La sensibilidad de moda de Catalina Swinburn

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Ecléctico, barroco, desenfadado: el estilo de Catalina Swinburn (36) no cabe en una etiqueta. En una misma tenida esta artista visual y ex modelo chilena –que reparte sus días entre Argentina, Inglaterra y Chile– puede combinar con desparpajo piezas de alta costura con reliquias de anticuario y prendas de diseño de autor. En Buenos Aires, habló con revista Paula sobre su peculiar sentido de la moda, marcado por un ritmo de vida migrante.




Paula 1196. Sábado 26 de marzo de 2016.

"A veces me preguntan '¿qué te pones en casa para estar cómoda?'. Y no entiendo la pregunta. Yo me visto así para cualquier cosa. Soy así".

"Así", para Catalina Swinburn –36 años, chilena, artista visual–puede ser un vestido ajustado de lentejuelas metalizadas, botas cowboy de reptil y una pulsera hecha de pezuña de caballo. O, quizás, un vestido largo de pollera amarillo rabioso, traído de África, con cinto ancho de cuero, pulsera dorada, collar de marfil y botas de caña alta de gamuza. O, quizás también, un jeans gastado de Dolce & Gabbana con una blusa blanca de mangas amplias y, encima, un kimono oversize tejido de la última colección de Tramando, la marca del diseñador argentino Martín Churba.

Basta revisar su cuenta de Instagram (@catalinaswinburnk) para comprobar que, efectivamente, Catalina viste "así" cotidianamente, con la misma naturalidad en cualquiera de los mundos por los que se mueve: un partido de polo en Londres junto al príncipe de Gales; las dunas de arena del desierto en Dubái, tomando fotos para un proyecto artístico; el piso de cemento de su taller del barrio de Núñez, en Buenos Aires; o un paseo al parque con Santos, su hijo de tres meses.

Casada hace 12 años con el polista chileno Jaime García-Huidobro, hijo de la galerista Isabel Aninat, Catalina se acostumbró desde joven a la vida itinerante que esa actividad deportiva supone, dividiendo su vida entre Santiago, Buenos Aires y Londres, además de otros múltiples viajes. Entre todo ese trajín ha logrado desarrollar una prolífica carrera como artista visual y emprendedora. Tiene su propio estudio de arte y diseño, que lleva su nombre y, además, es co-fundadora, junto a una socia francesa, del club de yoga Le Tigre, en París, y de la consultora de lifestyle Jai Way of Life. Y, en otra área de la estética, pero que también habla de su particular mirada, en Buenos Aires es considerada un referente de estilo. De hecho, desde el año pasado es embajadora de Tramando.

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Catalina en una prueba de vestuario junto al diseñador Martín Churba, dueño de Tramando.

El departamento de estilo francés, donde vive en la capital Argentina, es espejo de su sentido del gusto: techos de cuatro metros de altura y piso de parqué pintado de negro; sillones tapizados en cuero y terciopelo negro; paredes amplias cubiertas de fotografías, cuadros e instalaciones suyas y de artistas amigos; destellos rockeros como una pequeña calavera de vidrio que conviven con muebles de estilo inglés, restaurados por algún viejo anticuario. En esa escenografía despampanante, Catalina no puede sino estar a la altura: en persona es aun más imponente que en fotos, incluso a cara lavada y a tres meses de parir. Un metro ochenta de estatura, piernas eternas y una melena ondulada y elegantemente desprolija que enmarca los rasgos delicados de su cara de piel prístina, impoluta. Se mueve con gestos gráciles y lánguidos, manteniendo siempre la postura erguida, orgullosa. Herencia, quizás, de sus años como modelo de Elite Model en Chile, mientras estudiaba Arte en la UC.

Saliendo de la universidad formó el colectivo artístico Aninat & Swinburn junto a Teresa Aninat, con quien durante 12 años expuso en galerías de Chile, Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, y recibió el prestigioso premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile por la exhibición Arqueología anticipada, en 2013. "Fue como una especie de Grand Finale y una nueva etapa para las dos, cada una con su nueva propuesta. Pero si hay algo interesante, un proyecto que nos llame, volveremos a trabajar juntas", dice. En los últimos años, su obra individual se ha abordado con énfasis un tema que le toca de cerca: las fronteras, los límites y las migraciones. Por estos días finiquita los últimos detalles de una exhibición individual sobre este tema que inaugurará en mayo próximo en Selma Feriani Gallery, de Tunisia, la misma que la representa en Londres. "Es una muestra que habla un poco de mi vida. Me siento en esa situación de tránsito constante, sin ancla, en búsqueda de un lugar propio. Mi arte tiene algo de migrante en sí mismo, porque para la construcción de una obra hay un proceso de producción enorme detrás, una cantidad de soportes y pasos que para mí también son viajes. Entonces, mi obra habla sobre la experiencia de estar aquí y estar allá, producir aquí y allá, viajar, lo que fui y seré, todo un conjunto de cosas que son el resultado de lo que me tocó vivir".

