales en sus medidas y terminaciones, un paso clave para la comercialización de sus productos.

Como rara vez suele pasar en el mundo moderno, las ñañas, con su motivación y su empuje, empezaron a inspirar a las mujeres jóvenes de la comunidad mapuche pehuenche de Trapa Trapa. “¿Cómo van con las capacitaciones?”, “¿Cómo hago para meterme?”, “A mí también me gustaría participar de la agrupación”, empezaron a escuchar de sus vecinas.

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“Luego del primer año de capacitación, se dieron cuenta que podían hacer los productos y que no era tan loco ni difícil llegar a las medidas. Ese resultado también lo vio el resto de su comunidad. Entonces, las mujeres que vivían ahí, vecinas que no habían ido a las capacitaciones porque no se imaginaban qué iban a hacer, decidieron también involucrarse y participar”, explica Katherin.

Así, a las quince artesanas que empezaron, se sumaron otras quince mujeres. El segundo año en Trapa Trapa la fundación repitió la capacitación, esta vez para las nuevas interesadas. El tercer año, veinticuatro de las treinta mujeres continuaron con un nuevo ciclo de trabajo, las mismas que hoy forman la agrupación Amulen Ñaña en la aislada comunidad en medio de la cordillera de la Región del Biobío. “La artesanía es importante para mantener la cultura, que todas las ñañas que estamos trabajando sigamos adelante y que nos apoyemos las unas a las otras”, afirma orgullosa Rosa Pereira.

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