Las olas
Columna de Catalina Infante Beovic, editora, escritora y una de las dueñas de Librería Catalonia.
Paula.cl
Estoy en Facebook, alguien comparte un video de olas inmensas que revientan y yo también lo comparto. Siempre que veo videos de olas inmensas los cuelgo en mi muro, algo me pasa con ellas. Lo mismo que le pasa supongo a cualquier persona frente a las cosas que le atraen fuertemente. La mayoría de mis sueños tienen que ver con el mar. Con olas gigantes que amenazan con reventar y tragarse el mundo conmigo adentro. Con un mar a veces agitado y otras calmo, cuya marea impredecible me aprieta el estómago y me obliga a estar alerta. Como es de esperarse, el mar me da pánico. Intento meterme cada vez que voy a la playa pero las olas me aterran, me hacen temblar, avanzo unos pasos intentando aguerrirme y luego retrocedo como una niña ante el más mínimo movimiento brusco.
S. le pone me gusta a mi video de las olas. En el verano fuimos juntas al mar. Ella y sus hermanas se criaron en las playas de Coquimbo, por ende, son todas aguerridas nadadoras. Uno de los objetivos de ese viaje, además de ir al concierto de Cat Power, es sumergirnos en el mar como un rito de limpieza que deje atrás nuestros fracasos amorosos. Para ser francas, son muchos. Mientras conduzco por la carretera y escuchamos las canciones que más tarde veremos en vivo, me imagino a mí misma dando grandes pasos en el mar, tirándome piqueros justo en la curva descendiente de la ola para luego resurgir airosa, pasar el umbral del caos y nadar tranquila en un vaivén sereno. Pero cuando llega la hora de enfrentarme al mar, la realidad claramente es otra. S. me toma de la mano para entrar y mis piernas tiemblan apenas avanzando. Mi corazón se agita de goce al ver toda esa espuma ruidosa, pero mi cuerpo es incapaz de moverse rápido. Cuando la fuerza del agua intenta tragarme, yo retrocedo aterrada. Mientras miro desde la arena oscura, S. se revuelca caótica al ritmo espontáneo de ese reviente salvaje. Me quedo con la duda de siempre, me pregunto si alguna vez seré capaz de nadar allí adentro. De todas formas hago el ritual y pienso en las cosas que quiero dejar atrás.
Más tarde, secándonos en la arena, en el auto camino al concierto, de vuelta en la cabaña tomando cerveza, con S. hablamos del amor, de todo lo que nos duele y nos da risa. Me relata una imagen cuando niña, está en su pieza y un viento golpea y abre con fuerza las ventanas haciendo volar todas las cosas adentro. Ella observa el viento y piensa que a veces es un poco así, desaforada e incontrolable, una ráfaga que arrasa violenta con todo a su paso. Pienso en las olas, en nuestro ritual. El diccionario de símbolos más ordinario de Google dice que el mar representa las emociones y el inconsciente. También el vínculo con la madre, pero esa es un agua muy profunda y prefiero no sumergirme allí. Me quedo con las olas de hoy, con esa ventana que se abre violenta, con el fragmento impredecible de agua o viento que eventualmente sí aprenderemos a capear.
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