La voz virginal
Concertista, compositora, periodista, y hasta agitadora cultural: todo ello podría decirse de Isidora Zegers, esta española que a los 16 años se radicó en Santiago y cambió por completo el paisaje de la música en la ciudad.
En 1928, en el Teatro Arteaga, el segundo que funcionó en la ciudad de Santiago, se estrenó el himno nacional de Chile con la música de Ramón Carnicer que prevalece hasta hoy, con la encendida y anti hispana por Bernardo Vera y pintando. Cuando la antigua Metrópoli Imperial y la recién emancipada Colonia restablecieron relaciones diplomáticas, se le encargó a Eusebio Lillo una nueva composición que, sin embargo, mantuvo el coro del primero, cuyo principal reparo era –y sigue siendo– el "contrá la opresión" que se canta en el estribillo. En esa velada, a la luz de velones de sebo que, junto con iluminar el escenario, los palcos (es, casi un decir; el temor a los terremotos limitaba la altura de las construcciones de la época), llenaban de humo la sala, atravesada a su vez por corrientes de aire que hacían temblar las llamas, movían el humo y agigantaban las sombras, también hubo otros estrenos musicales. Entre ellos, obras de cámara de Isidora Zegers, una española educada en París que había recalado cinco años antes en esta perdida ciudad austral donde, hasta 1820, no había ni un solo piano ni un profesor de Música.
Su presencia revolucionó la incipiente escena musical santiaguina. Coincidió con el arribo al país del cellista Carlos Drewetcke otro entusiasta, y con el ánimo vibrante de José Zapiola, compositor que dejó, además, unas extraordinarias memorias de época, texto fundamental para conocer mejor esa pequeña sociedad que se estructuraba en torno al recién inaugurado paseo de La Cañada, las casonas de adobe en las manzanas del centro y el florido mundo de las chinganas al otro lado del río. Era una sociedad cuya vida social pasaba por las tertulias, momentos de encuentro y sociabilidad en el interior de las casas, por los paseos en coches de caballos en el paseo que dividía en dos la ciudad y por las sesiones de música en el teatro Arteaga, donde habitualmente una pequeña orquesta proponía al oído obras que exaltaban el nacionalismo y reafirmaban así el ideario independentista. Poco más había en la achaparrada ciudad, que constataba lo práctico de las acequias como baños y temía, por amarga experiencia, los periódicos sacudimientos de la Tierra. Zapiola recuerda que en aquel teatro, situado en la calle de la Compañía, cerca del Palacio de la Aduana (actual Museo Precolombino), "la orquesta fluctuaba entre siete u ocho músicos. Aquel lugar no estaba ni entablado ni enladrillado, de suerte que cuando Robles, director de orquesta, marcaba el compás con el pie, por tener ocupadas las manos con el violín, levantaba una gran polvareda más que visible al público. Aquel lugar no se barría jamás".
Canto de virgen
Toda heroína, aunque se trate de una dama santiaguina del siglo XIX, tiene una leyenda detrás de sí. En el caso de Isidora Zegers, comienza por su padre, Juan Francisco, que en 1800 raptó a una joven de alta sociedad madrileña, Flora Feijóo-Montenegro, con quien tuvo tres hijos. Arrastrado por su afán aventurero, en 1823 Juan Francisco se embarcó, junto a los suyos, hacia una remota y joven república que le ofrecía trabajo y, posiblemente, fama y dinero. Cuando cruzaban el Estrecho de Magallanes, una terrible tormenta se abatió sobre el navío. Los marineros, asustados, susurraban que sólo el canto de una virgen podía apaciguar la inclemencia del tiempo. Flora, entonces, puso a cantar a su hija Isidora, que tenía recién 16 años, y la tormenta se calmó. Afirma la leyenda que en ese momento la jovencita menuda y delgada, que no pasó del metro cincuenta de estatura, se dio cuenta de que su destino era la música.
Pero muy probablemente ya lo sabía. La familia Zegers había vivido largos años en París, ciudad donde Isidora estudió Canto, Piano, Arpa, Guitarra, Armonía y Composición. Su talento había sido reconocido en la capital de Francia, donde fue escogida como "primera soprano de la capilla real de Luis XVIII", según las indagaciones del musicólogo, compositor e historiador Jorge Urrutia Blondel. Un contemporáneo suyo escribió que "su vocalización brillante y atrevida, su afinación irreprochable y una voz que, sin ser de gran volumen en las notas graves, alcanzaba el fa agudísimo con toda franqueza; éstas y otras novedades de no menor valor hicieron a la señorita Zegers la mejor intérprete de Rossini". Y la única en ese momento, habría que agregar. En sus baúles, Zegers traía partituras recientes que en Chile fueron una novedad absoluta y el inicio de la tradición de la ópera italiana en este país. Y Andrés Bello, uno de los asiduos asistentes a las tertulias que con razón dieron fama a la casa de Isidora Zegers a partir de 1836, destacó su voz en términos de su "poder y dulzura, precisión, brillantez y expresiva energía".
Con todo, casi toda su obra está fechada en París, en 1822 y 1823, año de su viaje a Chile. Se trata, pues, de composiciones juveniles. Hace pocos años, en 2003, apareció el disco Isidora Zegers y su tiempo, que incluye buena parte de sus obras, interpretadas por la pianista Elvira Savi y por la soprano Carmen Luisa Letelier. La reseña del disco en la Revista Musical Chilena indica que "entre sus composiciones para este fonograma están las contradanzas Figure de Trenis, La Bedlam, La Camilla, La Mercedes y Le Calif de Bagdad para piano solo. Estas piezas presentan rasgos de la cuadrilla francesa bailada en los salones europeos a comienzos del siglo XIX, con melodías adaptadas de piezas populares o de ópera. También para piano solo es el Valze per Maximino, dedicado al parecer a su profesor de Canto. Las piezas para canto y piano son cuatro: Romance, Les regrets d'une bergère, La coquette fixée, La Absence y Les tombeau violés. Estos romances, fechados en 1823, tienen textos en francés y se caracterizan por su estructura estrófica y la sobriedad de su expresión, a pesar de la formación virtuosística y operática de su autora".