"Intento ser clásica, pero no puedo: a un vestido blanco y negro termino colgándole un cuerno o una pluma, unas botas cowboy, un sombrero y termina siendo cualquier otra cosa. Creo que cuando me visto estoy continuamente performando".

¿La maternidad cambia esta vida itinerante?

Recién estamos acostumbrándonos a la llegada de Santos. Por ahora el plan es seguir un poco como seguimos siempre, yendo a Inglaterra y flexibilizándonos. Ya veremos.

Tienes una forma muy particular de vestir y de mezclar prendas de aquí y de allá. ¿Cómo construiste esa identidad?

Desde que soy chica, me vestí de una manera diferente. Creo que esa primera diferenciación parte de mi madre, que es muy vanguardista en su forma de vestir. Nunca me alentó a pertenecer a la media. Si todas las niñas iban al cumpleaños con vestidos de punto smock, ella me mandaba con mini de jeans y botas con flecos. Nunca fui una niña estándar. Con una madre decoradora y un padre arquitecto, en mi casa siempre ser distinto y único era genial, valioso en sí mismo. Hay personas que me reconocen por algunas cosas, pero yo no siento que tenga un estilo. Me encanta cómo se vestía Jackie Kennedy. Intento ser clásica, pero no puedo: a un vestido blanco y negro termino colgándole un cuerno o una pluma, unas botas cowboys, un sombrero y termina siendo cualquier otra cosa. Creo que cuando me visto estoy continuamente performando y me divierte, pero no lo hago de manera muy consciente, para ser honesta.

¿Cómo fluye ese proceso de mezclar?

De la misma forma que fluye mi carrera artística: de una forma totalmente migratoria. Me puedo poner una pollera de Chanel, pero arriba un vestido sacado de la feria de Tunisia con unas botas texanas. No hay ningún parámetro. En este estilo de vida migrante que llevo, creo que mi forma de vestir también lo es: migran todos los estilos y temporalidades, me gusta mezclar lo moderno con algo vintage. Pero no soy una persona que sale a comprar ropa.

¿Cómo llegan, entonces, las prendas a tu clóset?

El año pasado, por ejemplo, con mi galerista fuimos a la feria Art Dubai y conocimos a un diseñador de origen hindú, Essa Walla. Fuimos a su atelier en Sharjah, otro emirato, y terminé comprándole bastante ropa. Pero no me lo propuse. Odio ir de shopping. Puede ir al mall un sábado a comprar queso y que algo me llame la atención, entre y lo compre. Cuando tengo una fiesta muchas veces la gente me pregunta "¿qué te vas a poner?", y no tengo idea. Cinco minutos antes entro a mi clóset, reviso lo que tengo y listo.

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¿Cuánto tiempo dedicas a armar una tenida?

¡Un minuto! Tengo un clóset con todo a la vista, miro, elijo y ya. Así como de repente tengo una visualización de la obra que quiero mostrar, y tengo que pasar por un montón de procesos para llegar, también tengo en algún lugar en mi cabeza una idea de cómo quiero lucir. Creo que es el resultado de haber vivido en distintos lugares, haber estado horas en aeropuertos mirando revistas, tener contacto con tantas personas diferentes. Eso, supongo, genera un proceso creativo y por eso mismo no me pondría, no sé, la última tenida de Vitamina, que no sé ni cuál es. Ahí no hay ningún proceso creativo.

¿Porque le falta el rito detrás?

