Joanne, Rebeka y Monice: morir en calle ajena
Los que conocen la realidad de la pobreza y la vulnerabilidad urbanas saben que vivir sin techo, ni trabajo, ni salud daña con mayor dureza a las mujeres. El fenómeno de la migración está haciendo crecer la presencia femenina en hospederías y casas de acogida, e incluso en la calle. Aquí un vistazo a quienes no encuentran la vida que vinieron a buscar.
Rebeka Pierre, la médica haitiana formada en Cuba que murió en un paradero de micro (y con ella el hijo de 9 semanas que esperaba), después de ser dada de alta del Hospital Félix Bulnes, es parte de una cadena de mujeres valientes que migra en pos de una mejor vida y, la mayoría de las veces, se golpea contra una muralla de prejuicios, negligencia e indiferencia. En algunos casos con un desenlace trágico e irreversible.
Migran por desesperación, por hambre, por miedo, por inseguridad, pero al saltar de la sartén caen en las brasas o, aplicando un dicho latinoamericano tradicional, "salen de Guatemala para entrar en Guatepeor".
Chile es guatepeor para muchas. Aunque no siempre. Hace un par de meses Tele13 mostró una historia con final feliz. Ángela Faría, una anciana de 92 años, y su hija María Eugenia (71) viajaron 7 mil kilómetros por tierra desde Maracaibo, Venezuela, hasta Santiago, Chile, través de 5 países, en bus. Fueron afortunadas, porque las acompañó un yerno de María Eugenia. Ambas llegaron sanas y salvas y lograron reunirse con dos nietas, que ya vivían en Santiago. Ellas tuvieron que hacerlo porque no tenían qué comer. "Nos estábamos convirtiendo en unos esqueléticos", explicó la anciana, feliz, ya en el seno de su familia reunida.
A fines de 2017, las cubanas Susana de los Reyes (52), su hija Susana Veitía (33) y sus nietas Jennifer (14) y Angeli (5) vendieron su casa y un carrito en que ofrecían granizados en La Habana, y se lanzaron a la aventura de encontrar una vida mejor en Chile.
"Con ese dinero migramos. No como lo hacían los balseros en los años 80, sino comprando un ticket de avión a Guyana, uno de los países a los que los cubanos podemos viajar. Los otros son Bolivia, Brasil y Rusia. De Guyana volamos a Brasil y, de ahí, por tierra, en bus, partimos a Bolivia para entrar a Chile por el norte. Al hacerlo nos volvimos ilegales para Cuba".
Entre Santiago de Chile y La Habana hay 6.414 kilómetros de distancia, que en avión toman 8 horas de viaje, pero Susana, su mamá y sus dos hijas tardaron más de 10 días en una travesía épica, que tuvo algunos días extras en Bolivia. Allí Jennifer, quien padece una anemia crónica, tuvo una crisis y debieron hospitalizarla. Finalmente, al llegar a Santiago, con el capital original reducido a su mínima expresión, el chofer del bus que las dejó en el terminal de Estación Central les sugirió pedir ayuda en la hospedería de mujeres del Hogar de Cristo, que queda al lado del Santuario del Padre Hurtado. "Somos católicas y acá nos sentimos acogidas. Nos ayudaron a conseguir tratamiento para mi hija en el hospital. Ha sido bueno y gratuito y las dos ya están matriculadas en el colegio. Estamos ilusionadas, aunque a veces nos deprimimos".
Entonces, Susana hija trabajaba en un local cercano de venta de comida, donde los clientes le parecían amables y educados. "Me llaman mulata hermosa. Aunque a mi mamá, por ser de piel más oscura, sí la han discriminado. A las niñas y a mí, no; parece porque somos más claras. Creo que, como en todos lados, aquí hay personas buenas y personas crueles".
Las 4 mujeres ya no están en la hospedería de Estación Central. En 2018 consiguieron arrendar un par de piezas y se fueron. Pero en esa oportunidad Susana aconsejó a otras migrantes. Dijo: "He conocido a madres que han venido solas a Chile. Están sin trabajo, sin compañía, sin nada y, encima de todo, sufren porque los hijos no están a su lado. Yo diría que no hay que dejar a los hijos, hay que ir con ellos adonde sea. Nada es peor que estar sin ellos".
La hospedería femenina del Hogar de Cristo es un buen barómetro de lo que está pasando con las mujeres migrantes. El año pasado la fundación recibió a 332 personas de nacionalidad extranjera en sus programas de acogida en todo Chile. De ellas, 145 era mujeres migrantes que en su mayoría llegaron buscando un lugar donde pasar la noche, solas o con sus hijos, además de trabajo.
"CÓRRETE, NEGRA"
Solo el 16% de quienes viven en situación de calle son mujeres, una realidad dura, violenta, peligrosa, de la que poco se sabe y de la que nos habla una experimentada trabajadora social, quien advierte que la presencia femenina en calle está aumentando debido a la migración. De niños y mujeres. Después de doce años dedicada a este tema en el Hogar de Cristo, el que afecta fundamentalmente a hombres, el año pasado estuvo a cargo de la hospedería femenina, lo que la llevó a convencerse de un dato que conocía solo en teoría: cuánto más daña la calle a las mujeres.
