Los defensores de Antofagasta

Científicos, médicos y escolares intentan llamar la atención sobre la contaminación por plomo que persiste en el suelo, el aire, la sangre de los habitantes y hasta el cordón umbilical de los recién nacidos de Antofagasta. Es la voz decidida de gente común y corriente que lucha por una ciudad limpia y segura.




Aunque Arica ha acaparado los flashes por el escándalo de la contaminación con plomo, Antofagasta vive su propia crisis. Hace diez años la ciudad fue declarada zona de emergencia sanitaria por el Ministerio de Salud después de que estudios demostraran que había altas concentraciones de plomo en el ambiente.

El metal tóxico, que viene en tren desde minas bolivianas de Oruro y Potosí, se acopiaba entonces en la antigua estación de ferrocarriles, a cuadras del centro de Antofagasta, en medio de barrios densamente poblados. Desde allí se trasladaba al puerto para salir en barco hacia el resto del mundo.

La exposición prolongada al plomo causa deterioro de las capacidades intelectuales, déficit atencional, fallas de memoria, retraso del desarrollo del lenguaje, hiperactividad, agresividad, trastornos del sueño, anemia, dolores de cabeza, depresión, tendencias suicidas y fragilidad en los huesos, entre otros problemas. Lo más grave es que en las guaguas en gestación y en los niños pequeños los efectos son irreversibles.

Hace diez años el Colegio Médico de Antofagasta midió el plomo en la sangre de las personas que vivían frente a las montañas de polvo gris azulado. 65 por ciento de la gente que se tomó muestras estaba contaminada y entre los afectados había 70 niños. Ante la evidencia, la Seremi de Salud de la época dictaminó que se hiciera un seguimiento de casos, que se ampliara el examen a más personas y que el plomo se fuera de la ciudad. La primera medida no se cumplió, la segunda se implementó a medias porque la toma de muestras no fue masiva, y la tercera se llevó a cabo: desde 1998 el plomo que viene en tren desde Bolivia ya no se acopia en el centro de la ciudad, sino en Portezuelo, 33 kilómetros al este de Antofagasta, en el desierto de Atacama.

Portezuelo fue construido por el Gobierno Regional y entregado a la Empresa Portuaria de Antofagasta en administración y comodato. Pero lo que debiera ser un galpón hermético, para evitar la contaminación, es un terreno cercado por paredes de unos dos metros de alto, en cuyo interior hay cerros de plomo y cinc que sobrepasan la altura de los muros. En Portezuelo el polvo de plomo se carga en camiones cubiertos por carpas que recorren un camino lleno de hoyos, pasan por el centro de la ciudad y dejan su carga en el puerto. Es la llamada Ruta del Plomo.

Hace dos años la Seremi de Salud le exigió a la Empresa Portuaria de Antofagasta, administradora de Portezuelo, que hiciera más hermético el centro de acopio –lo que no se ha cumplido– y mejorara el traslado del plomo para no contaminar la ruta, lo que ha sido insuficiente para detener la contaminación.

"Portezuelo y la Ruta del Plomo son una vergüenza nacional", dice el médico patólogo Hugo Benítez, vicepresidente del Colegio Médico de Antofagasta, quien ha encabezado varios estudios sobre contaminación por plomo en la ciudad. "La población no está a salvo. La contaminación es menos evidente que hace diez años pero sigue", agrega Domingo Román, jefe del Departamento de Química Analítica de la Universidad de Antofagasta.

En los últimos años, científicos, médicos, activistas y liceanos han hecho experimentos para medir la presencia de este metal y han encontrado altos niveles de plomo en el suelo, el aire, el material particulado que cubre Antofagasta, la sangre de sus habitantes y hasta la placenta y el cordón umbilical de los recién nacidos.

La contaminación empeora con los vientos. De noche pasa por Portezuelo un viento llamado catabático, que sopla hacia el mar y es capaz de trasladar hacia la ciudad material particulado de plomo. Y en la tarde sopla un viento ascendente, el anabático, que avanza hacia el sur esparciendo por Antofagasta el plomo que cae de los camiones que trasladan los cargamentos de metal tóxico desde Portezuelo hacia el puerto. En Antofagasta se respira plomo, y el sur de la ciudad, donde hay poblaciones ricas y pobres, sufre las peores consecuencias.

