Mi mascota y yo: Pompona, la coneja rescatada

mi mascota y yo - Paula



El 19 de julio, la vida de Sofía Ortigosa y sus hijos, Helena (6) y León (4), cambió de manera inesperada. Su papá, Nicolás, les hizo una videollamada en medio de la jornada laboral para darles una sorpresa. Al encenderse la cámara, apareció él, sosteniendo en sus brazos a una pequeña coneja de manchas blancas y negras. “Los niños lloraron de la emoción”, recuerda Sofía.

La conejita, bautizada como Pompona por los niños, no había sido comprada, sino literalmente rescatada de morir. “Mi marido tiene una constructora y hacen demoliciones. Les tocó demoler cuatro casas en un barrio muy acomodado del sector oriente. De repente, los trabajadores oyeron un ruido y le avisaron a Nicolás. Cuando revisaron, encontraron a la conejita; había sido abandonada junto con todas sus cosas: una jaula y hasta un resbalín”, cuenta Sofía.

Esa misma semana la llevaron al veterinario, quien estimó que Pompona tenía apenas tres o cuatro meses. “Estaba muy, muy flaquita. No podíamos creer el nivel de maldad de esas personas que la dejaron ahí, porque, si los trabajadores no se dan cuenta y meten la máquina para demoler, ella habría muerto. Por eso decimos que es una sobreviviente”, añade Sofía. Y pareciera que Pompona lo sabe, porque es una coneja increíblemente dócil con los niños, como si estuviera agradecida.

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La familia había llegado hace poco a su casa actual y habían hecho dos tratos: que, cuando la casa estuviera más armada y León pasara 45 noches sin hacerse pipí, podrían tener una mascota. Aún no se cumplen ninguna de las dos condiciones, pero aceptaron igual a Pompona porque terminó por conquistar a todos. Helena llega corriendo del colegio para verla, León juega con ella y Sofía, que no tenía en sus planes cuidarla, ahora también vive pendiente de ella. “Incluso, una noche que llovió mucho, me desperté con el sonido de la lluvia, y lo primero que pensé fue en ella”, confiesa.

Además, Sofía le compró un quitasol porque la veterinaria le explicó que los conejos no tienen en las patas las almohadillas que tienen los gatos, por ejemplo, y si caminan al sol, se queman. El reciente fin de semana largo, tampoco pudieron salir muchos días de Santiago porque había que cuidar a Pompona. A pesar de la revolución que ha significado su sorpresiva llegada, todos están felices. “A los niños les da mucho amor; nosotros nos sentimos bien por haberle salvado la vida; y ella se deja querer, se queda quieta cuando los niños la toman, como diciendo ‘muchas gracias’”, dice Sofía.

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