"Se ve más deterioro de la salud física y sobre todo de la mental. Hay más agresividad. Y me temo que, a causa de la migración, la calle va a poblarse más de mujeres. Un dato revelador es cómo ha aumentado la asistencia de niños que llegan con sus madres a la hospedería. Al menos unos 20 por mes estábamos registrando en 2018, en circunstancias que la casa tiene capacidad para 40 mujeres".
Cuenta que llegan venezolanas embarazadas, que migran porque no confían en la asistencia obstétrica que tendrán en un país con una crisis sanitaria mayúscula. "Me tocó conocer a dos hermanas que habían dejado Venezuela por el temor a lo que les podía pasar en el parto y a la falta de atención neonatológica posterior para sus guaguas. De Chile valoran la calidad de la salud pública, aunque a nosotros nos parezca mala", comenta.
En 2018, los extranjeros atendidos en los distintos programas del Hogar de Cristo fueron mayoritariamente colombianos (20%), haitianos (14%), venezolanos (14%), peruanos (13%) y bolivianos (12%).
Según la trabajadora social, las haitianas vienen muchas veces en condiciones de salud precarias. "Abundan los trastornos mentales, las patologías no tratadas, ciertas infecciones rarísimas", nos dice. "Nosotras nos acordamos de cuando Isabel Plá, la ministra de la Mujer, y Alfredo Moreno, el ministro de Desarrollo Social, celebraron el Día Internacional de la Mujer con un desayuno con las acogidas en la hospedería de Estación Central. Esa mañana, una de las contertulias, haitiana, que les había contado a las autoridades en su precario español que padecía problemas mentales y había logrado que le hicieran un electroencefalograma en el hospital, al terminar la actividad se cayó al suelo y empezó a convulsionar".
Escenas como esa son el pan de cada día en la hospedería de mujeres.
"Las mujeres haitianas, por su cultura, buscan estar entre los suyos, les cuesta mucho integrarse a un grupo distinto. Están el tema del idioma y el de las costumbres, que son muy distintos. Cuesta convencerlas de que los niños se pongan zapatos en el invierno, no se acostumbran a las comidas y eso tensiona y exige mucho de las habilidades de los equipos sociales. La migración se nos vino encima y nadie estaba preparado. Antes Chile enfrentó y vivió en las hospederías de Estación Central la migración del campo a la ciudad; ahora es un flujo internacional y con un mayor nivel de carencias y nuevos problemas, lo que hace más compleja la asistencia".
Hace un par de años, poco antes de Navidad, se incendió un cité en General Velásquez donde vivían hacinadas unas 40 familias, que lo perdieron todo. El personal del Hogar de Cristo en conjunto con la Municipalidad organizó un albergue de emergencia en dependencias del Hogar. "Vinieron unas 30 personas y se quedaron solo dos; no les gustó que hubiera dormitorios diferenciados por sexo. No les gusta separarse, y yo las entiendo, pero nos faltan herramientas para explicarles los porqué de las cosas, partiendo por lo más obvio, que es el idioma. Hemos tenido mujeres haitianas con VIH, con el sistema inmunológico por el suelo, en muy mal estado de salud, que han preferido irse en los llamados vuelos de regreso humanitarios a Puerto Príncipe organizados por el Gobierno. Es comprensible; viajaron a lo desconocido y no consiguieron ganarse ni una chaucha. No lograron nada. Nadie les dio trabajo. Tuvimos tres de esos casos, que por propia voluntad, pese a estar muy enfermas, quisieron volver. No supe más de ellas; solo espero que sigan con vida", se lamenta, afligida, la profesional.
Dentro de la hospedería se dan signos de discriminación y prejuicio de las acogidas chilenas hacia las extranjeras. "Las abuelitas eran muy del 'córrete, negra', aunque en los últimos tres años ha habido un cierto cambio. Se han naturalizado las diferencias raciales evidentes, las personas se han ido adaptando al cambio del país. Muchas de las mujeres que llegan a la hospedería lo hacen muy dañadas. Vienen de experiencias de violencia intrafamiliar límite, de malos tratos inimaginables. Estar en calle responde siempre a alguna crisis personal extrema, que tiene características más graves aun entre las migrantes y las adultas mayores en abandono. Entre las demás, las que llevan tiempo en calle, la violación es casi una constante, forma parte de su día a día. Las historias de muchas de estas mujeres son demasiado duras; han sido vulneradas toda la vida, son sobrevivientes, no se les puede pedir además que sean solidarias entre ellas", dice la asistente social.