Experimento escolar

Un grupo de estudiantes del liceo municipal B-13 quiso averiguar si había material particulado de plomo en el aire de la ciudad. Hasta entonces, todas las mediciones habían sido hechas en el suelo. En octubre de 2006 los liceanos construyeron cinco paneles, de 60 por 40 centímetros, para colectar la polución por plomo y los instalaron en techos del sur y el norte de Antofagasta. "Después de 15 días tomamos las muestras y las enviamos al Departamento de Química Analítica de la Universidad de Antofagasta", dice el profesor Iván Castillo, asesor del grupo.

Resultado: la Avenida Andrés Sabella, una vía amplia que cruza la ciudad, registró los más altos índices de metal, con una concentración de 432,2 μg/g-ppm. "Son niveles altamente tóxicos", advierte Domingo Román, químico de la Universidad de Antofagasta, y compara: "En Canadá no está permitido superar los 260 μg/g-ppm. Y si supera los 400, la Agencia Internacional de Energía Atómica recomienda mitigación e investigación inmediatas para saber de dónde vienen los contaminantes, cosa que no se ha hecho en Antofagasta".

En la foto aparecen el profesor Iván Castillo y los alumnos Diego Meza (15) (polera de colegio), Germán Olea (15) (polera verde), Ricardo Highfield (15) (polera roja) y Sebastián Alfaro (17) (polera celeste).

El médico activista

El doctor Hugo Benítez, jefe de Patología del Hospital Regional de Antofagasta, hoy concejal de la ciudad, ha procurado hacer público lo que considera una "irresponsabilidad que no tiene nombre". En 2007, cuando era presidente del Colegio Médico regional, lideró la toma de muestras en los sectores urbanos más cercanos a la Ruta del Plomo y Portezuelo. Las muestras fueron analizadas por el ISP. Encontraron 5.800 miligramos de plomo por kilo en las cercanías de Portezuelo. Como referencia, la norma Suiza sólo acepta 300 miligramos por kilo. La población Coviefi –donde las casas valen cerca de 60 millones de pesos– o el barrio Jardines del Sur –donde cuestan hasta 400 millones– están entre las zonas urbanas más contaminadas.

"Cuando hicimos públicos los resultados, las autoridades sanitarias hicieron sus propios estudios. En la costanera de la Ruta del Plomo encontraron cerca de 2.000 miligramos por kilo", dice Benítez. Ante la gran contaminación, en agosto de 2007, la Seremi de Salud le exigió a la Empresa Portuaria convertir Portezuelo en un centro de acopio hermético. La Seremi dice que el proyecto está aprobado, pero no tiene fecha de implementación. El gerente general de la empresa, Álvaro Fernández, explica: "Estamos evaluando las vías de financiamiento de los cerca de 14 millones de dólares que cuestan las obras". A raíz de los estudios, el Ministerio de Salud reguló el transporte de plomo para evitar que la carga se filtre. Fernández sostiene: "Los camiones que transportan plomo son autorizados por resolución del Servicio de Salud Antofagasta, la que indica que deben utilizar una tolva totalmente encarpada y hermética". Pero el doctor Benítez advierte: "Los camiones van tapados por carpas, pero no son herméticos y siguen contaminando".

Veneno en los huesos

Dusan Pérez (14) se intoxicó con plomo antes de nacer, en el vientre de su madre, cuando el metal era acopiado a pocas cuadras del centro de Antofagasta. En febrero de 1998, en la sangre del niño había 24 μg/dl. del metal (la OMS dice que sobre 10 μg/dl hay intoxicación). Once años después, Dusan tiene menos plomo en la sangre. La mayoría se le ha ido a los huesos. Lo revelan las radiografías que se ha tomado entre 2006 y 2009. El pediatra antofagastino Tomás Verdejo, explica lo que le sucede a su paciente: "En niños y fetos el cuerpo no distingue entre plomo y calcio, y el organismo absorbe el metal tóxico, que se deposita en los huesos. Puede permanecer allí hasta por 40 años. Los dolores y la fragilidad permanecen mientras el metal esté presente".

Dusan se ha fracturado cinco veces las piernas y los brazos. En las radiografías se ve que sus huesos tienen partes más claras, que revelan la presencia de plomo en vez de calcio. Como sufre constantes esguinces en el tobillo izquierdo, usa una bota especial que sólo se saca para entrar a la cancha. Ama el fútbol y al jugar, olvida el dolor. Pero cuando su cuerpo se enfría, los dolores son tan fuertes que no puede moverse.