Y, aunque se trate de obras juveniles, en un camino que Isidora Zegers no prolongó en el tiempo, conviene recordar que el campo de la composición musical ha sido uno de los más renuentes a aceptar la presencia de las mujeres. Más aún, Isidora Zegers, en su intensa dedicación a la música, fue pionera y no sólo en la cerrada
y tradicional sociedad chilena de la época. Aunque recientes investigaciones han mostrado que antes del siglo XIX hubo destacadas compositoras en Italia y Alemania, al menos, su obra no fue conservada ni estudiada por historiadores y expertos (hombres, por supuesto). Recién en los tiempos de Zegers, destacaron también compositoras e intérpretes como Fanny Mendelssohn, hermana mayor de Félix, y Clara Wieck, la esposa de Robert Schumann, además de otras pioneras en las décadas anteriores.
Rompían así con una tradición que en el ámbito católico estaba, además, sancionada por la autoridad. Un reciente artículo de la Revista de las Artes argentina recuerda que "En 1686 el Papa Inocencio XI declaró: 'La música es totalmente dañina para la modestia que corresponde al sexo femenino, porque las mujeres se distraen de las funciones y las ocupaciones que les corresponden… Ninguna mujer… con ningún pretexto debe aprender música (ni)… tocar ningún tipo de instrumento musical'. Este edicto fue renovado en 1703 por el Papa Clemente XI".
Concertista y escritora
Ello realza más aún la figura de Isidora Zegers. Aunque los aires emancipadores y la herencia política y cultural de la Revolución Francesa habían logrado cambios decisivos en el juego de las ideas, aún, tal como lo atestiguan todas las investigaciones históricas, el papel de las mujeres seguía estando totalmente subordinado al mundo masculino. De ahí que toda su actividad pública, como concertista, como escritora de artículos de música y cofundadora de la Sociedad Filarmónica destaca notablemente en ese panorama provinciano que recién veía cómo las mujeres abandonaban, en la intimidad de sus casas, la plataforma desde donde contemplaban a los hombres conversar de graves asuntos acompañados por humeantes cigarros. Más notable es todavía que en los primeros seis conciertos de la Sociedad Filarmónica en 1826, creada por Zegers, Zapiola y Drewetcke, había una mayoría de mujeres entre los intérpretes, situación que no volvió a repetirse hasta muchos años después.
Antes de aquel estreno de sus obras en la sociedad santiaguina, en 1826, la joven artista se casó con Guillermo de Vic Tupper, un escocés de 26 años que llegó a Chile en 1822 y se incorporó al Ejército con el grado de capitán. Tupper participó en todas las campañas de esa agitada década, en Chiloé, en el Perú y en la persecución de los bandidos Pincheira. Liberal, combatió por ellos en la guerra civil de 1829-30 y murió en ese último año en la batalla de Lircay; su viuda quedó a cargo de la educación de tres hijos, Flora, Elisa y Fernando. Diego Barros Arana destaca que Tupper y José Joaquín de Mora crearon la primera biblioteca popular de Chile, la Sociedad de Lectura, que tuvo, en sus inicios, una oferta mucho más amplia que la vetusta Biblioteca Nacional heredada de los conquistadores.
Isidora Zegers debió además enfrentar el ostracismo político y pasó por años difíciles hasta que en 1834 se casó nuevamente, esta vez con el comerciante de origen alemán Jorge Huneeus, con quien tuvo varios hijos más. Fue entonces cuando abrió su salón, que se convirtió en uno de los más visitados y prestigiosos de la ciudad. En esas veladas se hablaba de arte, de literatura, de política, y se dice que fue uno de los lugares en donde se gestó el Movimiento Literario de 1842, que dio origen a la Universidad de Chile. Entre muchos otros, asistían a las tertulias de Zegers: Vicente Pérez Rosales, Jotabeche, Juan Godoy, Manuel Antonio Tocornal, Andrés Bello, Mercedes Marín del Solar, Ignacio Domeyko, Rodulfo Amando Philippi, Claudio Gay, Rugendas, Monvoisin, Charton de Treville. Y quizá en una de sus veladas se inspiró Claudio Gay para la lámina número 31 de su atlas, Una tertulia en 1840, donde aparece, a un costado, una mujer que toca el piano.
Más tarde, Isidora Zegers fundó y editó el Semanario Musical, primera publicación especializada en música que se conoció en Chile, junto a José Bernardo Alzedo, Francisco Oliva y José Zapiola. La revista daba cuenta de la actividad musical en distintas ciudades chilenas, pero también, y quizás lo más importante, cumplía con una actividad pedagógica de intención enciclopédica que fue muy importante para sus lectores. También participó de manera muy activa en la fundación del primer Conservatorio Nacional de Música y de la Academia Superior de Música en 1852; en una solemne ceremonia, el Presidente de la época, Manuel Bulnes, la nombró presidenta de esta última institución.
Fue el mayor reconocimiento que obtuvo en vida. Más de un siglo más tarde, en 1962, abrió sus puertas una sala de espectáculos creada especialmente para conciertos de música de cámara. En 1968 fue bautizada como Sala Isidora Zegers y, desde su creación, ha sido uno de los espacios más productivos y vitales de la música docta en Chile. Justo homenaje para una mujer que logró, en una fecha tan temprana, hacer valer su talento más allá de las tareas que la sociedad asignaba a las mujeres.
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