XENOFOBIA, RACISMO, NACIONALISMO
Que chilenas vulnerables y vulneradas tengan prejuicios frente a extranjeras vulnerables y vulneradas es comprensible. Lo que no se entiende y cuesta aceptar es que la discriminación exista en servicios públicos, como hospitales, policía, municipios, que se niegue o se dé atención deficiente, desprovista de humanidad, indiferente, que es lo que al parecer sucedió con Rebeka Pierre (38), la doctora haitiana. Pese a su formación y a que hablaba español, que era una mujer educada, con un mayor capital cultural que la mayoría de sus compatriotas, su muerte probablemente se deba a una negligencia médica del Hospital Félix Bulnes, que está siendo investigada.
Conmueve que poco antes de morir ella misma haya percibido que su situación era tan riesgosa, que le mandó un whatsapp a una amiga diciéndole: "No me siento bien, me falta el oxígeno. Si algo me pasa, llámalo para que venga a buscar a mi niño". Le estaba pidiendo que ubicara en Haití al padre de su hijo Royse, de 5 años. La autopsia indicó que Rebeka murió de un tromboembolismo pulmonar y que padecía una trombosis venosa profunda de miembro inferior. "Tenía mucho dolor en una pierna", como señaló su amiga.
Frente a este escenario es imposible no recordar lo sucedido a Joanne Florvil, cuyo caso debería avergonzarnos a todos y habernos hecho aprender algo. De ella se presumió lo peor: que estaba abandonando a su hijo, cuando lo que buscaba era denunciar el robo a su esposo y darse a entender, para lo cual, desesperada, intentó buscar a alguien que tradujera. Le quitaron al niño, la encerraron, la enloquecieron.
Este enero, el Quinto Juzgado Civil de Santiago condenó a la Municipalidad de Lo Prado a pagar una multa a beneficio fiscal de 20 UTM y ordenó que la corporación capacite a sus funcionarios en atención a los extranjeros.
Pero nadie repara el daño hecho a esa familia completa, que llegó a Chile en busca de un mejor futuro y tuvo el peor presente imaginable.
Y no aprendemos. A una semana de la fulminante muerte de Rebeka, en la sala de emergencias del Hospital Barros Luco, en la comuna de San Miguel, murió otra haitiana. Estuvo 3 horas esperando atención. Monice Joseph (31), a diferencia de la doctora embarazada, solo hablaba creole y los funcionarios han dicho que los médicos no pudieron entender sus síntomas, versión que respaldó el ministro de Salud, Emilio Santelices. Penoso. Monice murió de un paro cardiorrespiratorio ahí mismo.
Las excusas de la autoridad, las explicaciones, no salvan vidas. Y mucho menos las salvan y las dignifican los mensajes profundamente xenófobos, racistas, nacionalistas que muchos ponen sin ninguna vergüenza en las redes sociales. La irritante teoría del empate, tan extendida para los temas políticos, se tomó Twitter frente a la muerte de Rebeka y algunos sostuvieron que los chilenos también esperan y se mueren sin ser atendidos, como si ese fuera el escándalo.
José Tomás Vicuña, joven sacerdote que dirige el Servicio Jesuita al Migrante, pone el asunto en perspectiva. "Murió una persona. Lo importante no es su nacionalidad, su género, su color de piel. No se trata de competir entre muertes de mujeres chilenas o de mujeres migrantes. ¿En qué momento entramos a estas competencias perversas? A fines de mayo partió a Haití el último vuelo del 'Plan de Retorno Humanitario'. En total volvieron 1.463 personas. El 99 por ciento de los haitianos decidió quedarse en Chile y nos quedan enormes desafíos para lograr la inclusión. A la muerte de Rebeka se suman las de Joanne Florvil y Monice Joseph, además de las de sus compatriotas Benito Lalane, que murió de hipotermia en una pieza arrendada en junio de 2017, y Joseph Henry, muerto en el aeropuerto, donde estuvo dos días intentando regresar a Puerto Príncipe en octubre del año pasado. El Gobierno estableció el plan de retorno, preocupado por la situación de las personas de Haití, pero sobre el caso de Rebeka y de los otros mencionados no ha habido palabra".
En redes sociales se habla de que los migrantes están copando los consultorios en perjuicio de los chilenos, ¿qué respondes?
No es que los migrantes llenen los consultorios, sino que el Estado no ofrece salud digna a quienes tienen menos recursos; en los servicios de salud deberían caber chilenos y migrantes, pero paradójicamente hoy luchan o compiten por un derecho. Impresiona que en el video que registra la muerte de Rebeka haya una persona que pasa con dos menores y ni siquiera se detiene, y otra que va donde ella y la asiste. ¿Qué tipo de sociedad queremos ser, la que pasa sin ver o la que acude cuando otro tiene una necesidad? Joanne Florvil, Rebeka, Monice, Benito, Joseph, llegaron a Chile con buena salud buscando una mejor vida. Encontraron la muerte de manera injusta, como les sucede a personas chilenas también, que son pobres, marginadas, vulnerables. Nadie merece buscar una mejor vida y en su lugar encontrar la muerte.
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