Claro. Me gustan los ritos, ser un poco ceremoniosa. Si voy a salir me divierte más tomarme cinco minutos para ponerme algo divertido que la fiesta misma. Constantemente tengo que estar produciendo. A dónde va esa producción o qué es, no lo sé. Pero es una producción que resulta de las migraciones. Si me voy a Tunisia por trabajo me voy a tomar cinco minutos para ir a la Medina o a la tienda de anticuarios, encontrar un vestido antiguo y traerlo. Y ese vestido que ahí parecía poco valioso, quizás después me lo ponga en Londres para una comida elegante. Me gusta que las cosas que visto tengan una historia, que se resignifiquen: comienza todo a dejar de estar tan desconectado, se unen las piezas.

El mundo del polo, que tiene sus propias reglas estéticas, ¿ha marcado tu manera tu vestir?

Puede ser que de tantos años alrededor del polo siempre tenga algún objeto en mí que habla sobre esta doble pertenencia de lugar: nunca estoy vestida ni muy de campo ni muy de ciudad. Es la particularidad del polo, que es elegante y campestre. Me gusta hacer un picnic, ponerme unas botas altas y gorro, ir a gritar, ver a Jaime, pasear con los caballos.Pero no sé de polo, ¡no sé ni cómo se llaman los caballos de mí marido! El partido dura una hora, pero antes de eso están los petiseros, la caballeriza, limpiar los caballos, ponerles barniz a las pezuñas, preparar las monturas. Es todo un ritual.

hotel de Dubái".

LA SIMPLEZA DEL LUJO

¿Tienes referentes de moda, gente que te inspire?

Me interesan las personas que creen en algo. Por ejemplo, me llamó muchísimo la atención que en el último desfile de Givenchy, en Nueva York, haya sido Marina Abramović quien armara toda la escena y el despliegue. Encuentro ecos en artistas que trabajan con diseñadores, como Abramović, que es un referente enorme en mi trabajo. Y la moda para mí es muy importante como referente visual. Uno ve las producciones que hacen los diseñadores a gran escala y, honestamente, la de un artista parece muy mínima. Pero el proceso que hacen ambos no es tan distinto. Uno puede tener un foco más comercial, el otro uno espiritual o metafísico o lo que cada artista le quiera poner, pero los procesos están bastante conectados.

¿Qué te interesa del trabajo de Martín Churba?

Es uno de los mejores diseñadores de Argentina y de Sudamérica. Amo su ropa desde siempre. Puede pasarme de recibir un llamado suyo donde me dice "oye, estoy preparando el desfile, veníte a ver las cosas", y vemos juntos la colección. Ha sido increíble conocer su proceso creativo y producto final. No siento desconectados el mundo del arte con el mundo del cine o de la moda. No les tengo temor a esos encuentros.

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Algunos de los tesoros del clóset de Swinburn.

La colaboración entre Catalina y Martín Churba comenzó el año pasado, cuando montaron juntos una instalación de arte textil a la que llamaron Ritual Dress, y que constó de dos etapas: primero, Churba tiñó tejidos de seda con métodos ancestrales, y luego Catalina llevó esas mismas telas hasta el desierto de Omán y Dubái, exponiéndolas al viento y retratándolas con su cámara. Finalmente, con esos mismos textiles se confeccionó en los talleres de Tramando un vestido de 22 metros de largo, que se expuso en la vitrina de la casa matriz junto con las imágenes que tomó Catalina, montadas en piedra.

¿Qué es para ti la elegancia?

Como decía Coco Chanel, la elegancia es la actitud. No es la ropa ni la marca, es un conjunto de cosas, una aura frente a la vida. Es saber llevar cualquier cosa que uno se cuelgue encima.

¿Son distintos los códigos de elegancia en lugares como Londres y Dubái?

La elegancia no tiene un lugar. Son elegantes las personas, las cosas que están bien hechas, o hechas con cariño y dedicación. No te lo pueden enseñar: se sabe o no se sabe, se tiene o no se tiene. No creo en la gente que quiere ser elegante. Cuando hago la maleta no hago distinción de si voy a ir a Dubái o al campo en Argentina: me muevo con mis mismas cosas.

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"En este estilo de vida migrante que llevo, creo que mi forma de vestir también lo es: migran todos los estilos y temporalidades".

¿Qué es el lujo para ti?

Un poco lo mismo que la elegancia: las cosas bien hechas. Un pan con queso bien servido en un lugar lindo. Eso es un lujo. Para mí el máximo lujo es tener el tiempo de hacer algo, tener tiempo para el ocio, o para estar donde uno quiere. Me parece mucho más lujoso tomar un mate en la caballeriza con los petiseros de Jaime que estar en un hotel de Dubái.

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