Los discos de 2016

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El que acaba será recordado como el año en que el pop tuvo que despedir a un puñado de sus estrellas fundamentales y en el que supo reflejar en tiempo real el pavor ante los hechos políticos y sociales que marcaron estos 12 meses.




Paula 1216. Sábado 31 de diciembre de 2016.

David Bowie: Blackstar

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La discusión está instalada entre quienes consideran que The next day (2013) es "mejor álbum" que este disco casi póstumo. Si bien TND reconciliaba al artista con su pasado, Blackstar hace precisamente lo contrario y lleva su sonido casi al borde del rock and roll: orquestación, cortes de 10 minutos, coqueteo explícito con el jazz, quiebres. Cuando nadie lo esperaba, el Duque Blanco llevó sus recursos al límite con un trabajo compacto, arriesgado, profundo. Luego partió. Las estrellas lucen muy distintas ahora.

Anohni: Hopelessness

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La idea de la cantante de Antony and the Johnsons era producir un disco bailable con letras políticas nada de sutiles. El resultado es un trabajo espeso, casi asfixiante, que habla de bombardeos "quirúrgicos" (Drone bomb me), cambio climático (4 Degrees), espionaje (Watch me) o la decepción ante un presidente que ofreció esperanza y terminó, dice Anohni, ejecutando y monitoreando (Obama). No es un disco brillante, pero su sonido claustrofóbico bien sirve de banda sonora para un año convulso.

A Tribe Called Quest: We Got It From Here... Thank You 4 your service

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Suena grotesco, pero este disco resume las dos corrientes de 2016: es político y póstumo. En marzo pasado murió Phife Dawg, uno de los pilares de esta banda nacida en los 90, y luego se desarrolló la escalofriante campaña presidencial norteamericana. El duelo, pero sobre todo la escalada reaccionaria, cruzan el trabajo de los oriundos de Queens, quienes le dan cara en canciones como We the people ("No te creemos porque nosotros, el pueblo, todavía estamos aquí en la parte trasera / no te necesitamos") y así contra el anodino humor político de SNL, la gentrificación, etc. Un disco punzante y festivo por partes iguales, un fresco de época.

Solange: A seat at the Table

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Un acto reflejo bien puede ser una agresión solapada. Solange Knowles habla de esto en la preciosa balada Don't touch my hair, que se refiere a la costumbre de los chicos de tocar el pelo rizado a la gente de color en el colegio. Un acto de afirmación del orgullo afromericano sutil pero potente, como este, su tercer disco, un ejemplo de blues moderno que mira a las raíces. Su venganza ante los críticos blancos que esperaban que siguiera los pasos de su hermana, la ubicua Beyoncé.

Leonard Cohen: You want it darker

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Si en 2016 Bowie vivió su última reencarnación, el canadiense volvió a facturar un trabajo hermoso en su oscuridad, un puñado de canciones que están a la altura de sus obras cumbres de los 60 u 80. Aunque la muerte suele resignificar los hechos recientes, y su lírica siempre fue crepuscular, no es menos cierto que es un trabajo salpicado de despedidas ("no necesito perdón / no queda nadie a quien culpar / me voy de la mesa / dejo la partida", I'm Leaving the Table). Una joya imperecedera.

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