La madre, Ivania Quiroga, y la hermana menor de Dusan, Enya, de nueve años, se han hecho exámenes de sangre que también muestran altos niveles de plomo. La niña sufre jaquecas recurrentes.

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Ivania Quiroga muestra las radiografías de su hijo Dusan Pérez (14). En los huesos del adolescente, que sufre dolores y constantes fracturas, se ha acumulado plomo en vez de calcio.

Peligro en la ruta

La ruta de los camiones que transportan plomo hacia el puerto de Antofagasta comienza en el centro de acopio de Portezuelo, a un costado de la Ruta 5. De allí los camiones recorren 27 kilómetros hasta empalmar con la costanera antofagastina, donde avanzan 6 kilómetros más frente a edificios, oficinas y negocios costeros, hasta llegar al puerto. Según la Empresa Portuaria de Antofagasta, entre enero y septiembre de este año se han embarcado 3.353 toneladas de plomo por esta vía.

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Los otros metales venenosos

"En Antofagasta he analizado la presencia de plomo y otros metales pesados en aguas, suelos, sedimentos, organismos marinos y, desde hace algunos años, en tejidos humanos provenientes de cirugías cardiovasculares, placentas, cordones umbilicales y membranas amnióticas de recién nacidos", dice el investigador Domingo Román. Es doctor en Química y experto en Geología Médica, disciplina que, entre otras cosas, estudia el origen de los metales peligrosos y su efecto en la salud. Ha encontrado altos niveles de plomo, mercurio, arsénico, selenio, boro, níquel, cinc y litio, todos químicos altamente tóxicos que provienen de la actividad minera.

En un estudio reciente, Román comparó la presencia de metales pesados en la placenta de recién nacidos normales, versus la de recién nacidos con malformaciones. Detectó que los segundos tenían 17,5 veces más litio que los primeros y 20,5 veces más de mercurio. "Un trío de litio, mercurio y manganeso provoca daño neuronal en los niños. Súmele a eso plomo y aluminio. Eso puede producir autismo. O, una vez que esos niños son adultos, pueden desarrollar tendencias suicidas, desadaptación social y predisposición homicida", asegura.

En un estudio publicado en la revista Pediatrics, de la Academia Americana de Pediatría, expertos del Hospital de Niños de Cincinnati determinaron que los niños con altos niveles de plomo en la sangre tienen 2,3 veces más posibilidad de tener síndrome de déficit atencional con hiperactividad.

Autistas en la ciudad

A la consulta de Ingrid Bravo, pediatra y cirujano infantil de Antofagasta, llegan muchos niños autistas. La doctora les toma muestras de orina que manda a analizar a Estados Unidos. "En todos hay una presencia aguda o crónica de plomo, mercurio y arsénico, entre otros metales pesados", asegura. La doctora Bravo y organismos internacionales de niños autistas –como el Instituto para la Investigación del Autismo, fundación estadounidense sin fines de lucro– sostienen que la enfermedad se debe a la contaminación por metales pesados, incluido el plomo.

A su hijo Baltazar (7), quien también ha sido diagnosticado con autismo, la doctora lo ha sometido a un tratamiento químico llamado quelación, que limpia el cuerpo de metales tóxicos. Desde que comenzó la terapia, hace cuatro años, Baltazar –al igual que los demás niños que siguen el tratamiento– ha tenido mejoras conductuales: ha bajado su hiperactividad y entiende lo que le dicen.

"La contaminación por plomo en la ciudad persiste. Esto ha repercutido en la gran cantidad de niños con trastornos de aprendizaje y autistas que hay en Antofagasta", dice la doctora Bravo. En la ciudad hay 78 niños con autismo matriculados en escuelas especiales, según la Seremi de Educación. Eso equivale a 26 niños autistas por cada mil habitantes. Es una cifra alta si se compara, por ejemplo, con Valparaíso, donde hay 8 niños autistas matriculados por cada mil personas, o con Santiago, donde hay 6 por la misma cantidad de habitantes.

Baltazar, de 7 años, tiene autismo. Su madre, la doctora Ingrid Bravo, está segura de que el síndrome es causado por el plomo

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