Mi mascota y yo: del odio al amor

Mi mascota y yo - Paula

El perro Dante llegó a la casa de Marisol hace tres años. Su hija y nieta vivían con ella durante la pandemia y lo encontraron abandonado. Al principio, no le gustó nada la idea, incluso secretamente soñaba con que se perdiera. Pero un día, cuando Marisol regresó después de haberlo dejado solo por unos días, las cosas cambiaron. Para sorpresa de todos, hoy viven los dos solos en su casa del Cajón del Maipo y Dante se ha vuelto su compañero de vida. "Su lealtad es impresionante, a mí me emociona, de verdad", confiesa.




“El Dante era de mi hija. En realidad, lo recogió mi nieta en una playa. Era chiquito cuando llegó y, al parecer, fue muy maltratado porque le tenía miedo a todo, sobre todo a los hombres. Se escondía cuando venía gente”, cuenta Marisol Montero (69). Esto fue hace tres años aproximadamente. Marisol se había ido a vivir hace poco al Cajón del Maipo, se estaba construyendo una casa y su hija y nieta vivían con ella. Así que un día llegaron con el perro. “Y nos odiamos”, confiesa en medio de risas. “Pero es verdad, tanto que había días en que se iba por ahí a parrandear con otros perros y no llegaba a la casa en la noche. Y yo me alegraba pensando que se había perdido y no iba a volver más”.

Todo esto fue justo en medio de la pandemia, así que cuando empezaron a retornar a los colegios y trabajos, su hija y nieta tuvieron que volver a Santiago. “Lo primero que pensé fue que se tenían que llevar al perro. Pero como es grande, no podían y me pidieron que se quedara. Dije que no en un comienzo, y pensaron en regalarlo, pero me dio pena por ellas en realidad y acepté que se quedara. A regañadientes al comienzo”, cuenta.

Han pasado dos años de eso y, quién lo diría, hoy son uña y mugre.

Mi mascota y yo - Paula
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“Hubo un hecho que marcó un antes y un después en nuestra relación”, dice la Toy, como le dicen sus amigas. “Al poco tiempo de haberse ido mi hija, un día yo salí y dejé mi terraza tal como estaba, con los cojines encima. Me fui por tres días, y al Dante le dejé todas sus comidas y agua. La tarde que llegué, apenas entré a mi casa vi un desastre: me había roto todos los cojines de la terraza. Lo quería matar al principio. Pensé en regalarlo. Pero en un momento lo vi mirarme con esa típica cara de víctima que ponen los perros y no sé por qué, pero conectamos. De hecho, me sentí un poco mal de haberlo dejado tantos días. Pensé que se había sentido solo y que esta fue una manera de castigarme o de llamar mi atención. De decir, estoy acá también”.

Desde ese momento, Dante se transformó en su compañero de vida. “Su lealtad es impresionante, a mí me emociona, de verdad”, confiesa Marisol.

La acompaña a todas partes y cuando sale en auto y no puede llevarlo, cuenta que se tiene que afirmar de la reja cuando regresa porque Dante se le tira encima feliz de verla. “Es mi compañero de vida, vivimos los dos acá en la montaña. De hecho, voy a clases de gimnasia los martes y jueves y él va conmigo, entra a la clase, y todas mis amigas lo adoran”.

La otra vez estaba en la clase y le vino un dolor fuerte a la rodilla, tanto que se acostó en el suelo. Dante se levantó en segundos, fue corriendo hacia donde ella y con el hocico trató de levantarla. “Todas mis compañeras se quedaron impresionadas. Me decían cómo tiene tanta lealtad este perro”.

Ya es casi parte del grupo. Todas sus amigas saben que en cualquier invitación, Dante está incluido. “De hecho, al poco tiempo de llegar a vivir al Cajón, me compré una moto chica porque acá las distancias son largas. Voy a todos lados en mi moto y Dante, siempre al lado corriendo”, dice. Y concluye: “Cuando mis hijas eran chicas tuvimos alguna vez mascotas, pero lo hice por ellas, yo nunca las inflé mucho. Jamás me imaginé que iba a terminar viviendo con uno que se transformaría en mi compañero de vida. Pero me encanta”.

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